El olor a humedad, las calles embarradas, la falta de luz eléctrica, la organización vecinal y la represión de los rojos. Son algunos de los recuerdos que el periodista y poeta Rodolfo Serrano tiene de sus primeros años en el madrileño barrio de Vallecas, apodado más tarde como ‘la Pequeña Rusia’ de Madrid por la cantidad de comunistas que se refugiaron en él.
En una novela gráfica publicada por la editorial de su hijo, el cantautor Ismael Serrano, Hoy es siempre, el periodista comparte sus recuerdos y los de decenas de vallecanos que aterrizaron en el sur de Madrid huyendo del hambre, del paro y de la represión en los años 50 y 60. Un momento que coincidía con el auge de la construcción en la capital, por lo que migrantes de lugares como Extremadura o Andalucía acudieron ante la necesidad de mano de obra.
Los recuerdos de Serrano, que en el cómic los narra su alter ego, Carlos, un periodista recién jubilado que se pasa las noches escribiendo las historias que vivió en su infancia, van acompañados de las viñetas de Román López-Cabrera. “Román hizo Historia de una guitarra, que es la historia de España contada a través de cantautores. Y me gustó mucho. Me preguntó si yo tenía algo que contar, le mandé mis historias y me contestó con ellas convertidas en cómic”, cuenta Serrano. Así empezaron a trabajar juntos en lo que hoy es Vallecas, los años del barro. “Yo le contaba el ambiente, las casas, le mandaba fotos… Y él captó muy bien todo eso y fue recogiendo la historia”.
Un barrio de migrantes
Desde los años 60 hasta hoy, Vallecas ha sido un barrio de migrantes. Muchos acudían arrastrados por otros familiares o amigos que ya se habían instalado allí. Entonces, las casas se construían por las noches, para que la policía no tuviese la oportunidad de tirarlas: “Se decía que si por la mañana estaba puesto el techo y había alguien dentro no podían tirarlas, pero aún así muchas se tiraban porque no daba tiempo a hacerlas en una sola noche y había que volver a levantarlas”.
Así, con “casas muy pequeñas, cuyas habitaciones se llamaban huecos, construidas alrededor de patios, se constituyó todo el barrio”. Hoy está disgregado dos distritos, Puente de Vallecas (con más de 230.000 habitantes) y Villa de Vallecas (107.000 habitantes censados), y más de medio siglo después ha sobrevivido a la precariedad, la represión, las consecuencias de la droga, la estigmatización y la pandemia del coronavirus, cuya incidencia allí durante los primeros meses fue de las más altas de Europa.
Que no se pierda la memoria
Uno de los capítulos más divertidos del cómic –y a la vez amargo, por lo que significa– narra cómo un vecino se hizo con un urinario y lo plantó en medio de su salón. El urinario era necesario para que les concediesen la cédula de habitabilidad y llegase la luz eléctrica al barrio (por la que lucharon esencialmente las mujeres, acudiendo cada día a la Casa de la luz, en Pacífico, hasta que les hiciesen caso). Aquel vecino alquiló el retrete a decenas de familias, que se lo iban pasando casa por casa para que una funcionaria –muchos dicen que “hizo la vista gorda”– pudiese darles los papeles.
Serrano recopila este tipo de historias para que no se pierda la memoria de lo que logró un barrio entero. “Porque hay mucha gente que no conoce la historia. Se ha perdido la memoria porque muchos viejos no quieren hablar de lo que fue ese pasado tan duro, no lo cuentan y muchos jóvenes no preguntan”, lamenta.
“En una conversación con Juan Barranco [alcalde de Madrid entre 1986 y 1989] me decía que estas son historias que deberían enseñarse en los colegios, que los niños tienen que saber de dónde vienen”, señala Serrano a elDiario.es.
El movimiento vecinal
Porque muchos de quienes hoy habitan Vallecas son hijos y nietos de los que lucharon por la vivienda, entre otras cosas, cuando intentaron expropiarles sus casas. Lograron que, en vez de echarlos, se reconstruyese el barrio con ellos dentro. “Se pasó de chabolas a casas, se construyeron parques, llegó el agua, aunque mucho más tarde que la luz, se puso el asfaltado…”, recuerda Serrano. Y todo gracias al movimiento vecinal, del que el periodista formó parte activamente. Por eso, considera Vallecas, los años de barro como “memoria viva, recuerdos de mucha gente que estaba allí”.
Y estos movimientos no se pueden entender sin la organización del barrio ni sin figuras clave como el Padre Llanos, uno de los curas rojos que transformó Vallecas, o el párroco de Palomeras Bajas, Gabriel Rosón, que dejó una gran huella al autor del cómic por, entre otras cosas, fundar la primera asociación de vecinos legal de todo Madrid, que hoy sigue activa tras más de medio siglo de luchas por unas condiciones dignas para los vallecanos. La iglesia tuvo un papel muy importante en el desarrollo del barrio porque era en las pequeñas salas que hacían de parroquia donde, además de rezar, se celebraban las asambleas de vecinos.
De hecho, el protagonista del cómic señala que fue en Vallecas donde observó cómo unos policías estuvieron a punto de tirar la casa que su padre había construido en una noche, cuando vio a los uniformados por primera vez como el enemigo: “Hubo bastante represión –recuerda Serrano–. Cuando empezó el movimiento vecinal pero también antes, porque muchos rojos se refugiaron allí”. “Había un gran movimiento político, los jóvenes teníamos conciencia política y sabíamos que los enemigos eran los grises y quienes mandaban”, señala.
Un “sentimiento político y social” que, aún hoy, da identidad al barrio. La solidaridad estuvo presente con la llegada de la droga, en los años 60: “En los malos momentos, los vecinos siempre se han apoyado unos a otros. En eso, Vallecas siempre ha sido un ejemplo y de ahí el orgullo que hay de ser vallecano, que está muy bien, porque da un sentimiento de unidad”.
Solidaridad que está hoy representada en todas las asociaciones y organizaciones que hay en el barrio y que, durante la pandemia, tuvo como gran representante a Somos Tribu, un grupo de cientos de personas que empezaron ayudando a hacer la compra a los mayores durante la cuarentena y acabaron abordando todo tipo de actividades: cuidado de niños, acompañamiento de mujeres y personas solas, recogida de alimentos… Hasta el punto de ser galardonados por el Parlamento Europeo con el Premio Ciudadano de 2020-2021.
Serrano dice que su novela gráfica es una especie de “prehistoria” y tiene ganas de más: “Me gustaría contar la parte en la que el barrio empieza a luchar y contar cómo fue la represión, la organización vecinal”. Organización en la que él mismo participó de manera activa junto a su mujer y otros amigos del barrio. Los años después del barro. Pero un segundo tomo “depende de los lectores”, concluye.