El escritor Fernando Sánchez Dragó era vecino de Malasaña. Alguna mañana, aunque más fácil por las tardes y las noches, era habitual verle pasear por el barrio más bohemio de Madrid, sobre todo cerca de su casa, aledaña a la pequeña plaza de Carlos Cambronero. En uno de sus caminares por la zona, un día descubrió una desagradable sorpresa personal: que el que consideraba asesino de su padre tenía una plaza dedicada a escasos metros de su casa.
El episodio ocurrió hace casi 20 años, cuando los pasos de Sánchez Dragó acabaron en la por entonces plaza de Juan Pujol, situada cerca del Dos de Mayo. Conocida normalmente por otros nombres populares (los mayores la llamaban la del Rastrillo, otros la del Madroño o la del Ojalá, en alusión a dos de sus bares famosos), este lugar recibió el nombre del jefe de prensa de Franco en el año 1969 y con él se quedó. Hasta que llegó allí el escritor.
Un día Sánchez Dragó cogió una escalera y cambió la placa de Juan Pujol por otra con el nombre de su padre, Fernando Sánchez Monreal. El episodio fue narrado por el escritor en una entrevista en el año 2006 en El País y contado con bastante detalle en este artículo de El Español diez años después.
El hecho lo narraba el propio Sánchez Dragó en esta columna de El Mundo: “En septiembre de 1936 un miserable que se llamaba Juan Pujol, a la sazón jefe de Prensa y Propaganda de la Junta de Defensa de Burgos y con posterioridad cacique periodístico del régimen franquista, denunció por 'rojo' a mi padre, Fernando Sánchez Monreal, director de la Agencia Febus y miembro del partido Republicano Conservador de Miguel Maura. De resultas de esa calumnia, orquestada a través de un tribunal castrense que decretó la puesta en libertad del reo, mi padre fue 'paseado' al salir de la cárcel por un grupo de sedicentes falangistas que lo esperaba en la puerta. Yo no alcancé a conocerlo...”
La llegada a la alcaldía de Manuela Carmena dio esperanzas al escritor de que su padre pudiera obtener justicia o que, al menos, el delator acabara borrado del callejero de su ciudad. La revisión de las vías con nombres relacionados al régimen franquista le daba la oportunidad y escribió a la alcaldesa para pedírselo.
Un comité de expertos revisó el callejero de la capital para adaptarlo a la Ley de la Memoria Histórica y seleccionó varias vías de la ciudad, entre ellas la plaza de Juan Pujol. Lo difícil era encontrarle un nuevo nombre. El del padre de Sánchez Dragó no convencía, así que hubo que buscar alternativas. El comité de Carmena propuso el nombre de Corpus Barga, un periodista sin relación con el barrio y ningún arraigo popular, que fue descartado muy rápidamente.
Los mejores conocedores de la historia de Malasaña opinaban que habría que apostar por reivindicar figuras de la cultura reciente del barrio como Javier Krahe, Moncho Alpuente o Kike Turmix. Pero la mayoría coincidían en que podía resultar interesante recuperar el nombre con el que los mayores del lugar conocían este espacio abierto, por albergar puestos de comercio informal.
“La plaza del Rastrillo era parte del mercadillo callejero que ocupaba San Andrés, Espíritu Santo y Corredera, y recibió un nombre oficial después de la guerra civil, plaza de Juan Pujol, en agradecimiento a los servicios prestados por un periodista cuyo mayor mérito parecen haber siso precisamente esos servicios prestados”, recordaba entonces el historiador Carlos Osorio, quien apostaba por ese topónimo o por el de escritoras importantes para el barrio, como Emilia Pardo Bazán, Rosa Chacel o Carmen de Burgos.
Finalmente el Ayuntamiento de Madrid se decidió por el nombre de Plaza del Rastrillo para este lugar de Malasaña y, después de varios intentos de parar el cambio de placas en los tribunales, las nuevas llegaban en mayo de 2018. Para descanso de los vecinos con mayor memoria, y también de Sánchez Dragó.