Desde hace dos jueves el negocio que Adrián Rojas tiene en el número 28 de la calle Espíritu Santo, a la altura de la plaza del Rastrillo, permanece cerrado. Adelantándose a la orden de clausura obligada de comercios y bares, vigente desde la activación del estado de alarma, este argentino, vecino de Malasaña desde hace 11 años, decidió bajar la persiana de su establecimiento de motu propio, por responsabilidad, y eso que la licencia de tienda de alimentación y barra de degustación de la que dispone su establecimiento posibilitaba que pudiera seguir abierto. La siguiente decisión que tomó fue la de no quedarse de brazos cruzados mientras todo se desmoronaba a su alrededor y ponerse a cocinar y a repartir comida a diario para todo aquel que pasara necesidad durante esta cuarentena.
A las 13:15 horas en punto y hasta fin de existencias Adrián comienza a diario a llenar los platos, tuppers y cualquier otro recipiente de aquellos que se acercan a la puerta de su local en busca de comida. El boca a boca ha dado notoriedad a su iniciativa entre los más necesitados de Malasaña. Parapetado con mascarilla y guantes tras un improvisado doble mostrador, desliza la comida que regala por unas tablas de madera, al tiempo que reparte conversación y sonrisas.
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“No puedo dormir si no hago esto; ni comer”, asegura mientras cada día más gente recurre a su ayuda. “Mala señal”, concluye. Tras acabar con todas las reservas de alimentos de los que disponía en su establecimiento, ahora consigue nuevas viandas de proveedores de confianza y cuenta que algún vecino ha ayudado con alguna aportación económica. En cualquier caso, cuando alguien le pregunta si puede ayudar con dinero su contestación es: “No sé, hagámoslo juntos, decidí vos. Yo he dado una idea, veamos lo que hacemos”, en una clara invitación a pensar en hacer algo más entre todos.
“Lo que está pasando es terrible y cuando comprendí la magnitud de lo que sucedía algo cambió dentro de mí. Con el cierre de los centros de atención de día y de los centros sociales hay muchos ancianos a nuestro alrededor y gente sin hogar que se han quedado sin posibilidad de acceder ni a una comida decente y vi que con muy pocos euros yo podía alimentar a unas 40 personas o más. Son vecinos de Malasaña olvidados e invisibles, gente que está fuera de las redes sociales, a los que no conocemos y que no nos cuentan a través de su instagram cómo viven la cuarentena viendo Netflix o tocando canciones. No puedo estar en casa tranquilo pensando en la gente que está jodida a mi alrededor. Llevamos demasiado tiempo viendo, como si nada, lo que pasa en Siria y a los que se ahogan tratando de llegar a Europa en patera; y, de repente, nos pasa esto a nosotros. Tenemos que ir con todo contra el coronavirus y contra lo que esta crisis está provocando”, dice este vecino, convencido de que todos vamos a tener que arrimar el hombro porque no cree que el Estado vaya a poder proveer de ayuda ni comida para todos los que la van a necesitar.
Adrián sabe que no puede exigir a nadie que se ponga manos a la obra, pero también piensa que hay muchas personas con ganas de ayudar y espera que su acción contagie a otros: “Con que hubiera otros dos o tres establecimientos en el barrio que hicieran algo parecido a esto que hago yo habría, al menos, comida suficiente para todos los que la necesitan. Si alguno más se me suma salimos adelante. Eso sí, no podemos ser unos inconscientes y debemos contar con todas las medidas de protección posibles para no contribuir a propagar la enfermedad”.
“Si el vecino está jodido estás jodido vos”
“Si el vecino está jodido estás jodido vos”
En la cola que se forma ante el establecimiento de Rojas, guardando una prudencial distancia, encontramos a una joven pareja del barrio. Ella, embarazadísima, cuenta que son siete en casa y que con su compañero sin poder trabajar no tienen de qué comer. “Me enteré ayer de que aquí repartían comida y es el segundo día que vengo”. Bajo el brazo lleva tres pizzas, las que le corresponden por la beca de comedor que tienen sus hijos y que la Comunidad de Madrid les da a cambio de esas comidas que ahora ya no se pueden hacer en las escuelas.
También en cola para recibir comida vemos a varias personas sin hogar habituales de las plazas y calles del barrio y a otras muchas que malviven en insospechadas infraviviendas compartidas de la zona; un musulmán rechaza el guiso del día que ha preparado Adrián por tener carne de cerdo y éste le ofrece una manzana y dos latas de atún... Los ancianos a los que da de comer no suelen hacer cola por precaución; le bajan recipientes de plástico antes de que empiece el reparto diario de comida y luego pasan a por ellos.
Rojas se maneja con una pequeña placa de inducción y una olla menos grande de lo que le gustaría tener. “Si a alguien le sobrara una cacerola bien hermosa agradecería que me la prestara”, comenta, al tiempo que dice que cualquier ayuda en especie será bienvenida y que espera poder organizar una recogida de alimentos en su local por las tardes para quien desee ayudar.
El negocio de Adrián Rojas acaba de cumplir un año de vida y cuenta que aún anda endeudado hasta el cuello. No le ha quedado más remedio que hacer un ERTE a sus empleados y, con un hijo de sólo 9 meses, asegura que no tiene ni para pagar el alquiler ni la luz. “No sé lo que haré, pero de momento sólo puedo pensar en dar de comer a toda esta gente. No creo que sea momento de que los negocios que pueden seguir abiertos piensen en lucrarse, pero tampoco juzgo a nadie ni quiero dar lecciones de nada. Si el vecino está jodido estás jodido vos”.
“Nos necesitamos unos a otros, hay precariedad y soledad a nuestro alrededor”
“Nos necesitamos unos a otros, hay precariedad y soledad a nuestro alrededor”
Muy crítico con las redes sociales y con la sociedad en la que vivimos, tan volcada en el mundo virtual, piensa que algo tiene que cambiar si salimos de ésta. Con un discurso vehemente argumenta: “En las redes sociales se perdió la conexión con el barrio. Los viejos no entraron en esa comunicación y actualmente el barrio es maleducado con la gente que fue del barrio. Antes de la era de Internet sabíamos quiénes eran nuestros vecinos pero ahora, si ese vecino no aparece en Instagram no sabemos ni que existe. Yo, que de por sí soy muy sociable, estoy viendo ahora a gente que no sabía que eran vecinos míos. Esta crisis nos está recordando que nos necesitamos unos a otros y que no podemos continuar viviendo en las pajareras individuales y amontonadas en las que cada uno vivimos. La 'romantización' de la cuarentena es un privilegio de clases y alimentarnos de nuestro propio ego no es la solución; hay precariedad y soledad a nuestro alrededor, pero si nos preguntamos '¿qué podemos hacer?' no estará todo perdido. Tuve una revelación gigante estos días y sin querer convencer a nadie ni sacar pecho creo que hay que dejar de ver tanto Netflix y, con todas las medidas de seguridad necesarias, ponernos en marcha”.
“No voy a dejar nunca de dar comida. Pido donaciones, ayuda, ideas y gente con ganas de solucionar cosas. Si vienes a por comida trae tu propio 'tupper'; empresas, carniceros, pescaderos, fruteros.. escucho a cualquiera. También necesitaría mascarillas y guantes. No quiero ni protagonismos ni liderar nada, sólo aspiro a contagiar algo de solidaridad”.