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Mapa: la memoria de Madrid como víctima de guerra y el reguero rojo de sus bombardeos

Entre las muchas efemérides que jalonan el año 2019, se cumplen los cien años de nuestro metro y, este mismo mes, el 80 aniversario del final de la Guerra Civil. Desde finales de 2018, algunas estaciones de la Línea 1 lucen vistosos vinilos con fotografías históricas del metro. Ninguna, sin embargo, del suburbano durante la guerra, a pesar de que es un hecho muy conocido que algunas de sus estaciones sirvieron de refugio anti aéreo.

Muchos de los restos de este palimpsesto de la memoria que es la ciudad respecto a la guerra son, literalmente, asunto de arqueólogos. Nos lo recuerdan las últimas campañas llevadas a cabo por el equipo del Incipit-CSIC en diversos escenarios de la Guerra Civil Española y la dictadura franquista, de la que hay cumplida información en el blog Guerra en la Universidad y en sus publicaciones académicas. En el centro de Madrid los estratos son más inaccesibles y las pisadas están más borradas (por otras pisadas), pero excavando en la Ciudad Universitaria y otras localizaciones del frente madrileño los arqueólogos han podido reconstruir historias de vida a través de la cultura material enterrada de nuestros abuelos. Botellas de sidra que evocan la celebración de una parte de la soldada al final de la guerra, la munición olvidada y otros objetos que rellenaban la vida en la espera tensa que dibuja las guerras.

Pero, en realidad, en el centro de la ciudad también hay restos materiales de la guerra a la espera de ser descubiertos. Algunos son bocados de metralla sobre los edificios, otros, los propios edificios. También en nuestro barrio, como nos recuerda en una conversación el arquitecto Enrique Bordes: Enrique, vecino de Malasaña, ha hecho tándem con su compañero Luis Sobrón –ambos son arquitectos y profesores de la Universidad Politécnica de Madrid– para publicar en papel, editado por el Ayuntamiento, y luego en web, un mapa del Madrid del urbicidio sucedido en la ciudad de Madrid entre los años 1936 y 1939. Un reguero rojo sobre la planimetría de nuestra ciudad que permite hacerse una idea, a través de sus 1600 entradas, del vendaval de sangre y destrucción que sufrió Madrid, el primer gran bombardeo masivo y sobre población civil. Hemos hablado con Enrique para que nos ayudara en el propósito de elaborar esta reflexión acerca de la cultura material de Madrid y la memoria de la guerra. [Malasaña bajo los efectos de la artillería en la guerra]

Como decíamos, a veces la memoria, o la desmemoria, puede leerse en los propios edificios de la ciudad. Por aquello que pasó, o dejó de pasar, en ellos y pugna por no desvanecerse en el olvido. En una residencia de ancianos de la calle Conde de Peñalver, por ejemplo, una placa cuenta que en el lugar escribió el poeta Miguel Hernández las Nanas de la cebolla ¿Estaría pasando unas vacaciones el de Orihuela cuando se le ocurrió aquello de La cebolla es escarcha / cerrada y pobre? Efectivamente, nada recuerda la ubicación de la cárcel de Torrijos. El escritor, por cierto, también estuvo recluido en la posguerra en la cárcel del Conde de Toreno, en el lugar donde hoy hay un veterano restaurante chino de este barrio.

Nos hablan los edificios que ya no están, los que lucen remiendos de patrón fascista o los que sustituyeron al que sucumbió bajo las bombas. En su día hicimos un pequeño tour por la arquitectura franquista con David Pallol, autor del libro Construyendo imperio, un análisis del legado de la estética franquista. Fijaos la próxima vez que paséis por San Bernardo en el estilo nacional-herreriano del Ministerio de Justicia, rehabilitado con corte franquista sobre el anterior Palacio de la marquesa de Sonora.

Y es que la arquitectura no era –no es– neutra. El ideólogo Giménez Caballero escribía en aquellos años que “en Madrid el reino del cemento es la Gran Vía. Y el cemento es atroz. Huele a socializar, a planes quinquenales, a novela bolchevique, a película yanqui, a mujer libre, a miseria organizada, a disolución de la familia, a funcionarios numerados. Si hay un material hostil para colgar un crucifijo, es el cemento”.

Al margen de los materiales y los estilos constructivos, el rediseño del espacio urbano obedeció en la posguerra al doble propósito de la creación de una ciudad imperial, de la victoria, y una ciudad del control y el miedo. Sedes de Falange e iglesias sumaron muy conscientemente a un moldeado hecho con los barros de una ciudad en ruinas. Al respecto, conviene echar un vistazo al trabajo del historiador Alejandro Pérez Olivares, en el que aborda la relación entre el espacio público y la estructura de control y castigo social que se armó en Madrid tras la guerra (tanto en su tesis doctoral como en el magnífico libro Victoria y control en el Madrid ocupado. Los del Europa) [Los lugares de la memoria de la guerra en Malasaña]

En palabras de Bordes, y refiriéndose a la memoria del Madrid del urbicidio, “lo último que interesaba era mantener esa memoria de Madrid como ciudad bombardeada y víctima del fascismo, cosa que sí que se ha mantenido en otros lugares como Gernika o como Barcelona. Yo creo que que cabe reivindicar ese primer urbicidio de la aviación fascista, el primero de la historia, que si no es un orgullo sí que tiene que ser parte de la memoria de los resistentes”.

Son muchos los mapas, mentales e impresos, que requiere nuestro Madrid para recuperar la memoria activa de la ciudad, esto es, la que nos permite tomar conciencia completa del suelo que pisamos para no meter el pie en un boquete disimulado por el olvido. Desde los primeros días de la contienda el uso de las viviendas cambió, los sacos terreros se reivindicaron como material constructivo, los túneles de metro se convirtieron en refugios antiaéreos, –se construyeron también otros ex profeso– y ciertas zonas de Madrid se llenaron de arquitecturas efímeras: parapetos, trincheras y barricadas.

Estas líneas desaparecidas sobre el plano de Madrid han sido rastreadas por Gerardo Rubén Hernández Perdomo en el Trabajo Fin de Máster Huellas de guerra: transformaciones urbanas y espaciales en la Batalla de Madrid en 1936, en el que se analizan, entre otros, dos ámbitos que nos son cercanos: el mentado  Edificio de la Telefónica y el distrito de Chamberí (al que pertenecía entonces lo que hoy es Malasaña).

La batalla por la memoria prendida sobre nuestra cultura material no es meramente simbólica ni sus efectos inanes. Si así fuera, la placa que recuerda del mantero Mame Mbaye en Lavapíes no habría sido arrancada ni la de la estudiante asesinada por fascistas Yolanda González, en Aluche, constantemente vandalizada. Bordes nos recuerda que los bombardeos perseguían un fin político claro: castigar psicológicamente a la población para que se rindiera, sin embargo, “esa teoría se comprobó errónea, dado que lo que provocó fue lo contrario: una resistencia más encarnizada ante la aleatoriedad y la crueldad de esa muerte que llegaba del cielo”. Quizá, el camino hacia esa resistencia digna de Madrid está señalado en los mapas que nos faltan por recordar. Más información: