La conversación Promesas incumplidas, que la lluvia ha obligado a trasladar desde su ubicación original en la plaza de España hasta la Sala de las columnas del Círculo de Bellas Artes, ha mantenido pese a ese cambio a un espacio cerrado la frescura de un intercambio espontáneo. “Siempre has defendido que la filosofía tiene que estar pegada a la calle”, ha recalcado el director y fundador de elDiario.es, Ignacio Escolar. “Pensar no depende de que lo haga posible una academia o una escuela, sino de lo que pasa precisamente cuando se rompen unos códigos sociales, políticos o culturales”, respondía Marina Garcés en un diálogo celebrado en el marco del Festival de las Ideas.
La filósofa ha enlazado esta cuestión con el punto central del diálogo: las promesas. Cree que existe “un lenguaje público de la promesa hecho para no cumplirse, que depende de su capacidad de seducción o competición más que de la veracidad”. Un lenguaje que aceptamos “por comodidad frente a la intemperie”, pese al recelo o desconfianza de quienes nos prometen algo que sabemos casi con seguridad que no se cumplirá. “Queremos escuchar promesas aunque sepamos que no son ciertas”, completaba Ignacio Escolar.
Garcés ha publicado recientemente en la editorial Anagrama el ensayo El tiempo de las promesas, en el que explora precisamente el papel que desempeña esta forma inmaterial de acuerdo, así como sus alcances y sus incumplimientos. Como directora del Máster de Filosofía para los Retos Contemporáneos de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), la filósofa barcelonesa tenía mucho que decir sobre la manera en la que se incumplen las promesas políticas o se falta continuamente, tanto en el ámbito privado como público, a la palabra dada.
Promesas religiosas y amenazas políticas
Garcés distingue una generación mayor que “siente un total rechazo hacia el lenguaje de la promesa, como algo que viene de un poder (Estado, Dios o capitalismo) que se ha dado a sí mismo, pero también hacia una promesa compartida o igualitaria que les ha decepcionado”. Habla en cambio de la “osadía de los más jóvenes por hacer el futuro presente, que es exactamente lo que hacen las promesas”.
Escolar ha planteado si en la historia de la humanidad ha existido alguna pregunta más importante que la religiosa. Para Garcés, “al menos a nivel occidental es la base de una estructura cultural que establece el vínculo con los demás, la promesa como base de la alianza de un pueblo con la palabra de Dios y como base para la organización de un tiempo común”. Se pregunta si “por muy laicos que nos creamos, nos hemos deshecho de esa estructura y ya no creemos realmente esa promesa de la salvación”
Esta promesa religiosa, desde la salvación a la idea de una tierra prometida, desemboca en “una estructura autoritaria”. Por ello, desde su punto de vista, “este tipo de narraciones se incorporan al sentido y el pasado común para, por ejemplo, dar por hecho que cualquier generación vive o ha vivido mejor que la que le precedió”. “Esto no es así. Hay momentos en los que irrumpen fenómenos históricos, y luego conviene preguntarse quién es el sujeto de ese nosotros”, añadía sobre una promesa de progreso constante que al no materializarse incide en la sensación de “fraude y resentimiento”.
Si lo escuchamos bien, la extrema derecha no hace promesas, juega con el lenguaje de la culpa y la amenaza, y es lo más efectivo que hay en cuanto a las emociones primarias. Nadie cree ya que haya soluciones, así que no venden ni soluciones ni una promesa colectiva, solo resentimiento
Garcés invita a “interpretar las promesas, no solo recibirlas”. Así, aboga por escuchar, repensar e incluso romper las promesas, más que asimilarlas acríticamente siendo cautivos de “un lenguaje de la frustración al que apela la extrema derecha”.
Considera, no obstante, que vivimos más un período de amenazas que de promesas, pero ambas se retroalimentan. “A pesar de su reverberación banal y falsa, las promesas siguen siendo eficaces como escuelas de frustración”, ha explicado. Escolar lo ha ejemplificado con el Brexit, una promesa convertida en amenaza ejecutada que ha resultado en nuevas frustraciones y tensiones. “Si lo escuchamos bien, la extrema derecha no hace promesas, juega con el lenguaje de la culpa y la amenaza, y es lo más efectivo que hay en cuanto a las emociones primarias. Nadie cree ya que haya soluciones, así que no venden ni soluciones ni una promesa colectiva, solo resentimiento”, argumenta la autora de Filosofía inacabada (2015).
Del “deseo de ser engañados” a las promesas que no hablan de promesas
Ignacio Escolar se pregunta si existe “un deseo de ser engañado”, a lo que Garcés ha respondido que “hay un deseo de jugar con alguna carta, aunque sepamos que se trata de una carta trucada”. “Es más rentable el resentimiento que el desengaño. Cuando alguien dice que los inmigrantes comen perros no espera que la gente se lo crea, pero es lo de menos, consigue mover las emociones”, ha expuesto la filósofa. “Como el cartel de Expendiente X con el mensaje I want to believe”, ha apostillado Ignacio Escolar.
“¿Crees que unas de las razones de las promesas rotas es la falta de libertad y movimiento de la política?”, ha planteado, poniendo como ejemplo la Ley de Vivienda o la regularización del alquiler habitacional frustrada antes de su tramitación. “Estás mezclando poder y libertad”, ha contestado Garcés después de un explicativo movimiento de cabeza con el que mostraba sus dudas. “Lo que está en cuestión hoy en el espacio de la política es qué es tener poder y qué poder hacer. Si quien tiene poder dice que no puede hacer, habrá que revisar qué significa tener poder, transformar la política en el poder hacer y no tanto en el tener poder. La libertad pasa por otros lugares distintos a los de tener poder si queremos que juegue a favor de sociedades más libres”, ha desarrollado la intelectual.
Escolar ha citado el “puedo prometer y prometo” de Adolfo Suárez para abordar si las consecuencias de esta aseveración justifican el desuso del empleo literal de la palabra “promesa”. Garcés ha aseverado que hoy día “no se ha cumplido ninguna de las promesas de aquel discurso, ni la territorial, ni la sindical, ni la social, ni la económica”. Apunta que “la duplicación de la promesa [no solo promete, puede prometer] intentaba escenificar que él era el único sujeto capaz de ejecutarlas, algo que después de demostró que no era así”. Sentencia que “en términos performativos creó una legitimidad en alguien que no la tenía por prevenir del Régimen franquista”. Garcés recuerda que las palabras “crean realidades y las destruyen, también matan”.
“¿Éramos más ingenuos o estábamos menos implicados en lo colectivo?”, ha planteado Escolar sobre el creciente escepticismo hacia las promesas. Según Garcés, la sobreinformación y la acumulación de estímulos lo explican en parte. Y eso que antes cubrían ese espacio la promesa religiosa y la patriarcal (para muestra, ha dejado caer, otra de las acepciones de la palabra “prometerse”). Aboga por “inventar maneras que no dependan de esas viejas estructuras, pero tampoco de la banalización de la palabra”.
La promesa capitalista frente a la de la izquierda actual
“¿Cuál es la promesa del capitalismo?”, ha sacado Ignacio Escolar a la palestra. Su interlocutora distingue dos. Por un lado “la garantista: si trabajas tendrás una vida mejor”. En paralelo, “la disruptiva: si inventas e innovas constantemente, aunque sea tu propia vida, podrías seguir jugando”. La “servidumbre adaptativa” que la filósofa ya estudió en su libro Escuela de aprendices (2020). Una promesa que genera agotamiento, malestar.
Y en paralelo, la izquierda se replegaba, han coincidido en apunta ambos. Un lenguaje de “socorristas, del rescate, cuando en otros momentos hablaba de conquistas”. “En el fondo es una idea conservadora”, ha completado Escolar. Garcés sí defiende una memoria activa, un recuerdo de que los derechos o la propia democracia no son un privilegio que ha venido dado. Pero aboga sobre todo por “construir algo común, abriendo la política y el Estado al ejercicio real de todos los espacios, tiempos y lugares en los que tomamos la posibilidad de deliberar, decidir, entrar en conflicto o querer desde la convivencia con otros”. Una reconfiguración más “de lo político que de la política”.
Frente a esto, “existe un aparato burocrático que aleja cada vez más a quienes hacen de quienes deciden, algo que aprecio claramente en el ámbito que mejor conozco que es la educación”, ha lamentado la escritora. Cree que habría que apostar por otros términos en lugar de “regenerar la democracia”, y luchar por “reinventar o reimaginar”, una vez los partidos políticos han dejado claros sus límites y deficiencias. Llama, dentro de “las limitaciones de un tiempo escaso que dificulta pensar nuevos futuros”, a plantear posibilidades con las que “imaginar y construir otros horizontes”. Como promesa, no suena mal.