En el esquinazo de la calle de Ofelia Nieto 29 con Sánchez Preciado había una gran casa de dos plantas. Una casa que, durante un tiempo, se convirtió en símbolo de la resistencia frente a la especulación y el poder entre los movimientos sociales de Madrid.
La casa era, en realidad, tres, donde vivían otras tantas familias: un matrimonio mayor con sus dos hijas y sus respectivas parejas e hijos. Ofelia Nieto 29 era una planta silvestre del paisaje de Tetuán, aunque estaba situada en la acera de la calle donde empieza el distrito Moncloa-Aravaca. Construida por la familia en 1957, al crecer las hijas habilitaron dos apartamentos en la planta donde había estado el taller familiar. La casa era un ejemplo del tipo de vivienda con negocio que tanto abundó en la zona. Era testimonio, también, de la familia extensa propia del viejo barrio, todos a una, que en su caso se reunía en la espléndida azotea de la casa a ver crecer a los críos. Una terraza que, como veremos, se convertiría en plaza de pueblo y símbolo del movimiento por la vivienda.
Ofelia Nieto 29 fue una casa que se vio incluida en un plan de reforma urbanística a su pesar. Aunque que no molestaba a nadie ni su suelo era reclamado para ninguna mejora del vecindario, se la condenó a desaparecer. Pero las normas y los planos se toparon con una familia unida, terca y con un alto concepto de lo que es justo, que en la parte final de su lucha se asoció con los activistas que pululaban por las aun vigorosas asambleas que habían nacido durante el 15M. Una casa que hoy, tras su derribo en febrero de 2015, son solo algunos cascotes dispersos sobre un descampado surcado de malas hierbas. Patrimonio 100% municipal de suelo no finalista tras una alambrada metálica.
Tras el derribo, Ángeles, una de las hijas, se marchó con su familia a un pueblo a 45 km. de Madrid. No podían hacer frente a los precios de la vivienda en la capital. Al poco tiempo se llevaron a sus padres con ellos. Luisa, la hermana mayor, sigue viviendo en la portería donde trabaja su marido, en Tetuán. Después de una vida entera conviviendo bajo un mismo techo, llevan un año sin verse físicamente por culpa del Covid.
Los grandes acontecimientos dejan topónimos en los barrios. En el caso que nos ocupa, uno de los miembros de la tercera generación de la familia abrió un taller mecánico, como el que originalmente había ocupado el bajo de la casa, en la calle Capitán Blanco Argibay. Se llama Taller ON29, el hashtag que uno de los activistas, viviendero, se inventó para seguir en redes sociales la conversación a propósito de Ofelia, y que se convirtió en emblema de la causa también fuera de la red.
Seis años después, el recuerdo de aquella lucha sigue cruzando la existencia de la familia Gracia-González, cuenta Ángeles. Permanecen el orgullo por haber plantado cara y el agradecimiento a todos los que les ayudaron, pero también la frustración de un final amargo. “Tengo clavado en mis retinas a mi pobre padre tras salir de la casa derrotado y sin fuerzas, sentado en un portal de la calle como ausente, y a mi madre sacando fuerzas de no sé dónde para sacar los pocos recuerdos que nos dejaron, en fin, que ya no somos los mismos.”
¿Qué pasó en Ofelia Nieto 29?
La familia Gracia-González contactó con el grupo Tetuán Resiste en otoño de 2012. Lo normal para el grupo de desahucios, surgido de la asamblea del 15M en el distrito, era de aquellas el caso de desahucio hipotecario, consecuencia de la onda expansiva del crack económico que había roto las costuras de la sociedad española. Tiempo después, lo serían los casos de desahucio por impago de alquiler y, en una terrible segunda vuelta para muchos vecinos, por ocupación. Sin embargo, hasta la fecha no se habían topado con un caso derivado de la reordenación urbanística de la ciudad. Algo que, como podrían comprobar después, ha sido el pan nuestro de cada día en la historia de Tetuán.
Antes de Tetuán Resiste la familia ya llevaba años de litigios con el Ayuntamiento de Madrid, contra un proceso de expropiación con el que no estaban de acuerdo y que tenía su origen en un plan de 1990. A ellos les alcanzó en el año 2004 a raíz de una modificación del Plan General de Ordenación Urbana.
La postura de la familia y de los activistas era que la expropiación no tenía utilidad pública ni era necesaria. Solo un esquinazo de seis metros cuadrados quedaba en la frontera de alineamiento del nuevo trazado de la acera, sin que en ningún caso quedara obstaculizado el paso. Era técnicamente un caso de fuera de ordenación, como hay tantos en nuestras ciudades. Por otro lado, la casa no era una infravivienda, estaba al día en cuanto a las ITE del Ayuntamiento y no había intención de construir allí ningún equipamiento público. El derribo de la casa de al lado, sin embargo, dejaba un potencial solar amplio, que a todo el mundo se le antojaba un pastel de ladrillo suculento para futuras promociones urbanísticas.
En todo caso, el punto central del asunto, que no todo el mundo entendería, era que las familias consideraban aquella su casa y, no mediando razones justas para la expropiación, querían que siguiera siéndolo. Se les ofreció un precio por debajo de mercado, sobre todo teniendo en cuenta que era el hogar de tres familias, pero la razón verdadera de la resistencia de la familia nunca fue el dinero.
El grupo comenzó entonces una doble estrategia de lucha: la legal y la movilizadora. Con la ayuda de urbanistas y abogados ilustres (como Ramón López de Lucio o Íñigo Maguregui) intentaron entender las aristas más crípticas del proceso. A pesar de que, en opinión de diversos expertos en la materia, había en el expediente defectos de forma e irregularidades, el proceso de expropiación, a la larga, no conseguiría detenerse. La movilización popular, sin embargo, alcanzó gran notoriedad en la sociedad madrileña.
La andadura de la campaña de lucha comenzó con una gran recogida de firmas en todos los rincones de Tetuán, del rastro de la Avenida de Asturias a las fiestas de Radio Almenara. La salida a la calle supone la definitiva constatación de cómo el diseño urbano hecho a espaldas de los vecinos acarrea su expulsión: son muchos los que llegan contando un caso de expropiación y realojo en condiciones lesivas para los vecinos. Procesos de gentrificación que, paradójicamente, son silenciosas a pesar de llevar aparejado el derribo de muros. En muy poco tiempo se consiguieron 4000 firmas a pie de calle, que fueron entregdas el 12 de agosto en el Área de Urbanismo.
Un coloquio con urbanistas titulado Vidas derribadas se convirtió en el primer acto de una larga lista de eventos organizados en la gran terraza que coronaba la casa. Las ideas bullían en el entorno de la Asamblea 15M de Tetuán y su grupo de vivienda, y el caso servía de conector con otros problemas que atravesaban la historia del barrio, de manera que se plantea hacer un Museo de la memoria dentro de la casa, “si la tiran, tiran toda la memoria del barrio”, querían decir los activistas.
Y llegó la orden de desalojo: el 14 de agosto la casa debía quedar libre. ¿La respuesta? Convocar una acampada para la noche del 13 en la azotea, que se convertiría en permanente, día y noche, durante los siguientes quince días. A las seis de la mañana se presentaron medio centenar de antidisturbios en la calle de Ofelia Nieto. En el exterior, unas 200 personas, del barrio y de todas las partes de Madrid, se suman a la familia y a quienes resisten dentro. Los vecinos rompen el cordon policial y, ante la imposibilidad de entrar en la casa, la policía se marcha entre un estallido de júbilo y las notas de Bella Ciao, que se convertiría, junto a la Marcha Imperial de Star Wars –curioso sincretismo– en la banda sonora de la resistencia en Ofelia Nieto 29.
Según reza en la documentación a la que consigue acceder la Asamblea, el Ayuntamiento tiene hasta el 28 de agosto para tomar posesión de la casa, en cualquier momento. Si no lo hace en este plazo, deberá volver a contar con una nueva autorización judicial, lo que alargaría irremediablemente los plazos.
Después del 14 de agosto la dimensión de Ofelia Nieto nunca más va a ser tetuanera. La casa era ya patrimonio de todo el movimiento por la vivienda de Madrid y la expresión de que el tradicional parón de la política madrileña en agosto, ese telón de silencio y polvo tras el que llega la piqueta a los barrios viejos, no existiría ese verano excepcional. Había vecinos de guardia. Se prepararon turnos para que siempre hubiera un buen número de personas en la casa. En la azotea se asamblea la gente sin descanso; confluyen vecinos, activistas y hasta gente que llega de otras partes de España o del extranjero. Se organizan actos –muy recordada es la sesión de cine en la que, tras debatir qué película reflejaba mejor los procesos de expulsión urbanística se decantaron por Los Goonies–, se tejen afectos durareros, que toman formas cotidianas, como la tarta de queso casera de una de las activistas, o de intercambio de mensajes en un grupo de Whatssupp que, de facto, era uno de los canales de comunicación más efervescentes del activismo madrileño.
A la vez, se diseñaron una serie de acciones reivindicativas que, al modo que refería Lefevbre –que habla de los viejos suburbios como “una espuma que golpea los muros de la ciudad”– llevaron su grito festivo de resistencia a los centros de poder madrileños. Se señala al Ayuntamiento de Ana Botella, a la Junta de Distrito, e incluso al Grupo Ortiz, empresa constructora habitual de las contratas municipales cuyo logotipo aparece en cada intento de acercamiento a la casa por parte del Consistorio.
Y llegó Cobri. En las redes sociales había hecho fortuna el rediseño del popular Cobi con forma de sobre, a propósito de los papeles de Bárcenas y la corrupción del Partido Popular. El meme vino como anillo al dedo a una reivindicación urbanística que sucedía en el Madrid que aspiraba a ser olímpico y que esperaba con nerviosismo la decisión del Comité Olímpico Internacional en septiembre. Cosido en la misma casa, el traje de Cobri se manifestó junto a los activistas frente a la sede del Comité Olímpico Español y se hizo presente en el agosto madrileño, queriendo evidenciar la conexión entre la espectacularización del urbanismo y el desdén por la ciudad humilde.
El 23 de agosto se llevó a cabo una acción coordinada en el centro de Madrid. Hoy nadie recuerda que falló el intento de tintar el agua de la fuente de la Cibeles porque en las fotos luce muy bien la gran pancarta colgada de la azotea del Círculo de Bellas Artes. Además, un grupo de ciclistas obligó a un bus turístico de dos pisos a parar frente al Ayuntamiento. Desde el autobús rojo, un grupo de activistas infiltrados desplegaron otra pancarta frente a la gente que se concentraba en contra de la expropiación.
Fueron noches tensas y alegres a la vez. De rumores -“hoy lo intentan”-, de tejer amistades durareras o efímeras... Luego se sabría que los mandos policiales desecharon al menos un intento más de desalojo por la ocupación continuada de gente en la vivienda, pero la noche del 27, última antes de que expirara el plazo, la afluencia de gente en los alrededores de la calle fue tremenda. Y durante todo el día. Y, a media noche: fiesta.
Tras un respiro para celebrar, los activistas se pusieron de nuevo manos a la obra, a la búsqueda de una solución definitiva para la familia. Siguieron las Olimpiadas contra la especulación en El Retiro. Prácticamente a la vez que el famoso “relaxing cup of café con leche” de Botella, se celebraron pruebas tan cachondas como corrupción sincronizada, lanzamiento de ladrillo y 100 metros-sobre. La jornada acabó, esa noche, con un activista subido durante 17 horas a una farola de la Puerta del Sol, bajo la advocación en redes de #Cobrisevienearriba. Una forma de protestar cargada de humor que, sin embargo, acabó con detenciones.
Acompañamientos a juicios, intervenciones en el pleno municipal, en el pleno de Cibeles -de donde la familia fue expulsada- una campaña con más de 600 fotos de personas sujetando un cartel que decía “Yo vivo en Ofelia Nieto 29” con las que se cubrió la fachada de la casa...el grupo de vivienda de Tetuán y el resto de activistas, convertidos en la familia de Ofelia, siguieron trabajando duro por el caso durante el año siguiente.
La mañana más triste de la historia de la calle Ofelia Nieto
Pero un año después de la victoria de los movimientos sociales, con el Ayuntamiento de Ana Botella en retirada, llegaría el golpe. Y sería un golpe de excavadora. La noche del 26 de febrero de 2015 una llamada anónima alertó a la familia de que al día siguiente irían a desalojar la casa. A pesar de que, en principio, cabía dudar de la credibilidad del mensaje, la asamblea de vivienda movió el asunto internamente y una veintena de personas hicieron noche en la casa. Sucedió.
Con los abuelos y la nieta de 12 años a punto de salir al cole dentro, las mazas empezaron a aporrear la puerta. Como no pudieron tirarla, la destrozaron con la pala mecánica. La casa fue derribada sobre la una de la tarde, tras horas de protestas frente a los antidisturbios municipales por parte de activistas y del vecindario, que acudieron en cuanto la noticia del desalojo se difundió. Hubo algunas carreras por la calle Ofelia Nieto, un intento espontáneo de colarse corriendo dentro de la casa y, sobre todo, un último movimiento audaz por parte de un grupo heterogéneo de activistas que tomó, como si fuera un polvorín enemigo, la excavadora amarilla con el logo del Grupo Ortiz que debía servir para hacer añicos la casa.
El día después del derribo, de alguna manera, siguió siendo el mismo terrible día para los activistas y la familia pues, entre otras cosas, no habían sido liberados todos los detenidos durante la jornada. Esta es otra ramificación de la historia, poco contada, que merece mantenerse en el recuerdo. Al margen de los momentos duros de la detención, la permanencia en el calabozo o la siempre intimidante peripecia frente a la justicia, los procesos judiciales son tiempos muertos repletos de angustia. Pese al apoyo del entorno amplio de un activista, se ceban en el individuo y sus allegados más cercanos.
Aquel día se detuvo a seis personas que estaban dentro de la casa (incluidos un fotoperiodista y un miembro de la familia) y cinco personas de las que intentaban impedir el derribo desde fuera. Algunos de ellos pasaron un día y unas horas detenidos y salieron,con cargos, sobre las tres de la tarde en los juzgados de Plaza Castilla, donde mucha gente los esperaba.
Comienza entonces un largo proceso en el que, poco a poco, van saliendo de la instrucción del caso los detenidos. Quienes más tiempo permanecieron pendientes de la causa fueron Manuel, vecino de Tetuán, que estuvo un año y medio bajo la sombra de una posible acusación judicial (que incluía la acusación polical de haberles tirado líquidos inflamables desde la azotea), y un joven del grupo juvenil de Moratalaz Distrito-14. El primero es sacado de la instrucción antes del juicio y solo el joven de Moratalaz llega a sentarse frente al juez, en octubre de 2017, para salir absuelto de todos los cargos.
Dos días después del derribo, llegó la reconstrucción simbólica de Ofelia Nieto 29. Con un ojo puesto en Can Vies, Centro Social Autogestionado barcelonés que habían empezado a reconstruir un grupo de activistas tras su demolición parcial, se convocó a gente de todo Madrid para hacer una recomposición expresiva de Ofelia. No se pretendía levantar de nuevo la morada de los Gracia-González pero sí demostrar que había un tejido social dispuesto a levantar, desde los escombros, las ruinas arrojadas a las calles por la especulación. Se construyó un muro, se puso un buzón con el nombre de la familia y se acarrearon escombros hasta la puerta de la Junta Municipal de Tetuán tras una manifestación improvisada por el distrito. Los restos triturados de la casa permanecieron un mes al aire pese a que la familia y los activistas advirtieron, incluso antes del derribo, que las cubiertas pulverizadas contenían amianto.
En lo sucesivo, aún se harían algunos actos en el solar, como un picnic, durante el cual se colocaron unos paneles con la historia combativa del barrio (recuperando el proyecto del Museo de la Memoria), o unas jornadas de Historia a la contra de Tetuán, para lo que activistas y vecinos de la Asociación Vecinos de San Nicolás Valdezarza desbrozaron y acondicionaron el solar. También se pintará un mural azul sobre la medianera que cierra el local que aún hoy se puede ver, medio tapado por un graffity.
Punto final: resignación, orgullo, rabia y necesidad de descanso
En mayo llega al gobierno municipal Ahora Madrid, lo que abre una pasillo de esperanza entre la polvareda del derribo, que aún flota alrededor de la comunidad de Ofelia Nieto 29. En junio, la familia lee el pregón de las fiestas de la Dehesa de la Villa. Allí, Ángeles habla de los detenidos durante el derribo y de la situación todos los desahuciados, lo que viene a subrayar el compromiso de la familia con Tetuán Resiste, de cuya actividad participan cotidianamente. Sale a relucir la terna “justicia, memoria y reparación.”
Aunque se hace esperar, en diciembre se produce la reunión de la familia y un grupo de activistas de Tetuán Ressite con Manuela Carmena. Les acompaña Montserrat Galcerán, Concejala Presidenta de los distritos de Moncloa-Aravaca y Tetuán; una de las famosas díscolas de Ahora Madrid, proveniente de la universidad y del núcleo municipalista de Ganemos. El plan que José Manuel Calvo (Urbanismo) y la alcaldesa han diseñado es el siguiente: el solar de Ofelia Nieto (que es algo más grande de lo que ocupaba la casa con la suma del terreno anejo) sería, significativamente, el lugar donde se construyeran las primeras viviendas de protección de la legislatura, y a las tres familias se les reservarían las suyas. Los Gracia González, por su parte, sólo querían la reversión de la expropiación y que les reconstruyeran su casa. Aunque para mucha gente era complicado de entender qué tenía de malo el ofrecimiento del Ayuntamiento, para cualquiera que hubiera vivido de cerca el caso las razones de aquellas miradas de desolación y punto final de padres e hijas, a la salida de la reunión, eran obvias. Nunca fue cosa de precio, para aceptar dinero o una propiedad se habrían evitado doce años de desgaste, acoso inmobiliario y gastos en abogados. Era, más que nunca, cosa de “justicia, memoria y reparación”.
Con o sin la familia, en realidad, aquellas viviendas sociales nunca llegaron a proyectarse y durante el resto de la legislatura el solar siguió en barbecho, como continúa estando hoy. Hubo quien vio en aquella reunión un mapa con la dimensión real de aquello que desde algunos espacios activistas se había llamado meses antes asalto institucional o, incluso, revolución democrática. La reversión de una expropiación en la que no mediaba interés público alguno, con un derribo que se había llevado a cabo sin aviso previo y con flecos legales pendientes en los tribunales, era realmente de una gran complejidad jurídica, al parecer insalvable para toda una alcaldesa.
De forma un tanto siniestra, el solar, que se parece a otros que hay en la zona y en todo el ámbito del cercano Paseo de la Dirección, nos habla más de la historia de Tetuán que aquel museo que algunos proyectaron en Ofelia Nieto 29. Los muros medianeros, con concreciones de cemento y siluetas de tejados a dos aguas desaparecidos, son la caligrafía bastarda con la que se escriben las vidas derribadas en el camino hacia la construcción de una ciudad más moderna y aséptica. Bajo los rastrojos y las latas oxidadas de los solares hay tomas de agua olvidadas y material arqueológico de lo que fueron estancias con familias que tuvieron que irse a vivir lejos.
La historia de la casa y la familia no es muy distinta de la de otras de la zona y esto, que hizo que algunos no entendieran la dimensión del tinglado que se montó a su alrededor, es precisamente lo que ocasionó que el tesón de la familia a la hora de defender su forma de vida generara aquella pulsión colectiva.