
Mirar hacia arriba en busca de los relojes de sol de la primera colonia municipal de casas 'ultrabaratas'

Moscardó es el nombre de un barrio del distrito de Usera, el apellido de un militar franquista y de un equipo ilustre del fútbol madrileño. Es también como se conoce una colonia situada en dicho barrio que hunde sus raíces en los años treinta (entonces se llamaba Salud y ahorro). Un gran espacio residencial de paseo exquisito, repleto de visuales armónicas.
Los elementos geométricos pintados sobre las fachadas te dan la impresión de ser un muñequito en el escenario del Tetris. Lo pasadizos entre algunos de sus edificios, adornados con rejerías, de nuevo geométricas, crean espacios inusuales, promesas coronadas por relojes de sol. Los escuetos cercaditos de un metro frente a las fachadas de las casas bajas pareadas de la colonia (pues las hay de diferente tipología y alturas), están a veces repletos de plantas y a veces sin más contenido que un tendedero portátil.

La colonia, que no es muy conocida por los madrileños, ha salido algunas veces en prensa por las rutas de los relojes de sol, que recobraron su esplendor durante la rehabilitación impulsada por la Asociación de Vecinos Barrio Moscardó en 2022. Pero, ¿cuánto tiempo llevan allí los relojes? ¿Cuáles son sus secretos?
Los 17 relojes de sol salpicados por Moscardó -inicialmente iban a ser casi el doble- llegaron a las fachadas de la colonia hace ya más de cuatro décadas, pero mucho después de que se levantaran las casas, antes y después de la guerra. El conjunto debe su aspecto actual a la renovación que se llevó a cabo en la década de los ochenta (desde 1982). La Empresa Municipal de la Vivienda encargó al diseñador y pintor Alberto Corazón la nueva decoración para dotar al barrio de un elemento identitario. Corazón fue autor de logotipos míticos como los de ONCE, Paradores, Renfe, Cercanías, UNED, Casa del Libro, Mapfre o el Círculo de Bellas Artes. Además, dejó en Madrid una huella que podría decirse indeleble si no fuera porque la mayoría se ha perdido: los murales de la plaza de Puerta Cerrada.

Relojes que aparecen, algunos como clave de bóveda de los pasadizos que atraviesan los bloques de viviendas de tres pisos, otros en los esquinazos interiores. De sencillos colores a juego con los de los motivos geométricos que adornan las fachadas –azules, rosados, crema– y números que riman tipográficamente con los de los portales, en los porches metálicos con tejadito a dos aguas que son también santo y seña de la actual configuración de las casas.
El elemento triangular encargado de proyectar con su sombra sobre la base pintada en la pared la hora se denomina gnomon y, en herencia, gnomónica la disciplina que guarda los arcanos de su diseño. Si estuvieran perfectamente orientados al sur no sería complicado pero la realidad tiene la costumbre de no adecuarse tan fácilmente a las teorías de la física. Para que los rayos solares den la hora (en el lugar, el sol llega sobre las diez de la mañana) fue imprescindible la participación del matemático José Caurcel. Por cierto, es importante tener en cuenta que no nos regimos por la hora solar (ni por la de Usera), por lo que es necesario sumar a la hora devuelta por las fachadas dos horas en verano y una en invierno.

Conviene perderse y mirar hacia arriba pero dejamos algunas pistas por escrito. Los cuatro más grandes se aparecen en el lado oriental de los edificios de la calle de las Calesas y llegan a medir 6 x 5 metros. Los 11 relojes más pequeños están en las fachadas de las casas y los pasajes de las calles Gumersindo Azcárate, Doctor Sanchís Banús y Ramón de Madariaga, y en la plaza del Pintor Lucas y General Marva. Existe un reloj que llegó después. Es el que luce la fachada del Instituto Pedro Salinas, está diseñado por un profesor de matemáticas del centro e incluye un dragón chino en origami que dialoga con la composición demográfica del instituto.
La primera colonia municipal de casas ultrabaratas
La actual colonia de Moscardó es el resultado de diferentes promociones de vivienda pública, de lo que hoy conoceríamos como protección oficial. La primera de las colonias, Salud y ahorro, fue construida a principios de los años treinta, y es aproximadamente la articulada alrededor de la plaza Francisco Ruano, conocida como Plaza Romana por sus columnas de inspiración clásica. Entre 1932 y 1936 se levantó al norte de esta la Colonia Valdenúñez, por las calles Mariblanca y de la Cuesta. Ambas fueron proyectadas por el arquitecto municipal José Lorite Kramer.
Las dos colonias adoptarían el nombre de Moscardó al ser reconstruidas durante la posguerra (los arcos con torreones pertenecen a esta época). Las callecitas como de pueblo llamadas Jerusalén y Nochebuena fueron construidas por domingueros (personas que trabajaban en construir sus propias casas bajo la dirección de arquitectos) en los años cincuenta. Aún se añadiría una nueva fase a principios de los años sesenta entre las calles Juan Español y Gumersindo Azcárate. La mayoría de los vecinos accedieron a la propiedad de los pisos después de la rehabilitación de los años ochenta.
La creación de la colonia original tiene que ver con el debate de la vivienda obrera, que se dio a caballo de los siglos XIX y XX. Una corriente de mejora de las condiciones de vida de la clase trabajadora cuyas causas basculan entre las buenas intenciones del higienismo en voga y la necesidad de apaciguar la conflictividad social.

El Reglamento de Casas Baratas de 1912 ya abría la vía a que los ayuntamientos las promovieran solicitando los beneficios de la ley (tributarias, con préstamos del Estado) que se desarrolló en una Ley de 1921. En 1924, bajo la dictadura de Primo de Rivera, se modifica la ley y el conde de Vallellano, alcalde de Madrid, crea en nuestra ciudad un Banco Municipal de Construcción, además de movilizar solares y diseñar un presupuesto para su promoción municipal. Este banco, en el que los inquilinos depositarían las fianzas, proporcionaba réditos interesantes a las arcas consistoriales a través de los intereses. A pesar de ello, suscitó oposición entre las clases propietarias, representadas en la Cámara de Propiedad y políticos como el ex alcalde Ruiz Jiménez.
En 1929 se aprueba construir las primeras viviendas municipales para realojar a los habitantes de algunas zonas de chozas a erradicar, como las del barrio de Peñuelas. Para ello, se adquirieron los terrenos conocidos como de la Huerta del Torero y Regajo de Valdenúñez. En 1932, ya con la república, se crea el Patronato Municipal de Casas Baratas, bajo cuya dirección se desarrollaron las colonias.

Podían solicitar casa los habitantes de los poblados de chozas (chabolistas, diríamos hoy) que se iban a derribar, de buhardillas sin servicios o casas ruinosas. También las personas que hubieran sufrido accidentes laborales que les imposibilitaran trabajar o hubieran resultado heridas en acciones de guerra. Para amueblar las casas se establecieron unos ajuares que los habitantes pagarían en un plazo de cinco años con un interés del cinco por ciento.
Las casas de Salud y ahorro se inauguraron el 16 de marzo de 1933 y, poco a poco, fueron llegando los servicios, como un mercadillo provisional, un primer grupo escolar que pronto se reveló como insuficiente y hasta las fiestas de Usera en 1933. La clase trabajadora, que habitaba la nueva barriada, también se apresuró a fundar sus propias instituciones, como la Sociedad de Inquilinos, afecta a UGT, y una cooperativa de consumo.

A pesar de que la modernización del barrio avanzaba, no faltan en la prensa de la época las quejas por las condiciones de las nuevas casas. Cuando estalla la guerra, está construyéndose aún el Grupo Escolar Valdenúñez, que se llamará después de la contienda Luis Moscardó (hijo del coronel franquista) y actualmente es el colegio público Jorge Manrique.
El nombre de Moscardó sigue hoy ligado al barrio y a esta colonia al sur del Manzanares, aunque el Ayuntamiento de Ahora Madrid quiso cambiarlo en 2015 por el histórico Salud y ahorro. Una colonia que no tiene la protección urbanística ni el reconocimiento de otras colonias históricas madrileñas, algunas de las cuales se construyeron a cobijo de la misma legislación pero con intenciones más lucrativas. Que constituye un espacio realmente singular dentro de nuestra ciudad, un paseo tranquilo que limita con el ajetreo populoso de Usera desde la plaza del mercado o nos permite pasar una mañana de domingo en el bar del cercano campo del Moscardó. Que es capaz de tenernos una hora cazando los soles dibujados en sus relojes, que conforman, dicen, el conjunto gnomónico más grande de España.
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