Ahora que llega la hora de cerrar, echamos la vista a los casi setenta años de historia y sólo podemos dar la gracias a tanta gente que siente de corazón que tengamos que irnos. Igualmente, de todo corazón, muchísimas gracias; muchos de vosotros nos habéis emocionado con vuestras palabras que nos llevamos bien guardadas en el alma.
Mi abuelo, Francisco, tras varios años en Irún trajo productos aquí desconocidos como la yerba mate y estaba al tanto de la ola de renovación que venía desde Francia; él fue quien llamó Angélica a la tienda por ser ésta la planta más medicinal, la más completa. Él fue quien decidió, junto con su hermano Eusebio, muy conocedor de las plantas medicinales, que en Madrid faltaba un negocio de estas características. Tal fue su acierto que, por aquí, hemos pasado las tres generaciones de mi familia; en algún u otro momento, todos hemos estado detrás de los mostradores.
Estrenaron el local en un edificio recién construido tras la devastación de la Guerra Civil y, comenzaron con unos años muy duros en un negocio que, entonces, era demasiado renovador: los alimentos “de régimen”, las mezclas de plantas, la comida de animales, las semillas y abonos, etcétera. Eran otros tiempos...
Pero la tienda funcionó, y pasaron los años ya con mis padres, Marujita y Antonio, al frente. Yo recuerdo ir, desde muy pequeño, los sábados por la mañana a la tienda y estar jugando en la trastienda hasta la hora de cierre. Y aquí he seguido, después de mis estudios, con mi esposa (treinta y seis años trabajando también aquí), hasta hoy en que la situación ha ido derivando poco a poco a otra realidad bien distinta. Muchos son los motivos pero todo ha cambiado súbitamente y estamos inmersos en un proceso que, ni ha acabado, ni es fácil saber cómo va a quedar la situación tras la revolución total que hay en el barrio y en el mercado. Por eso, no es sólo un motivo el que nos obliga a echar el cierre con todo el dolor que eso supone.
Como cierre a esta carta, quiero destacar muy especialmente a mi madre, Marujita (para muchos “Angélica”, como la tienda), verdadera alma de la tienda desde el día de su inauguración hasta que enfermó y, muy rápidamente, falleció. Ella ha sido durante cincuenta años el verdadero motor de la familia y, por extensión, del negocio. Por ella me animo a escribir esta carta.
Alfonso Pérez del Río