Calle de Apodaca número 3. Casa de huéspedes en un tercer piso de una madrugada de verano de 1916. Fantomas ha sido detenido.
La persona que cayó esa noche se llamaba Eduardo Arcos Puch, mallorquín residente en Nueva York que respondía a innumerables nombres y personalidades: piloto en Buenos Aires, escritor en Cuba, noble de origen español en Nueva York… Junto a la argentina Leonor Fioravanti (que también sería detenida en esta ocasión) viajó por todo el mundo, codeándose con la alta sociedad y desvalijándoles en sus hoteles.
Le acompañaba también una calavera trabajada con lañas de plata. Se cuenta que el fetiche le servía con frecuencia como objeto de seducción. Cuando llegaba a un hotel la dejaba en la mesilla de noche junto con la foto de una bella mujer, y cuando alguna dama se interesaba por ella creaba fabulosas historias entorno al cráneo. La calavera también sería encontrada con ocasión de esta detención que hoy narramos.
Para los robos Arcos vestía con el traje –malla negra ceñida al cuerpo, rostro oculto salvo los ojos- con que tantas veces se ha representado después al ladrón de guante blanco. El uniforme del Fantomas de nuestras lecturas juveniles.
La policía le seguía la pista y, finalmente, fue detenido en septiembre de 1916. Sin embargo, Arcos pudo escapar del juzgado de guardia en esta ocasión diciendo que tenía que ir al baño y despistando al policía que custodiaba la puerta del retrete. A continuación hizo honor a su legendaria fama, confundiéndose entre un grupo de funcionarios y encontrando una puerta trasera. Cuentan las crónicas que aquel día los policías daban vueltas desorientados por los alrededores de las Salesas. Eduardo Arcos Punch, por su parte, fue a ver una película de ladrones al Gran Teatro y luego cenó en un café.
Pero la caída del hábil ladrón estaba muy cerca. Los agentes Blasco y Heredia habían pasado todo el día con su noche vigilando la casa de Leonor, su compañera, en el número 15 de la calle Churruca. Allí se habían alojado ambos con un bebé de trece meses y una criada. Los policías escucharon por casualidad la conversación de unas mujeres sobre lo preocupada que estaba una vecina de la calle Apodaca ante el aspecto extraño de su huésped nuevo. Y así acabó Arcos en al Dirección General de Seguridad. El ladrón había llegado a la casa de huéspedes a través del anuncio en un periódico tras la huida de los juzgados sólo dos días antes, buscando probablemente estar cerca de su familia.
Ambas detenciones y la primera fuga tuvieron mucho eco en la prensa española de la época. En ella se referían a Arcos como como El rey de los ladrones, y le tildaban de apache, aunque también se hablaba de Fantomas.
Posteriormente se encontraron cinco maletas suyas en una casa de empeños de la vecina calle Sagasta. Aún se encontró en casa de una dama otra maleta de su propiedad, en cuyo interior estaban la célebre calavera de Fantomas, su traje de seda negro y diversos juegos de ganzúas.
Al parecer, una ganzúa especial de la que Fantomas era dueño –que nadie había visto pero era capaz de abrir cualquier cerradura- era motivo de admiración en ambientes policiales europeos. Pues bien, tan fantástico y legendario artilugio, que había pasado por los hoteles más lujosos del mundo, fue fabricado en un taller de cerrajería de la propia calle de Apodaca: el de los hermanos Eduardo y Fernando Castillo, que así lo declararon ante el juez.
España se había convertido durante los años de la Primera Guerra Mundial, por su neutralidad, en lugar de paso de gente adinerada de diversas procedencias, y por ello sus hoteles eran un buen caladero para El Rey de los ladrones. Sin embargo, un policía también legendario, Ramón Fernández-Luna, se propuso no parar hasta detener a aquel dandy de dedos habilidosos. Tras una breve detención en Sevilla, después de que Arcos participara en una partida amañada de cartas, el comisario de la Brigada de Investigación Criminal de Madrid tuvo el pálpito de que aquel distinguido personaje era el mismo del que hablaban decenas de órdenes internacionales de detención, y ya no le quitó nunca los ojos de encima. Poco antes había resuelto el conocido crimen del capitán Sánchez, en 1918 resolvería un sonado robo en el Museo del Prado y, posteriormente, montaría una de las primeras agencias de detectives del país. No faltó quien se refiriera a él como el Sherlock Holmes español.
La detención no fue el final de la carrera de Fantomas que –con la identidad descubierta y su cara en las recepciones de los principales hoteles de Europa- siguió haciendo de las suyas durante muchos años. Hacia 1925 se le relacionó con la célebre bailarina Isadora Duncan y pasados los años del crack del 1929, declaraba cansado ante un comisario: “Éste ya no es mi tiempo, ni yo el de antes. Tampoco me quedan las ilusiones. Antes, el robo era para mi un arte, lo practicaba como un arte ; hoy, es un oficio desagradable.” Aún tendría tiempo para trabajar como agente secreto al servicio de su Majestad Británica durante la Segunda Guerra Mundial.
El personaje literario de Fantômas es creado en 1911 por los escritores Pierre Souvestre y Marcel Allain. Un par de años después Louis Feuillade lo llevó a la gran pantalla, convirtiéndole en la encarnación universal del ladrón de guante blanco ¿Fue Eduardo Arcos Puch quien inspiró al personaje? Desde luego éste llevaba ya años ejerciendo de Fantomas -y siendo nombrado así, según él mismo- antes de que Fantomas existiera