Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Voces para entender Casa Grande, el servicio familiar y oasis para la infancia de Madrid que Almeida planea desmantelar

Familias, pequeños y profesionales en una de las Casa Grande

Luis de la Cruz

Madrid —
4 de julio de 2024 23:07 h

6

“Las familias madrileñas necesitan tu ayuda”. Estas fueron las primeras palabras publicadas hace cuatro días en la cuenta de Instagram Salvemos Casa Grande, una agrupación de usuarios del servicio municipal madrileño improvisada –aunque con mucho orden, aparentemente– para salvar el servicio de un próximo cambio en la gestión del servicio que estiman es en realidad un desmantelamiento por lo bajini.

El proyecto Casa Grande nació en 2018 de la semilla de los presupuestos participativos, inaugurados también durante el Ayuntamiento de Ahora Madrid, y está implantado en cuatro distritos: Carabanchel, Tetuán, Hortaleza y Villa de Vallecas. Son espacios abiertos para el encuentro comunitario, donde las familias con hijos de hasta cuatro años pueden acudir a encontrarse con otras familias, compartir el camino de la crianza y hallar, además, profesionales de atención a la infancia (educadores, pedagogos, psicólogos etc.) que los ayuden en un periodo trufado de dudas e inseguridades.

El modelo, que no debe confundirse con una escuela infantil o una ludoteca, va más allá del ocio compartido, aunque este sea el contexto en el que se desarrolla. Es un espacio de acompañamiento donde, además, se imparten numerosos talleres especializados. Su personal depende de la Dirección General de Familia e Infancia (Departamento de Familia), aunque está gestionado en la actualidad por la empresa ABD Asociación Bienestar y Desarrollo.

Ahora, los trabajadores y familias usuarias de las Casas Grandes de Madrid tienen la mosca detrás de la oreja. El análisis de un nuevo pliego, que habría de entrar en vigor a partir del próximo mes de diciembre, podría esconder un desmantelamiento silencioso del modelo. A la vista de los papeles se deduce que el servicio se encoge a mínimos y se integra en los CAF (Centros de Atención a las Familias), reduciendo las plantillas de los cuatro profesionales actuales a uno solo, e integrando allí también sus espacios. El horario, además, se dividirá en dos franjas de edad (0-3 y 4-6 años), lo que impedirá que las familias con varios hijos pequeños acudan juntas a disfrutar del recurso, algo que actualmente es muy frecuente. Por otro lado, la idea es abrir a partir de entonces de lunes a viernes en vez de en horario de martes a domingo, como actualmente.

Menos horas, menos profesionales, menos recursos y otros espacios no específicos, al menos en las instalaciones donde no están ya compartiendo instalaciones con los CAF (Tetuán y Hortaleza). El Ayuntamiento, por su parte, aduce que simplemente quedarán ligados a los CAF y que, de hecho, se abrirá uno nuevo.

Si Casa Grande ha resultado ser un oasis en medio de la ciudad individualista para hacer tribu, ahora, sus comunidades están demostrado robustez ante la amenaza. En cuanto se enteraron de la noticia, los usuarios y usuarias de Casa Grande crearon un grupo de WhatsApp para coordinarse y en una hora ya eran 250 personas. Desde entonces, han nacido distintos grupos de trabajo que funcionan a toda máquina. Redactaron con mimo una carta dirigida al alcalde, José Luis Martínez Almeida, acompañada de un millar de firmas de usuarios y usuarias de las cuatro Casas Grades. Ya tienen, además, una petición online y un Instagram cuyas publicaciones están volando entre madres, padres y profesionales de atención a la infancia.

“Hay padres y madres que nos estamos dejando la piel en esto porque creemos firmemente que hay que frenarlo. Además, queremos reivindicar más espacios así y más atención a la primera infancia”, explica Esther, usuaria del Casa Grande de Hortaleza que está dedicando muchas horas a tratar con los medios de comunicación.

Un servicio explicado a través de sus usuarios: las voces de Casa Grande

Faltan las voces de los pequeños y pequeñas que cada día acuden al servicio, balbuceos de bebé o palabras sin filtros en el caso de los niños de cuatro años. Su experiencia aparece recogida a través de sus madres y padres. Lo mismo sucede en el caso de los trabajadores del servicio, sobre quienes todas las personas con las que hemos hablado –siempre refiriéndose a ellas con el nombre de pila– solo han tenido buenas palabras. “El otro día compartía con mi hija mayor mi preocupación con este desmantelamiento y lo primero que me preguntó fue por los profesionales. Me pareció muy significativo ya que ella lo identifica como uno de los elementos clave del recurso”, explica María A., madre de Gadea y Mencía, y usuaria de Casa Grande.

Volvamos al principio. Como Casa Grande es un recurso para la primera crianza, es por definición un espacio donde las familias llegan y se van. Sin embargo, hay personas que ya salieron por la puerta y han vuelto a entrar en la comunidad para defenderlo. Como Paloma, que vivió en primera persona la génesis del proyecto. Es vecina de Tetuán, precisamente el distrito en el que se pidió en los presupuestos participativos de hace ocho años un espacio diáfano y libre de riesgos para las familias. La petición encajó con los planes que tenía en mente el equipo rector de Ahora Madrid y al poco empezaron a andar las Casas Grandes. “Yo estuve yendo a la que se abrió en la calle Numancia [posteriormente, se trasladó a la calle de San Enrique, donde está actualmente]. Asistí a la apertura y tuvo una acogida maravillosa en el barrio”.

Tribu, espacio seguro, refugio, dudas, apoyo, no juzgar, acompañamiento… son conceptos que aparecen una y otra vez en los relatos que nos han llegado, que también abundan en los beneficios educativos para los pequeños. Experiencias que se repiten entre los asistentes de Hortaleza, Villa de Vallecas, Tetuán o Carabanchel y, sin duda, reflejan problemas de nuestras sociedades.

Lara, usuaria de Villa de Vallecas, salía de una depresión posparto y buscaba espacios para su nueva vida. “Había tenido una excedencia y cuando empecé a trabajar otra vez vi que el Covid nos había dejado sin tribu, sin grupos de lactancia, de madres, ni sitios donde ir con mi hijo los días de lluvia, frío, calor extremo…” La imagen de la ciudad como un entorno árido para la infancia se repite en muchos de los testimonios.

Rosa (Tetuán) es madre sola, tiene un bebé de dieciocho meses y empezó a ir a Casa Grande cuando su bebé tenía solo dos. “Yo estaba disfrutando muchísimo la maternidad, pero me faltaba tribu, mis padres fallecieron y estaba sola. Por las mañanas me encontraba sola, dando paseos y hablando con un bebé. Llegar a Casa Grande es encontrarte con otras madres y padres con bebés de la misma edad y empezar a hablar con otros adultos”. El testimonio es similar al de Mercedes, madre de Manuela (17 meses). Llegó guiada por la matrona del centro de salud al Casa Grande de Tetuán en busca de un grupo de lactancia y encontró, además, un espacio compartido en todas las facetas de la crianza. “Con Manuela con pocas semanas lo primero que supuso para mí fue una válvula de escape, me sirvió para no caer en una depresión”, explica.

No hay problema pequeño y menos en los momentos de vulnerabilidad extrema que siguen a un parto, pero hay vidas con más urgencias que otras. El entorno de Casa Grande –sus profesionales y las comunidades– fueron especialmente importantes para algunas personas con las que hemos hablado.

Mayelin es madre primeriza y usuaria del Casa Grande de Tetuán. Cuando, un buen día, llegó, no sabía cómo funcionaba. “Me acogieron fenomenal, allí somos todos iguales, no hay diferencias ni prioridades”, cuenta. Pero aún no sabía cómo de importante iban a ser el espacio y sus profesionales en su vida. Pasó una depresión terrible, “no sabría decir si era depresión posparto, me recetaron cinco ansiolíticos para dormir, algo para comer…un montón de cosas”. Una de las cosas que le empujaban a salir a la calle era que la niña no se quedara en casa y allí estaba Casa Grande. “Siempre me ayudaban, te voy a contar una cosa. Nunca voy los fines de semana, pero un sábado me sentía tan mal que fui, para mí era una escapatoria. Y Evelyn, una de las profesionales, no sé si lo intuyó, pero vino a hablar conmigo. Esa chica me marcó tanto…” Mayelin sufrió abusos siendo niña y carga con traumas desde entonces. Desde Casa Grande fue derivada a otros profesionales públicos, como los del CAF, que, según cuenta emocionada, le han ayudado mucho.

Para Elizabeth el centro de Tetuán también ha supuesto un antes y un después en la vida. “Es nuestra casa y conocí a otros papás que son a día de hoy también una familia”, dice. Vino de Kenia en 2011 y en un momento dado se encontró sola con su hija en una casa de acogida. Estaba a punto de perder la custodia de la pequeña María cuando una de las trabajadoras de Casa Grande planteó la situación a algunas de las familias asistentes. Elizabeth encontró en aquel compañerismo las oportunidades que le permitieron tener un contrato laboral, seguir con su hija y tener hoy trabajo y un hogar en El Pozo.

Para Gemma, madre de Luna y usuaria en Hortaleza, también resultó un espacio de salvación personal. “Conocimos Casa Grande hace un año, yo estaba en un momento muy vulnerable y viviendo una situación muy complicada. Acababa de denunciar por maltrato al padre de la niña y éste me hacía la vida imposible, amenazándome y cargándome con todas las culpas. Yo no me atrevía a salir mucho a la calle, apenas me relacionaba con gente, me daba miedo todo, me sentía mala madre a pesar de que le daba todo a mi hija. Estaba al borde de hundirme en una depresión enorme”, explica, mientras pone en valor el lugar como “una familia grandota llena de calorcito”, un espacio seguro donde no se siente juzgada por nadie.

La mayoría de los nombres al frente de la reivindicación de la permanencia de Casa Grande tal y como ha estado funcionando hasta ahora son femeninos, aunque no faltan también hombres entre quienes la han usado, la usan y quieren que el proyecto siga adelante. Es el caso de Rodri, que lo conoció hace un año y pico a través de otros amigos de Vallecas. “No hay un solo espacio para los niños, parece que molestan en todos sitios y nos maravilló”, explica recalcando que es un recurso que genera “paz e integración”. O Santiago, de 43 años, que acude con su hijo Marcos. “Íbamos con dudas, pero desde el principio nos encantó el Casa Grande de Hortaleza, lo recomendamos mucho”. O Roberto, que considera que la instalación de Tetuán ha sido crucial para la crianza de su hija y que se ha creado una comunidad “independiente del origen y la condición” que de otra manera no hubiera sido posible.

Al principio, todos los testimonios recabados para redactar este artículo eran de mujeres, pero fueron varias las madres que sunrayaron la importancia de incluir las voces masculinas. Paloma, en concreto, lo explicaba así: “las mujeres tenemos más facilidad para construir estas redes de apoyo entre madres, pero los hombres están más desvalidos porque el modelo de masculinidad de sus padres no les vale y tienen que buscar sus propios referentes. Creo que tienen menos trabajado el tema de las habilidades sociales. Las mujeres tenemos otros foros a través de los grupos de lactancia o la matrona del barrio y ellos no”. Este es un asunto que no ha sido invisible dentro del proyecto: en algunas de las Casas Grandes se han organizado sesiones mensuales solo para padres.

Después de escuchar todos los testimonios, queda claro que las familias usuarias de Casa Grande valoran mucho la especificidad del modelo. No albergan dudas de la importancia de los CAF –de los que muchos son usuarios también– pero creen que su Casa Grande tiene una entidad con éxitos probados que no debe quedar reducido a un apéndice anecdótico dentro de otro servicio. “Al ser un recurso abierto a todas las familias, no necesariamente derivadas de recursos sociales, se crea un espacio de diversidad. Con el nuevo modelo, en el que estaría dentro de un CAF, una de las cosas que tememos es que desaparezca esa apertura porque el CAF es un recurso destinado a familias que, de entrada, tienen que afrontar un problema”, explica María R., usuaria de Tetuán que se está involucrando en la empresa de salvar Casa Grande..

Para las familias de Salvemos Casa Grande es evidente que si algún problema hay en el modelo es que se queda corto en sus dimensiones y debería replicarse en todos los barrios de la ciudad. Por ello, la jibarización que propone el Ayuntamiento de Madrid por vía administrativa les suena a desmantelamiento y se han propuesto luchar por la supervivencia de la Casa Grande a ellos los ha hecho –en palabras de alguna entrevistada– mejores.

Etiquetas
stats