Cuando cae la noche, el Valle de los Caídos se convierte en un sitio aún más siniestro. Apenas dos habitaciones con la luz encendida en la Hospedería y algunas farolas alumbran el recinto. La enorme cruz que se alza 150 metros casi ni se distingue del cielo negro.
Es la noche del domingo. Quedan unas 80 horas para que los restos de Francisco Franco salgan de la basílica, aunque en ese momento solo Pedro Sánchez y su equipo más cercano saben la fecha exacta en que sucederá. Pero la exhumación está en la mente de todos los que están entonces en el Valle de los Caídos.
Tras la misa que se celebró a las 11 de la mañana, la basílica ya está cerrada y ni siquiera los monjes benedictinos, que incluyen en sus oraciones ruegos “por la unidad de España” pueden entrar. Ocho de ellos lo intentaron pero se toparon con la oposición de la Guardia Civil.
El domingo agentes del instituto armado comenzaron el día impidiendo el paso a los visitantes que habían reservado una habitación en la Hospedería. El dispositivo de seguridad ha multiplicado el número de guardias civiles en el recinto y la basílica está custodiada de forma permanente. El intento del reportero Cake Minuesa de acceder al templo disfrazado de monje para instalar cámaras ocultas que grabasen la exhumación, de la que no se podrán tomar imágenes, ha aumentado, todavía más, las cautelas del dispositivo.
Pasadas las 16 horas, se permitió la entrada en la hospedería a las personas alojadas, aunque muchas de las cerca de 30 reservas se han perdido. “Les han dejado entrar como a delincuentes”, lamenta uno de los hombres que estaba alojado previamente.
La hospedería es un gran edificio que forma parte de complejo monumental perteneciente a Patrimonio Nacional, pero que gestiona como un hotel la comunidad benedictina, cuyo prior, Santiago Cantera, ha liderado junto a la familia Franco la batalla contra el Gobierno para tratar de evitar la exhumación del dictador. La veintena de monjes que habitan en el Valle de los Caídos disfruta de privilegios, cada año de los presupuestos se destinan 340.000 euros de dinero público por “mantener el culto”, y se quedan con los ingresos de la hospedería, según explica la recepcionista.
Nada más entrar en el hall hay varios expositores de merchandising: Desde llaveros, pulseras, cinturones o corbatas (todos ellos con la bandera de España) hasta un cáliz que se vende por 300 euros. También se exponen libros de la editorial 'Centro de Estudios Sociales del Valle de los Caídos' y títulos como 'Yo fui gay' o 'Abriendo las puertas del armario', ambos con recetas contra la homosexualidad; 'Cómo superar la depresión' o 'Por qué dejé de ser masón'.
Pero el bestseller es sin duda el texto del prior –'Así iban a la muerte'– sobre los caídos del bando nacional. “Lo quiero, lo quiero”, dice una mujer alojada en la hospedería antes de salir. “Has tenido suerte, no quedaban más”, le contesta su amiga, que se había hecho antes con dos ejemplares a quince euros cada uno.
Este domingo finalmente se alojaron en la hospedería poco más de una decena de personas: cuatro miembros de la Asociación de defensa del Valle de los Caídos, dos matrimonios mayores y dos periodistas de eldiario.es, además de los monjes y algunos trabajadores. Minuesa ya no está, fue detenido la víspera y ahora está acusado de los delitos de desobediencia y daños. La exhumación de Franco protagoniza buena parte de la rutina de las últimas fechas. “Normalmente hay más gente, pero estos días…”, comenta una trabajadora, que lamenta que en el almuerzo no haya opción de elegir más de un plato porque están teniendo problemas para que entren las furgonetas de reparto.
Es la hora de la cena. Sopa caliente de tomate y verduras, pollo al ajillo y una variedad de postres caseros es el menú, regado con agua y vino tinto, por 10 euros. La hospedería también acoge a los agentes de la Guardia Civil que están desplegados en el Valle de los Caídos para darles el almuerzo y la cena.
Al filo de las 22 horas y con una sensación térmica de dos grados bajo cero, los huéspedes fuman un cigarrillo fuera de la hospedería y charlan por teléfono. “Me resisto a dejar este sitio porque la vez que me vaya será la última vez que lo vea como yo lo he conocido siempre”, lamenta uno de los presentes. Considera que con esta decisión “se han acabado 44 años de historia”, dice mientras mira con nostalgia la emblemática cruz, situada justo enfrente. La hospedería está separada de la abadía y del monte sobre el que se eleva la cruz por la calle Arriba España.
El silencio por la noche es total salvo por el crujir de alguna madera y los aviones que, pasada la medianoche, cruzan por encima del Valle. La resignación de la mayoría de los huéspedes aumenta a la mañana siguiente durante el desayuno. “No pintamos nada aquí”, dice una de las comensales, que propone ir a hablar con los monjes para explicarles que se tienen que ir “por las circunstancias”. “Por las circunstancias es por lo que nos tenemos que quedar”, responde otra. Sin embargo, tienen dudas de que puedan permanecer allí. “Nos van a echar”, se quejan
En ese momento salta la noticia: la exhumación de Franco será el jueves 24 a las 10:30 de la mañana. “Lo han dicho en la Cope”, dice uno de los comensales mientras habla por teléfono. Su previsión era el miércoles. “Es una vergüenza de todas formas cómo lo están haciendo”, reprocha una mujer. La conversación sigue entre seis de los alojados, que pasan a quejarse de la posición que ha mantenido la Conferencia Episcopal en el conflicto entre los Franco y el Gobierno. La Iglesia aseguró que no se opondría a la exhumación si así lo determinaban las autoridades competentes. “Es el único sitio al que se podría venir a oír misa. Porque a ver dónde vas”, protestan.
A las 11 horas del lunes los monjes benedictinos ofrecen misa en la abadía. Es una ceremonia sin homilía, cantada, con muchos de los rezos en latín y de espaldas a los fieles. Acuden, además de once benedictinos, diez de las personas que han logrado entrar en el Valle de los Caídos. Es una de las últimas liturgias que se celebrarán con el cuerpo del dictador en la basílica, que se encuentra a unos metros custodiada por la Guardia Civil, que ya ha precintado la zona para que nadie pueda asomarse a ver cómo entran y salen los operarios.
La oración incluyó una llamada a la concordia y a que “finalmente se consolide en la unidad de España”. “Para que los caídos (...) por la muerte redentora de Cristo descansen eternamente y su recuerdo fomente la paz entre todos los españoles, roguemos al Señor. Para que escuche nuestras oraciones en estos momentos de lucha y de dolor y este problema se aleje pronto, roguemos al Señor”, fueron las frases más politizadas de la misa.
A mediodía, con la basílica precintada y el recinto blindado, Moncloa prepara el dispositivo mediático con el que pretende dar cobertura a la medida más simbólica del mandato de Sánchez y que se le ha resistido durante más de un año. Ahora llega en plena precampaña y los socialistas confían en que le dé un espaldarazo.
Salimos del Valle de los Caídos, un agente de la Guardia Civil se despide. Ya hay cámaras de televisión apostadas al otro lado de la carretera grabando todos los movimientos de la zona: la entrada de maquinaria, de la empresa de mármoles, operarios de Movistar e incluso una furgoneta de Hiper Usera. La exhumación está en marcha.