Cuando éramos universitarios
Pasear por San Bernardo y encontrarse con el Paraninfo de la Universidad Central da lugar a imaginar como ser el epicentro del distrito universitario más importante en su momento debió transformar el barrio. Un pensamiento en sepia que puebla las calles de librerías y estudiantes dándole un color especial.
La Universidad Central (actual Complutense) tiene su origen en la creada por el Cardenal Cisneros en Alalá de Henares en el siglo XVI. Desde prácticamente la muerte de Cisneros el traslado a Madrid fue un tema pendiente que no se haría realidad hasta el siglo XIX.
Con Madrid convertido en una moderna capital sin universidad y aprovechando la situación decadente de la sede alcalaina la universidad se vino de provincias. Fue en pleno Trienio Liberal, en 1822, instalándose en el Colegio Imperial, aunque fue un episodio breve, regresando a Alcalá con la vuelta
de Fernando VII, que llegó a decretar prácticamente que lo sucedido en España en esos tres años no había existido.
Con la muerte del monarca y el triunfo del partido progresista se produjo el traslado definitivo en 1836, de forma un tanto precipitada, pues carecía de una sede adecuada. Pasó por el Seminario de Nobles en Princesa y por las Salesas, antes de llegar al edificio actual, en el antiguo Noviciado de los Jesuitas, que en ese momento estaba ocupado por un regimiento de infantería. La universidad se conocía entonces como Universidad Literaria, y no fue hasta 1850 cuando empieza a denominarse Central.
Del antiguo Noviciado no queda ya nada tras las reformas necesarias para albergar la universidad y la construcción del Paraninfo justo donde en su momento estuvo la iglesia del complejo.
Los liberales entendían la Universidad como un pilar fundamental de su ideología, a mitad de camino entre una sincera misión educativa y un instrumento necesario para convertir sus ideas en hegemónicas. La batalla por la Instrucción es uno de los caballos de batalla constantes del pensamiento liberal español del XIX, y la moderna universidad decimonónica – que es el nacimiento real de la actual – la fábrica de donde salen las capas dirigentes e intelectales del liberalismo español. Sólo hay que echar un vistazo a los nombres de alumnos que pasaron por la Central para hacerse una idea: Emilio Castelar, Antonio Maura, Cánovas, Azaña, Niceto Alcalá Zamora o Canalejas en la nómina de políticos; o los Jacinto Benavente, Pérez Galdós, Antonio Machado y Ortega y Gasset de entre los intelectuales.
Para entender el prestigio social de la Universidad en
aquellos años podemos fijar momentáneamente la vista en la España de la Restauración, en el acto de apertura del curso 1875-76. En esta ocasión no sólo acudió toda la prensa madrileña, como era habitual, estuvieron presentes prácticamente todos los embajadores de la capital – desde Ingaterra a la Santa Sede – e incluso el propio Alfonso XII.
Hay que tener en cuenta en en 1847 la Universidad Central tenía ya matriculados el cuarenta por ciento de los universitarios de España, a pesar de que estos eran algo menos de 2500, lo que da idea a la vez de la aún exigua extensión universitaria pese a los planes de instrucción liberales y de la importancia de la misma.
El pintoresco panorama de un barrio trufado de estudiantes no se limitaba a ver a estos asomarse a los cafetines madrileños o atabiados con los ropajes de sus facultades el día de la graduación. La universidad empezó también a ser un importante canal de protesta política y social. Así sucedió por ejemplo la Noche de San Daniel, 10 de abril de 1865, en que la Guardia Civil y el ejército reprimieron sangrientamente a los estudiantes de la Central, que se concentraban en la Puerta del Sol en apoyo al rector, cesado unos días antes por negarse a destituir a Emilio Castelar, profesor que había escrito un artículo en la prensa en el que la reina no salía muy bien parada. Habría a partir de entonces muchos acontecimientos, cosidos a la actualidad política del país, que convertirían la universdad en un novedoso ruedo político a sumar a los hasta ahora existentes.
A pesar de los aires renovadores de la universidad y de las constantes tensiones por la laicidad no debemos pensar que los valores católicos estaban fuera de la misma o que no quedaran muchas batallas sociales por lidiar entre sus muros. El acceso de la mujer es un claro ejemplo. En 1888 una joven quiso matricularse en la Facultad de Filosofía y Letras y el rector tuvo que elevar una consulta al ministro de Fomento. Fue la primera de muchas solicitudes, pero se necesitaba un permiso especial y muy pocas lo lograron.
En 1927 se planteó la necesidad de dotar a Madrid de un barrio enteramente universitario en los terrenos cedidos por Alfonso XIII, la conocida Ciudad Universitaria, y ya avanzado el sigo XX también el nombre de Central pasó a la historia en detrimento del de complutense . El edificio rojizo de San Bernardo deja constancia de aquellos años en los que los estudiantes poblaban estas calles. Merece la pena recordarlo.
0