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'Neochulapismo', la estrategia del PP de Madrid que se apropia de la tradición para convertirla en “antiprogre”

Esperanza Aguirre, vestida de chulapa, en San Isidro.

Guillermo Hormigo

Madrid —
9 de noviembre de 2024 22:48 h

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En su repaso a la visita de varios políticos a la Pradera de San Isidro en 2007, durante la precampaña de unas elecciones autonómicas y municipales en Madrid que volverían a encumbrar al PP de Madrid, la periodista Ruth Toledano (que dos años después se convertiría en la primera mujer nombrada cronista de la Villa) analizaba la extensión del término “parpusa” para referirse a la gorra chulapa.

Toledano contrasta en su análisis los usos y costumbres del por entonces alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón, con los de la expresidenta de la Comunidad de Madrid Esperanza Aguirre: “Gallardón, que es un populista de primera, pasó de usar parpusa. El gran contemporizador dijo que no le gusta ponerse trajes que no lleva habitualmente. Y el caso es que lleva razón, porque esto parece un circo. Esperanza apareció embutida en un disfraz de chulapona al que solo le faltó la pañoleta (o como quiera que se llame en castizo ese trapo a la cabeza)”.

“Lo castizo no es solo lo folclórico. Es una manera de estar en la ciudad, tanto del pueblo como de la aristocracia, clasista y a la vez populachera”, explica el socióligo e historiador Emmanuel Rodríguez para diferenciar la utilización de esta identidad por parte de los sectores populares frente a la que hacen figuras políticas como Aguirre. Para Rodríguez, en conversación con Somos Madrid, “la política es un juego de máscaras” en el que Aguirre “supo representar su papel”.

Un juego que ahora “Ayuso imita e incorpora”. Según el autor de El efecto clase media. Crítica y crisis de la paz social (2022), la actual presidenta del Gobierno regional toma de su predecesora elementos como “un acento castizamente impostado”. Pero ya no desde la posición de las élites que se dirigen al pueblo, sino desde un discurso diseñado para apelar directamente a las clases medias asimilándose con ellas.

“Ayuso no es trumpismo, sino la evolución de una corriente previa, la de los neocons madrileños de Aguirre. Es la última entrega de los neoconservadores madrileños, el gran laboratorio del PP de los años noventa, y de nuevo la versión triunfante del PP, terminados de aguar los rescoldos del 15M y los recuerdos de la corrupción popular”, escribía Rodríguez en un análisis del neoconservadurismo madrileño.

El sociólogo traza las líneas maestras de esta corriente: “Se caracterizan por su orientación atlantista, anticomunistas, neoliberales en lo económico, conservadores en lo político, liberales a medias, privatizadores redomados, pero también estatalistas en la protección de sus clientelas sociales: contradicciones andantes y cambiantes según quien habla, según a quién se dirijan. Hay un exceso de ideología, de movilización, de teatralización, un exceso tras otro exceso. El rasgo más definitorio de los neocon es su estilo: agresivo, sólido, correoso. Las patocherías de Ayuso son menos una provocación, que un arte: estar siempre en el centro de los medios, en el centro de las conversaciones, en las redes sociales y en las cafeterías”.

El “procesismo” madrileño

Rodríguez desgrana la aplicación de este mismo prefijo neo- al chulapismo: “Hay un componente antiprogre, de soberbia y suficiencia moral frente a la supuesta hipocresía de una izquierda que se dirige a la clase obrera pese a provenir de esas mismas clases medias que Ayuso”. Cree que la dirigente madrileña “ha sabido representar su papel, asumir el conflicto y hacer como que habla con franqueza”. Una “especie de honestidad, por mucho que sea igual de impostada que las formas de otros políticos, que también explica por ejemplo el éxito del primer Podemos”.

Ese “asumir el conflicto” del que habla el también editor de Traficantes de Sueños se materializa a través de la exacerbación de la identidad madrileña, que funciona a modo de “afirmación de los intereses locales frente a lo que tiende a venderse como un asedio de Catalunya”. Una identidad que busca asimilarse a la nacional, a la española, y en contraposición con el nacionalismo catalán. “El procesismo de Ayuso consiste en enfrentar una fábula con otra fábula: el nacionalismo catalán con el orgullo madrileño, el despecho periférico a los capitalinos con la apología de la xuleria madrilenya, el odio al Madrid facha con la celebración del Madrid liberal. Todo muy emocional”, escribía Rodríguez.

Hay un componente antiprogre, de soberbia y suficiencia moral frente a la supuesta hipocresía de una izquierda que se dirige a la clase obrera pese a provenir de esas mismas clases medias que Ayuso

Emmanuel Rodríguez Sociólogo, ensayista y editor

Un nacionalismo “a la madrileña” que intenta construir una identidad para luego hacerla pasar por el epítome de lo español. Es lo que sostiene Raquel Peláez, periodista que ha publicado recientemente con la editorial Blackie Books el libro Quiero y no puedo: una historia de los pijos de España. “Ese nacionalismo madrileño funciona a modo de reacción a la existencia de otros que ya existían. Pero es descabellado darle connotaciones nacionalistas a lo madrileño, que no es una nación histórica”, apunta en declaraciones a este periódico.

“Lo vemos en esa transformación semántica del uso madrileño (o de algunos sectores madrileños) de la palabra libertad. La libertad se convierte en mezclar sin vergüenza ninguna los recursos públicos con los privados”, critica Peláez, en una frase que recuerda a la de “estatalistas en la protección de sus clientelas sociales” que describía Emmanuel Rodríguez. “Es decir, la libertad pasa a ser una especie de permiso para hacer el mal o contravenir las normas. Como si la libertad fuera disfrutar haciendo maldades”, expone la periodista.

Un “malismo” (como se bautiza a esta corriente en el nuevo libro de Mauro Entrialgo) cuyas formas van mucho más allá de la política. Sirve de ejemplo la apuesta por los negocios con nombre y estética canallita que proliferan en la capital, especialmente en distritos con solera como Chamberí, justo el mismo del que es originaria y residente Isabel Díaz Ayuso.

Raquel Peláez distingue eso sí estos negocios que hasta presumen de su origen pijo de aquellos castizos o populares: “Los nombres comerciales de los lugares castizos suelen destacar cualidades positivas (La Imperial, La Graciosa...). Ahora los nuevos negocios un poco más y te insultan a la cara”: La Malcriada, La Chunga, Bellaco Mida... En una línea similar se mueven los locales con juegos de palabras chabacanos, como el ya desaparecido La Polla del Pollo en la calle de Zurbano.

Los nombres comerciales de los lugares castizos suelen destacar cualidades positivas (La Imperial, La Graciosa...). Ahora los nuevos negocios un poco más y te insultan a la cara

Raquel Peláez Periodista y autora de 'Quiero y no puedo: una historia de los pijos de España'

“En España hay una larga tradición de pijos canallas, y todavía sigue: los pijos de más alta alcurnia, aristócratas por ejemplo, ya tienen su destino escrito. En cierto modo, una persona llana es más afortunada, pues tiene más libertad de elección, y muchos pijos se rebelan contra esa predeterminación a través del canallismo, la transgresión”, afirmaba en el mismo sentido Iñaki Domínguez en un artículo de El País. Una forma de rebelarse ante la nada, de inventarse una opresión cuando nada oprime.

'Neochulapismo' de izquierdas

Emmanuel Rodríguez situaba “la hipocresía de la izquierda”, o al menos la sensación que pueden transmitir esas formaciones, como una de las claves del rédito electoral que logra la “franqueza” de Ayuso, por mucho que pueda ser una sinceridad diseñada y escenificada. Raquel Peláez recuerda en este sentido el papel clave que Más Madrid otorgó y otorga también a lo castizo, un “neochulapismo con uso folclórico amable”. Menciona, como ejemplo, la tipografía del partido inspirada en los carteles del Madrid antiguo.

Para Peláez, esta estrategia “luego se ha violentado a través de una maniobra concienzuda de la derecha por transformar ciertos símbolos en una reacción frente a otros nacionalismos”. Sugiere incluso que “los trajes regionales de lagarterana o de maragata son un invento para desplegar un imaginario que no existía”.

Entonces, ¿todo lo castizo es impostado? Raquel Peláez encuentra su refugio de chulapismo sincero en las Bodegas Alfaro. Esta taberna centenaria de Lavapiés, fundada por la familia Alfaro a principios del siglo XX y actualmente regentada por Ángel Rodríguez, es una institución del tapeo español. Una consideración lograda gracias a una carta que incluye exitazos como la melva con pimientos, el solomillo en aceite, la sardina ahumada, las chacinas ibéricas, el queso manchego, los boquerones en vinagre, el salmorejo, la cerveza de barril o el vermut. Un local que mantiene la estética de sus comienzos, aunque sus actuales dueños le dieron un pequeño lavado de cara ampliando el espacio y dejando ver en algunos rincones la piedra sobre la que se construyó.

Peláez también reivindica La Pradera. Una explanada que cada año toman jóvenes de botellón, decenas de puestos de feriantes o familias humildes y en una gran proporción de origen migrante. “Es muy difícil convertir La Pradera en la Feria de Abril”, sentencia. Claro que por allí también pudo verse este año a Mario Vaquerizo, que actuó con su banda Nancys Rubias a cambio de 30.000 euros pagados por el Ayuntamiento de Madrid. Todo ello un año después de protagonizar el anuncio más representativo del Madrid castizo de las élites. Ayuso adjudicó cuatro contratos a dedo para el anuncio de promoción de Madrid, que costó 54.268 euros de los que Vaquerizo cobró 13.310 euros. El neochulapismo canalla no es solo ideológico, también se paga.

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