Calle del Pez: una y muchas

La calle del Pez, desde San Bernardo hasta darse de bruces con San Antonio de los Alemanes, es todo un universo en línea recta, una colección de tipos humanos y de historias de lo más diversas que desde siglos atrás han hecho de la calle una de las más vivas de la ciudad.

El nombre

La denominación de Pez data al menos del siglo XVII (así aparece en el plano de Texeira y en otros primos suyos) y la leyenda que da origen a la nomenclatura de la calle es una de las más naif de nuestro callejero. Se dice que a principios del XVII había por allí una finca con un estanque en el que vivían dos peces. El estanque se secó para cambiar el destino de la finca y los pececitos fueron recogidos por la hija del dueño que los tuvo un tiempo en una pecera hasta que murieron. Posteriormente la niña, llamada doña Blanca, ingresó en el convento de San Plácido. Su padre levantó luego en el lugar casa, en lo que es el número 24 de la calle, y en su fachada se esculpieron dos peces que dieron nombre a la calle. Aún hoy, en la casa que ocupa el lugar de la anterior, se pueden ver los famosos pececillos.

Muros con historias

Existen en la calle del Pez algunos inmuebles más nobles que otros. Nada más entrar por San Bernardo encontramos el Palacio de los Bauer, caserón del siglo XVII en cuyo interior en tiempos se celebraron sonadas fiestas y que en la actualidad es la Escuela Superior de Canto. En sus muros se apoya la estudiante más guapa del barrio, una chica en bronce que recuerda los tiempos en los que la calle del Pez era terreno de estudiantes de la cercana universidad y las librerías – como la hoy desaparecida La Cervantina – poblaban los locales comerciales de la zona.

Los otros palacetes de la calle son el Palacio del Duque de Baena, en la esquina con la calle Pozas, y el de Bornos, haciendo esquina con la calle de la Madera, una bella muestra de arquitectura isabelina que estuvo a punto de ser derruido y que se salvó en los ochenta merced de una rehabilitación que lo convirtó en viviendas.

Mención especial merecen los muros del convento de San Plácido, con comercios inusualmente incrustados en él. Aunque el actual convento es una reconstrucción de 1912 con el sencillo estilo castellano del XVII, este convento fue el centro de la vida y la leyenda del Madrid de su tiempo, con historias de correrías reales y posesiones infernales, que contaremos próximamente.

Calle de las artes

“Lo que se pudo comprobar por quien quisiera hacerlo fue lo de la calle Pez: en efecto, había un socavón que atravesaba la calle en línea quebrada, de sur a norte; en un principio, al parecer, salían de la grieta (de la sima según los primeros testigos, desconocidos) gases sulfurosos, por lo que todo el mundo pensó, y con razón, que en el fondo de la grieta empezaba el infierno...”

El párrafo que antecede pertenece a la Crónica del rey pasmado, en la que Torrente Ballester recoge de alguna manera el pasado canallesco del barrio en tiempos de un innombrado Felipe IV, una divertida novelilla picaresca en la que putas y clérigos,

nobleza y canalla, se mezcan al caer la noche. Más o menos como ahora.

Pero no es ésta la única ocasión en la que la calle ha servido de escenario para historias fabuladas, así fue para la antología de cuentos de 2004 Cuentos de la calle Pez, para el vídeoclip de Manu Chao Me llaman Calle -en el mítico Palentino, que antes inmortalizaran Siniestro Total en una canción-, o para el rodaje de una parte -de interiores, eso sí- de Abre los ojos, de Alejandro Amenabar.

La calle Pez es un buen sitio sin duda para imaginar historias, como las que continuamente suceden en el

Teatro Alfil, como las que, sin duda, hacían las delicias de las gentes del barrio en aquel primigeno cinematógrafo de Pez esquina con San Bernardo – el Coliseo Ena Victoria - a principios del siglo XX. El cine ardió y el incendio sirvió de acicate para que se diseñaran normas que vigilaran aquellas proyecciones que hasta entonces se hacían “de aquella manera”.

Calle de contrastes

En Pez se libra una pelea constante entre la zona emergente que es y el barrio con manchas al que pertenece. Pez es lugar de tascas y bares con pose, camino obligatorio para sibaritas de la moda y de los amantes de la santería, lugar de reunión de modernos con gafas de pasta y de habituales de los albergues de los alrededores , es Triball (o casi) y es el nuevo Patio Maravillas, lienzo de pintadas que ensucian y de noble arte urbano. En definitiva, el contraste es su sino.