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Memoria Madrid

Un stolpersteine para el médico de Dachau y otros deportados madrileños en campos nazis

Luis de la Cruz

13 de octubre de 2022 11:15 h

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A partir del próximo viernes, si vas caminando despistado junto al Café del Espejo puede que tropieces, a la altura de ese portal 31 de Recoletos, con una stopersteine con el mensaje “Aquí vivió Vicente Parra Bordetas. Nacido en 1886. Exiliado en Francia. Resistente, Deportado 1944 ”Tren Fantasma“. Dachau. Liberado”. Una secuencia telegráfica grabada en una de esas pequeñas placas doradas que recuerdan en sus domicilios a los  internados en campos de concentración nazis, que impresionan y obligan a parse a pensar.

Una recuerdo para el médico del Tren Fantasma, Dachau y el hospital Varsovia

La historia completa de Parra Bordetas, aquel vecino del Paseo de Recoletos, es digna de reconocimiento y atención. Nacido en 1886, se licenció en medicina en 1908. Los primeros años, ejerció su profesión en la provincia de Toledo, donde conoció a su mujer, Josefa Hidalgo Samper, y formó una familia. En 1921 volvió a Madrid, donde trabajó en la fundación de La Equitativa-Fundación Rosillo. En 1929 volvió a Toledo, donde estaba al llegar la sublevación militar de 1936. Pasó a Madrid con su familia, donde colaboró con el Socorro Rojo Internacional y fue médico de la Guarda de Asalto con rango de capitán. Los últimos momentos de la guerra los pasó en Barcelona, desde donde cruzó los Pirineos junto con miles de españoles del bando republicano.

Pasó por los campos de internamiento de Argelès-sur-Mer, Le Vernet y Septfonds, antes de recalar junto a sus hijos en el campo de Clairfont, donde se ocupaba de la enfermería. Aunque se habían integrado en batallones de trabajo, en 1943 fue detenido por la policía de Vichy y encarcelado en el campo de Le Vernet, sospechoso de ser agente de enlace comunista . De allí salió camino de Dachau tres días después del desembarco de Normandía, como pasajero del tristemente mítico “Tren fantasma”.

En la enfermería de Dachau, Parra atendió a prisioneros que habían sido víctimas de experimentos nazis y a los afectados por una epidemia de tifus, entre otras dolencias. El campo fue liberado por los norteamericanos el 29 de abril de 1945. Había pasado ocho meses en el terrible campo de Dachau, donde perteneció al Comité Internacional de Prisioneros.

Pero la historia de Parra Bordetas no termina con su liberación de Dachau. A su vuelta a Tolouse, donde le esperaba su familia, se integró en la plantilla del Hospital Varsovia, un centro abierto por refugiados españoles del que llegó a ser director. Si hoy visitamos la ciudad francesa, aun encontraremos en el actual Hôpital Joseph Ducuing-Varsovie una placa que recuerda esta fantástica experiencia, fundada por iniciativa de militantes comunistas para cuidar a españoles heridos en las resistencias francesa y española. En 1948 el médico y su familia marcharon a Venezuela, donde pasó sus últimos años y murió en 1967.

Un stolpersteine para cada deportado

El mismo viernes 14 otros siete deportados en campos de concentración nazis serán reconocidos a las puertas de las que fueron sus casas en el centro de Madrid: en las calles Duque de Osuna, Plaza de España, Santa Clara, Carmen, Gran Vía, Cervantes, Paseo del Prado y Recoletos.

Y el viernes siguiente, 28 de octubre, de nuevo la comitiva restauradora de la memoria volverá para colocar otras nueve, la mayoría en las zonas de Malasaña y Chueca.

Aunque los stolpersteine eran frecuentes en otras ciudades del mundo, en Madrid no hemos empezado a familiarizarnos con ellos hasta que Jesús Rodríguez e Isabel Martínez, grandes impulsores del proyecto en España, empezaron a colocarlos junto con otros compañeros de asociaciones memorialistas, historiadores y, en general, ciudadanos concienciados con la memoria histórica. El inicio del proyecto hay que buscarlo a principios de los noventa, cuando el artista alemán Gunter Demnig comenzó a instalar los adoquines en memoria de los zíngaros deportados.

El acto de colocación es un ritual emotivo y reparador en el que, cuando es posible, un familiar del homenajeado introduce la colocación del adoquín dorado; si no puede ser, un familiar de otro deportado da el testigo, o un miembro de la organización oficia de anfitrión. Las convocatorias son abiertas, cualquiera puede acudir y participar de la enriquecedora experiencia de hacer nuestas aceras un poco más conscientes.