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Entre el miedo y la chanza popular: cómo se vivieron las últimas visitas del cometa Halley en Madrid

Andamos estos días ocupados con las noticias sobre el cometa C/2023 A3 (Tsuchinshan-ATLAS), bautizado como el Cometa del siglo, que se podrá observar con claridad este fin de semana, cuando más cerca de la Tierra pase. Parece ser que se verá en el hemisferio norte y será una oportunidad única en 80.000 años.

Pero el cometa por excelencia, el que al menos es del dominio popular, es el Halley, llamado así en honor al científico Edmund Halley, que calculó su órbita en el siglo XVIII. El Halley tiene la costumbre de visitarnos más asiduamente – cada siete décadas, por eso se dice que es periódico– y, hasta la fecha, sus venidas siempre han traído cola.

En 1910 la llegada tuvo lugar en un momento en el que la ciencia se había convertido en un asunto que apelaba a las masas y los medios de comunicación se hicieron amplio eco de ello. Por un lado, los más sensacionalistas jugaron al milenarismo, recogiendo ecos simplificados del debate científico que hacían suponer que la cercanía con la que el cometa pasaría en esta ocasión (400.000 kilómetros, menos de lo habitual) podría traer peligros a nuestro planeta. Se decía que el gas cianógeno impregnaría nuestra atmosfera haciéndola irrespirable. Hoy sabemos que este gas, efectivamente venenoso, se habría desintegrado al contacto con la atmósfera. Pero la prensa también tuvo la responsabilidad de tranquilizar a la población.

Las primeras noticias empezaron a llegar a principios de 1910. Eran informaciones breves e imprecisas que provenían del servicio de telégrafos y pillaron con el pie cambiado a las redacciones. Notas sencillas de las primeras observaciones con descripciones muy livianas del tipo “tiene el núcleo brillante como Venus y los bordes algo difusos”.

Poco a poco, empezaron a aparecer artículos largos, como el del 25 de enero firmado por Francisco Pato en El Liberal, un largo texto que comenzaba diciendo “ya tenemos a la vista el temido cometa”. Pato tranquilaza al lector explicando las órbitas de los cuerpos celestes y que “el cometa Halley no es un indocumentado ni un vagabundo celeste que puede tener mala intención y libre albedrío para darse el gustazo de chocarse con nuestro globo, o envenenarnos con el cianógeno de su inmensa cola, o fundirnos con el fuego de su cabellera”.

Todos los periódicos se llenan estos meses de párrafos trufados de referencias a las órbitas y nombres de astrónomos preeminentes, pero también de sucesos que dan cuenta del miedo que el fenómeno infundía en parte de la población. Las mismas cabeceras que hacían gala de responsabilidad científica, no escatimaban en sensacionalismo en estos casos. Por ejemplo, sin salir de El Liberal encontramos el 21 de febrero un breve titulado El fin del mundo y subtitulado Suicidio de un miedoso. Mucho titular para decir que un valenciano se había arrojado por el balcón de su casa atemorizado por la posibilidad de que el cometa chocara contra la tierra. Se produjeron también pequeños sucesos de pánico ante incendios, cuyo fulgor en el noche era confundido con un posible choque del Halley. Pero a la vez empezaron a aparecer muestras de que mucha gente se estaba tomando la visita con mucha menos gravedad. En Madrid ese año, por ejemplo, hubo una carroza del entierro de la sardina bautizada como el cometa que representaba a la Tierra colisionando contra un automóvil.

La noche grande, la del encuentro con el cometa en su paso más cercano a la Tierra, era la del 19 de mayo. Con ese motivo todas las cabeceras importantes hicieron una cobertura con las reacciones de la gente en las distintas capitales nacionales e internacionales. Aquellos fueron días nublados, lo que no impidió a los ciudadanos reunirse para esperar al Halley. Muchas familias optaron por encerrarse en una casa y pasar, expectantes, la noche en vela. A la postre, se informará de un aumento de los casos de pánico atendido por los médicos, pero fueron también muchos los que se lanzaron a las calles en todo el mundo con intención festiva.

La revista ilustrada Nuevo Mundo ya hablaba el 23 de marzo de los festejos que ya se preparaban en la capital para el mes siguiente y decía que “los sastres, los zapateros y los sombreros no paran”. Las crónicas del 19 dan cuenta del jolgorio popular de la noche en la que pasaría el cometa que algunos habían llamado “del fin del mundo”. En el Paseo de Rosales había desde primera hora mucha gente con cestos repletos de comestibles para pasar la noche. A medida que avanzaba, “crecía el carácter bufonesco” contaban las crónicas. A la una y media de la madrugada, una comparsa de un centenar de personas ataviadas con cascos de guerreros seguía a una carroza con un enorme telescopio. Con esta y otras comparsas, a menudo caracterizadas con telescopios y gorros de papel en la cabeza, se producían divertidas escenas carnavalescas, en las que se suplicaba con mucha guasa al Altísimo que el cometa desapareciera entre el sonido de acordeones o trombones.

A las dos y media de la madrugada la Castellana estaba llena de gente y en Las Vistillas, decía El Liberal, “un astrónomo de guardarropía”, después de mirar con una lente, iba explicando a sus convecinos los avatares astronómicos a su manera. “El cometa anuncia gran cosecha de vinos manchegos y aragoneses”, predecía; o “Esto es lo más seguro habiendo triunfado los republicanos en Madrid”.  Según La Correspondencia de España la gente hacía corros donde se tocaba la guitarra y se bailaban tangos.

Los vendedores callejeros hacían la noche vendiendo unos telescopios hechos de cartón que tenían al extremo un cometa dibujado , y grupos de muchachos iban de aquí para allá con una escalera en ristre para observar el fenómeno. A las dos de la mañana se elevó por encima de San Francisco el Grande un globo pilotado por Jesús Fernández Duro, que pocos años antes había sido la primera persona en sobrevolar los Pirineos. Los vecinos de Madrid aplaudieron con ganas al ver elevarse la barquilla iluminada del globo y bromeaban con que el aerostático era el cometa huérfano de cola.

También hubo numerosas familias bien que cogieron sus automóviles y salieron al extrarradio en busca de promontorios altos y oscuros. Otros, curiosos, se acercaron al observatorio de El Retiro, pero la entrada estaba limitada a personas ilustres y recomendados. Sin embargo, la muchedumbre se apelotonaba fuera, en el cerrillo de San Blas. A las tres, cuentan las crónicas, no cabía un alma en el viaducto, también lleno de personajes estrafalarios, como el que, coronado con algo parecido a una mitra y vestido de científico, decía ser el representante del astrónomo francés Camilo Flammarion mientras daba tientos a una gran bota de vino.

 Aquella noche hubo nubes de tormenta y el cometa no se vio, pero la gente lo pasó bien. La Correspondencia de España se unió a la celebración titulando en portada “¡La tierra travesó, sin novedad, la cola del cometa!!”. El antetítulo era “Ciencia, actualidad y jolgorio”.

Durante los días siguientes aparecieron noticias anecdóticas de sucesos acaecidos durante el paso del Halley, como un parto o la fuga de una muchacha con su novio aprovechando que todo el mundo andaba mirando hacia el cielo. También, por supuesto, artículos serios que mostraban las fotografías tomadas en los distintos observatorios, por ejemplo. El Halley, definitivamente, había calado en la cultura popular.

La fiesta se repitió en Madrid en su nueva visita, en marzo de 1986 (el día 13 de este mes fue la noche del cometa). Aquel año el cometa por excelencia tampoco se vio por la contaminación (atmosférica y lumínica). Como en El Retiro, que era el lugar señalado, no se podía ver, algunos madrileños se desplazaron en distintos días del mes de marzo al Observatorio Astronómico Nacional de Yebes (Guadalajara), a 75 kilómetros de la capital.

Una crónica de Arsenio Escolar en El País da buena cuenta de que algunas de las visitas estaban guiadas más por lo que hoy llamamos un “sujétame el cubata” que por verdadero interés científico. “Hemos rematado aquí cuando han cerrado los pubs”, decían dos chicas madrileñas al periodista. No eran las dos únicas que se acercaron a Yebes de madrugada como quien, dicen, va al bar del tanatorio.

Lo cierto es que no era de extrañar la expectación porque de nuevo e Halley volvió a dar mucho que hablar en los medios de comunicación. En este caso, estábamos mucho más informados, y se mandaron hasta seis sondas a analizar el cometa, lo que no quitó que personajes televisivos como Jiménez del Oso o Rappel también hicieran el agosto en marzo con los lados menos científicos del fenómeno. Ese mismo año, por cierto, fue también el de la inauguración del Planetario de Madrid.

La siguiente aparición del Halley en nuestro cielo será en el año 2061. Las personas de más de 75 habrán vivido dos ciclos y, quizá, los mayores de 80 podrán incluso comparar las reacciones de dos épocas ante un astro que, tozudo, nos visita cada 76 años más o menos.