Me llamo Alejandro y soy cineasta novel. Mi experiencia trata sobre la autocensura de un sector de la industria cinematográfica española, concretamente el de los festivales. La autocensura es silenciosa, camaleónica y siempre opera bajo la superficie visible, por lo que, a mi entender, es más peligrosa que la censura expresa, pues carece de censor a batir. Sin embargo, está ahí. Trataré de hacerla emerger para el lector contando mi caso.
En 2021 produje y dirigí Esperanza contra Esperanza, un cortometraje basado en la historia real de Cristina Carrascosa, la exalcaldesa del Partido Popular en Mejorada del Campo que en 2015 se rebeló contra la red de nepotismo del PP de Madrid, liderado en aquel momento por Esperanza Aguirre. Una de las pocas películas que cuentan un episodio real de corrupción de nuestra España reciente y, hasta la fecha, la única que aborda uno del Madrid de Esperanza Aguirre.
Para reducir el número de barreras que ya imaginaba una película así tendría en su distribución por el circuito nacional de festivales de cine, encaré la producción bajo el mayor rigor del que fui capaz con la intención de alcanzar la excelencia en todos y cada uno de los aspectos que componen una obra cinematográfica. Aquí tenéis el tráiler y aquí el corto, del que aporto algunos números:
Tres años totales de trabajo con 8 meses de preparación, 15 sesiones de ensayos con los actores (Laura Fuentes, Vicente Galarza y Edu Rejón) repartidas en 3 meses, 6 meses de montaje con 3 pases de prueba con público hasta perfeccionar 2 versiones finales de 16 y 12 minutos para redes y festivales, 24 meses de distribución por el circuito nacional de festivales de cine y envíos a 219 festivales españoles. Todo costeado con 20.000€. Cifra que se escribe rápido, y se lee más aún, pero que requiere tomar aliento, pues todos fueron propios y ninguno público o externo.
Resultado: seis proyecciones en territorio nacional. De las cuales tres fueron on line y solo tres en sala con público (Vitoria, Guadalajara y Cabra). 6 de 219. Y ni una sola proyección en festivales de la Comunidad de Madrid en dos años. Cero.
Una de dos: o el corto es malo, pero malo, remalo, o es otra cosa. Vamos a ver esta segunda hipótesis y cuán plausible puede ser.
En ‘Crematorio ¿Ficciones sobre corrupción? Sí se puede’ (Cuaderno ‘La vida en series’. Revista ElDiario.es, 2015), Isaac Rosa escribe: “Pese a la crisis y a la repolitización ciudadana, la ficción sigue mirando de reojo, de lejos, a la realidad más conflictiva”. En lo referente a cine político en España esta afirmación sigue hoy vigente. Los festivales nacionales demuestran todos los años su compromiso social programando y premiando masivamente películas y cortos de temas como inmigración, violencia de género, feminismo, ciberacoso, identidad sexual o de género, memoria, neocapitalismo, cambio climático, pobreza, racismo, desigualdad o enfermedad. Son obras de un alto valor social que reflejan las injusticias del sistema y cuyos personajes confrontan consigo mismos y con su círculo más cercano pero, paradójicamente, rara vez lo hacen con quienes originan, agravan o silencian con sus decisiones políticas, judiciales o empresariales estas injusticias.
En el cine español no faltan madres, padres, abuelos, hijas, hermanos, parejas, amigas, vecinos, ventanas o espejos. Faltan abogados, fiscales, juezas, médicos, profesoras, estudiantes, periodistas, militares, funcionarias, empresarios y líderes políticas -los policías están en otra categoría que excede estas líneas, pero en lo importante escasean, y de científicas ni hablamos-. Falta escalar los temas de nuestro abundante cine social a la planta de arriba de nuestro escaso cine político y sus afluentes, el cine jurídico, periodístico y empresarial. Más claro: no faltan historias sobre la identidad, faltan historias de héroes de nuestro tiempo contra villanos.
¿Por qué falta todo esto? Tomando prestada de nuevo de Isaac Rosa una brillante palabra, por “conflictofobia”. En mi opinión, y que nadie se me enfade, la industria del cine español es hoy “conflictofóbica”. Tiene miedo a molestar y ello la hace, no cobarde, pero sí mucho menos valiente de lo que cree ser. Y, al frenarse, deja de seducir a muchos espectadores que sienten que su estado de ánimo y deseo de justicia -en tiempos de injusticia televisada 24/7- no son recogidos en su totalidad. Hay películas muy valientes pero son excepciones. A ellas voy en breve.
Mientras que Esperanza Aguirre ha goleado a los españoles sin piedad en forma de escándalos de despilfarro y corrupción, nuestra justicia no ha conseguido marcarle ni un solo gol de vuelta. Y a falta de una sentencia judicial, una película basada en una historia real es lo más parecido a una verdad oficial. Por eso, para mí, Cristina Carrascosa es un símbolo. Su historia es el gol de honor que la sociedad española necesitaba marcarle a Esperanza Aguirre. Por un lado, porque Carrascosa consiguió lo que la justicia no: arrancarle a Bartolomé González, estrecho colaborador de Aguirre en 2015, una frase incriminatoria que la descubre en control sobre todo lo ocurrido durante sus años en el poder y que resuena como lo que es, una involuntaria confesión (minuto 10’25’’ del corto; versión 16 min.). Tal gol por la escuadra debió parecer que le marcaba esta alcaldesa, que Aguirre intentó destruir la reputación de Carrascosa y meses después fue expulsada para siempre del PP. Y, por otro lado, porque el ejemplo de integridad frente a los corruptos que Cristina Carrascosa nos regala devuelve a todos los españoles, de izquierda o derecha, la esperanza en nuestros representantes. Y eso es el corto: un caso de corrupción filmado que nos da a todos los españoles esperanza en los políticos.
Que un cortometraje con un mensaje tan relevante para la sociedad española, realizado con una factura y unas interpretaciones de primer nivel, le haya parecido irrelevante a prácticamente todos los festivales de España desafía toda lógica. Que no haya habido un solo pase en los festivales de toda la Comunidad de Madrid, cuando aborda la corrupción de la que fue su máxima dirigente durante diez años, desafía toda lógica. Que no haya tenido un solo hueco en el Festival de Cine de Alcalá de Henares (ALCINE), localidad de la que Bartolomé González -protagonista del corto en el que confiesa sus corruptelas- fue alcalde durante diez años y Carrascosa su vecina a 15 km de Alcalá, desafía absolutamente toda lógica. En resumen, que el corto haya despertado interés en Argentina o Colombia pero no en Madrid es vergonzoso.
Corrijo. Solo hay una lógica que no desafía: la de la conflictofobia. Miedo a molestar. Miedo a líos. Es decir, autocensura, que no censura, de los programadores.
En España la censura es ilegal. La autocensura, no. Pero ambas tienen el mismo efecto práctico.
Independientemente del cortometraje, el cine español no puede obviar su conflictofobia. Desde 2008 los casos de corrupción en España acaparan portadas con una intensidad devastadora para nuestras arcas y para nuestro espíritu, pero nuestro cine no ha mostrado interés en ello. No hay mucho más aparte de las valientes B, El Reino o el corto Mindanao. Y sobre ellas también operó la conflictofobia en la exhibición o en la financiación.
Y ahí acaba nuestro cine político. Más allá de algunos telefilms improvisados, no hay películas biográficas serias sobre ninguno de nuestros dirigentes recientes, incluido el dictador. Ni tampoco interés en contar, en una ficción con nuestros grandes nombres, los momentos históricos que más han impactado emocionalmente a los españoles desde 1978: el asesinato de Miguel Ángel Blanco, el 11M, la crisis de 2008, el 15M, la ruptura emocional de Cataluña con el resto de España o la polarización actual. Y la aproximación a la Transición y al 23F es muy insuficiente. Con la dictadura más o menos cubierta -¡afortunadamente!-, solo el terrorismo de ETA ha manifestado un honesto interés con un buen lote de títulos: desde La pelota vasca (2003) -documental- hasta la imprescindible Maixabel (2021).
Más. Ya sea sobre hechos reales o ficción original, la ausencia de tramas políticas, judiciales, periodísticas, empresariales o científicas es descorazonadora por lo que, de facto, todas nuestras instituciones presentes escapan a la mirada del cine español: los gobiernos, los partidos políticos, la justicia, la iglesia, los bancos, las empresas, el fútbol, el ejército, la diplomacia, los medios de comunicación, la sanidad, los sindicatos, los colegios, las universidades… Apenas hay algún título potente aquí (Lo sé. Hasta yo me sorprendía cuando lo escribía).
Este páramo de historias, personajes, emociones, géneros y posibilidades creativas y comerciales es impensable en las cinematografías de otras democracias como Reino Unido, Francia, Italia, Alemania o, por supuesto, Estados Unidos. De nuevas a clásicos, estas poquísimas: Anatomía de una caída, Paradise, Simone, la mujer del siglo, El acusado, No mires arriba, Y mañana el mundo entero, Silvio, Vice, La gran apuesta, Spotlight, El lobo de Wall Street, Margin call, La dama de hierro, La red social, Il divo, La ola, The queen, Erin Brockovich, Algunos hombres buenos, JFK.
Por fortuna, las series cubren algunos huecos (Vota Juan, Patria, Antidisturbios, Crematorio, Merlí, El Ministerio del tiempo,…) pero ni pueden ni deben reemplazar a las películas de cine (por razones sobre las que no puedo extenderme).
Por todo ello, creo que hay una gran parte de la sociedad cuyas preocupaciones y deseos no están representados en las películas que se hacen. Con las comedias light, los thrillers inofensivos y los dramas sociales llenando la cartelera y plataformas, sus respectivos targets están más que servidos. Tenemos la oportunidad de diversificar nuestra producción fílmica, atraer a otro público potencial, reforzar nuestra marca frente a la sociedad demostrándole que nos preocupan las instituciones, exportar esa hermosa idea a otros países -aparte de saber reír y amar; imprescindibles, por otra parte- y, posiblemente, aumentar nuestra cuota de pantalla.
Ni el periodismo ni el documental pueden alcanzar la conexión y la magia del buen cine. Las películas tienen el potencial extraordinario para inspirar el optimismo y la imaginación, haciendo que sus personajes encuentren en la ficción caminos para ganar batallas nobles que no ganarían en la vida real. Y a veces esta es la fórmula para ganarlas: verlas primero en la ficción para ganarlas después en la realidad. Fiscalizar el poder para obligarle a mejorar.
Creo que un mundo tan castigado como el que hoy vivimos se debe a sí mismo estas películas. Animo a que repensemos la industria para contribuir.
NOTA: Agradezco a Somos Madrid y ElDiario.es haberle dado voz al corto y no puedo dejar de recordar a los denunciantes de casos de corrupción en toda España. En especial, el injusto calvario del caso de Ana Garrido.