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Pequeña historia del carnaval madrileño

Pocas fiestas hay más populares y universales que el carnaval. Se celebra en casi todos los rincones del mundo y Madrid no iba a ser la excepción. Vamos a hacer un breve recorrido histórico por el carnaval madrileño desde finales del XVI hasta nuestros días.

Las fiestas populares marcaban el paso de las estaciones: las romerías de febrero a mayo llegaban con la primavera, el verano con San Juan y San Pedro y el invierno acababa con el Carnaval. Las fiestas populares no eran las más numerosas de aquel Madrid conventual (abundaban las de parroquias y cofradías) pero eran las que incluían a más madrileños, porque sin más organización que la de la costumbre, todos eran bienvenidos a ellas.

De todas las fiestas populares los carnavales son los que nos son más conocidos por la regulación que precisaban por el hecho de ser costumbre las bromas pesadas y otras formas de “violencia ritual”. Desde finales del XVI se hizo costumbre en Madrid el pregón del carnaval, que prohibía una serie de actividades que debemos entender eran habituales. Decía el de 1636:

«que ninguna persona osada de hacer ni vender huevos que llaman de

azahar para tirar,

ninguna persona sea osada los tres días de Carnestolendas de tirarlos. Ni pellas de nieve ni de otra cosa, ni echar mazas de estopa ni de otra cosa, ni tirar salvado ni harina, ni jeringazos de agua ni otra cosa, ni naranjas, ni traer ni dar vejigazos“. (”vejigas“ eran burlas o engaños).

Las Carnestolendas representaban la inversión de valores... pero controlada. La licencia por unas fechas, y bajo control relajado de los alguaciles, para la transgresión como válvula de escape de las clases populares. En el fondo el objetivo es que todo siga igual. La prueba es que si bien es cierto que las autoridades tenían órdenes directas de “dejar hacer” en épocas de especial inestabilidad social se tomaban medidas especiales de orden público. En cualquier caso los carnavales son las fiestas de la violencia ritual: se tiran huevos, se mantea, se representan burlas... aunque inevitablemente a veces la violencia ritual se desborda.

En un Madrid repleto de analfabetos las representaciones teatrales -en teatros o en las calles, por profesionales o vecinos- eran una importante forma de comunicación. Eran frecuentes en carnavales aquellas que invertían las imágenes del mundo oficial, que por unas jornadas representaban el mundo al revés, como el hecho de mantear al pelele vestido de “petimetre”, o las gentes disfrazadas de religiosos, que recibían las más variadas burlas.

Este tipo de burlas no duraban en Madrid los pocos días que dura el carnaval, sino que se alargaban mucho más: tres semanas antes del carnaval se celebraba por los hombres casados el “jueves de compadres”; al que seguía la fiesta de las casadas,

el “jueves de comadres”; e incluso a mitad de la cuaresma se celebraba la pantomima conocida como “Partir la vieja” (así se representaba a Doña Cuaresma).

Igual que en la actualidad son los comerciantes y vecinos quienes organizan

las fiestas populares más auténticas, ya en el XVII eran losartesanos quienes representaban sus propias comedias y bailes

con los vecinos, y aunque los bailes de máscaras están documentados sólo a partir del XVIII, consta por ciertas descripciones que ya antes era habitual el hecho de disfrazarse.

El Carnaval entendía de clases

Había en Madrid otra ciudad, la de la corte, con su propio carnaval cortesano, donde también habitaban el desorden y la burla. Se sabe que en 1623 se pudo ver al Conde Duque de Olivares vestido de portero y al almirante de Castilla vestido de mujer, mientras que los escribanos abrían la marcha con un letrero en el que se leía “Los gatos de la villa”, y los carros de basura marchaban en caravana.

Eran los tiempos de los Austrias menores, que gustaban de acudir a los corrales de comedias públicos y romerías, sin embargo no debemos confundir este gusto por las fiestas populares con el hecho de mezclarse con el populacho: los cortesanos no eran actores de las fiestas populares sino espectadores.

Con el siglo XVIII y los Borbonesllegaron los bailes de máscaras

de gusto europeo y las fiestas de carnaval se separan en dos definitivamente: una para la corte y otra para las clases populares. Era moda dieciochesca en las clases altas el rechazo por las formas ruidosas de la plebe y el acercamiento afrancesado al aislamiento de los salones literarios.

Claro que peores serían los designios del carnaval con Carlos III, ya que “el mejor alcalde de Madrid” directamente los prohibió y no fueron restablecidos hasta el corto periodo de Bonaparte, que organizó unos carnavales municipales en el teatro de los Caños del Peral en 1811.

Desde el siglo XIX...

Durante todo el siglo XIX los carnavales siguieron congregando a los madrileños al desenfreno, conservando, ya sacados algunos de contexto, los mismos ritos de los siglos XVII y XVIII. Pio Baroja cuenta en sus memorias como en el último cuarto de siglo en el Madrid periférico y obrero pudo aún presenciarlos: “dos o tres veces vi el manteamiento del pelele como en uno de los tapices de Goya. No era fácil hablar con aquella gente, porque el hombre de las afueras es desconfiado y suspicaz”. Aún hoy en muchos puntos de Castilla se conservan ecos de aquellos manteos en distintas fiestas populares.

Durante el primer tercio de siglo XX el Carnaval en Madrid se celebraba con concursos de carrozas en el Paseo de la Castellana, pero llegó el otoño del siglo XX español con el Franquismo, que prohibió los carnavales. Poco le gustaban la sátira y la alegría a aquella élite sombría que gobernó España hasta bien entrados los años setenta, momento en el que los carnavales, que habían subsistido durante aquellos años gracias a subterfugios y cambios de nombre, renacieron conesplendor desde sus raíces populares.

Desde entonces y hasta la actualidad cada año llegan en invierno no sin frecuentes fricciones entre las celebraciones oficiales de las juntas de distrito y los cada vez más frecuentes carnavales alternativos de los barrios, que con su misma existencia niegan que estas fiestas puedan hacerse desde fuera del pueblo. Otra vez los bailes cortesanos.