La piscina del Stella donde los botones llevaban cócteles a los jugadores del Madrid y las criadas bailaban los jueves
Este verano nos hemos propuesta hablar de piscinas en Madrid. Sin referirnos al fenómeno sociológico que el periodista Jorge Dioni bautizara acertadamente como la España de las piscinas, aunque con la mirada puesta también en el uso social del agua y el chapoteo estival. Empezamos con las líneas racionalistas de La Isla (y su arquitecto Gutiérrez Soto), cuya silueta de trasatlántico es hoy un fantasma del Madrid que fue en medio del Manzanares. Y dejamos hoy los espectros del Madrid desaparecido para centrarnos en otro barco varado en un Madrid que ya no le pertenece: el Club Piscina Stella, en el número 231 de la calle Arturo Soria.
Stella fue un club social y deportivo con una gran piscina, vaso infantil, restaurante, bar, sala de fiestas, gimnasio, peluquería, boleras, frontones… su público era predominantemente gente bien, aunque en tiempos se celebraba el día de la servidumbre los jueves y daba cabida a un millar de personas. Un centro de ocio privilegiado fuera de la ciudad que quedó luego orillado por la M-30 (que de hecho redujo sensiblemente el espacio del complejo, cercenando por ejemplo, la bolera).
Nació ya como una anomalía en su tiempo. Sus curvas líneas racionalistas y su metafórica silueta de buque ya no se llevaban en 1947, cuando Manuel Pérez-Vizcaíno Pérez-Stella (de ahí el nombre) mandó construirlo al arquitecto Fermín Moscoso del Prado. Tampoco Luis Gutiérrez Soto, que coge las riendas con una ampliación en 1952, era ya el arquitecto que había traído la modernidad a España, embarcado como estaba en el monumentalismo, el historicismo y las querencias imperiales del nuevo régimen.
Manuel Pérez-Vizcaíno Pérez-Stella era un hijo de la utópica Ciudad Lineal de Arturo Soria. Su madre, Asunción Pérez Vizcaino era vecina y sobrina de una de las cabezas visibles de la Compañía Madrileña de Urbanización; su padre, José Pérez-Stella, había prosperado con la fabricación de cigarrillos en Filipinas y también habitaba en la calle Arturo Soria (que entonces se llamaba Principal). La piscina fue un sueño de juventud inspirado en los baños del vecindario en el pilón que había en los viveros de la finca familiar, donde levantó el club.
Recientemente ha salido la novela Los días ligeros (Plaza y Janés, 2024), en la que Yolanda Guerrero ubica la acción en la piscina Stella, donde tres amigas experimentan en el lugar con los escasos resquicios de libertad del franquismo en 1952. Por el libro desfilan Ava Gardner, Xavier Cugat, los duques de Windsor o Antonio Machín como muestra de una efervescencia sociocultural que ha sido esgrimida por el PSOE, junto con los méritos arquitectónicos del complejo, para solicitar en comisión de Cultura, Turismo y Deporte que sea declarada Bien de Interés Patrimonial (BIP). El plan propuesto es, a partir de ahí, “iniciar los trámites que sean precisos para que o bien se restaure o bien pueda ser adquirida por el Ayuntamiento”.
Sin duda, los americanos de la base de Torrejón, asiduos bañistas, contribuyeron a subrayar los aires de modernidad del lugar. Y los jugadores del Real Madrid, a los que los botones de la piscina llevaban cócteles en el Stella, asentaron el club como uno de los espacios sociales del franquismo que se quería mostrar aperturista en los sesenta. El bikini, dicen, llegó a Stella antes que a Benidorm y se practicaba el nudismo en una de sus terrazas cuando la costumbre no era ni conocida en el país.
El club, regentado por sucesivas generaciones de la familia fundadora, cerró sus puertas en 2006 y sus instalaciones muestran las heridas lógicas del abandono. Actualmente, el solar sigue siendo privado –se ha intentado vender sin éxito en alguna ocasión– y está protegido por un Plan Especial de 2011 con un nivel 3, mientras que sus jardines han recibido un nivel de protección 2. Se trata de un grado de protección que, en opinión del grupo municipal socialista, es parcial e insuficiente para asegurar su integridad. El ayuntamiento de Madrid, en cambio, opina que ya está suficientemente protegido.
En 1992 Joaquín Sabina incluía en el álbum Física y química la canción Todos menos tú. En ella, el cantautor hacía una colorida enumeración de imágenes de la noche madrileña que incluía los versos “Petardeo de terraza, pasarela, escaparate / Archy, Joy, Stella, ¿cómo vais de chocolate?” Solo la Joy sobrevive de la terna de escenarios de la gente guapa, aunque las líneas racionalistas y los magníficos jardines de Stella, señalizados por sus características letras impresas en negro, aguardan cobijar una nueva vida. ¿Será con piscina?
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