“¿Qué os espanta, / si fue mi maestro un sueño, / y estoy temiendo en mis ansias / que he de despertar y hallarme / otra vez en mi cerrada / prisión?”, se pregunta Segismundo en los últimos versos de La vida es sueño, que Pedro Calderón de la Barca escribió a comienzos del siglo XVII. Fue la representación de clausura del madrileño Teatro Albéniz, en diciembre de 2008, con unas palabras que hoy parecen premonitorias para definir la lucha por su reapertura. Esta primavera, tras más de una década de activismo sin tregua, de disputas con la Administración y de una ardua batalla legal, han comenzado las obras de reforma para que el espacio vuelva a ser un lugar de acogida para las artes escénicas.
“Más que un sueño, era una preocupación, un miedo, pero al final veremos el teatro abierto de nuevo”, se congratula Eva Aladro, portavoz de la Plataforma de Ayuda al Teatro Albéniz e hija de Teresa Vico, histórica y reputada programadora de esta sala durante dos décadas, fallecida en 2003. Para este colectivo, el drama barroco de Calderón de la B arca sería una opción ideal para la reinauguración del nuevo Albéniz. “La década se ha pasado volando, parece que fue ayer”, dice entre risas sobre la recuperación del Albéniz y admite que “ha sido un periodo muy halagüeño” por la ayuda recibida.
Construido durante la posguerra, e inaugurado en 1945, el Teatro Albéniz se convirtió en un emblema de la vida cultural en el centro de Madrid durante la segunda mitad del siglo XX. En una primera época, se trataba de un espacio en el que predominaban la zarzuela y las revistas, de ahí que su nombre haga referencia al pianista y compositor Isaac Albéniz, fallecido en 1909 y tío-bisabuelo de Alberto Ruiz-Gallardón. La llegada del cine de color lo convirtió en una sala de referencia -que, además, contaba con un amplio salón de fiestas en el sótano- y, ya en 1985, la Comunidad de Madrid alquiló el espacio para llevar a cabo representaciones teatrales, arrendamiento que culminó en 2008.
Dos años antes, en 2006, la plataforma ya comenzó a trabajar ante el horizonte de que el edificio corriera la misma suerte que otros cines y teatros históricos del centro de la capital: convertirse en franquicia de alguna multinacional. “Me sumé desde el inicio”, rememora Beltrán Gambier, abogado que ha ofrecido su trabajo de forma gratuita desde entonces para lograr la protección del edificio y que ya había defendido una causa similar para evitar el cierre y demolición del teatro Odeón, en Buenos Aires, “el primero donde se vio cine en la ciudad”, recuerda.
Un laberinto burocrático para salvar el Albéniz
Cuando Gambier llegó a Madrid, a principios de los 2000, conoció de cerca el Albéniz y a sus defensores: “Me encontré el riesgo de que cayera y uní mi fervor por el teatro de Buenos Aires con el teatro en Madrid”. “Una odisea en ambos casos que ha sido exitosa”, añade satisfecho, a la par que subraya que el trabajo comenzó “mucho antes de que lo cerraran”. Porque la polémica por la calificación del Albéniz se remonta al Plan General de Ordenación Urbana de 1997, que protegía -nivel 2- el carácter histórico del edificio como teatro, algo con lo que no estaban de acuerdo los propietarios (Moro SA), herederos del promotor de la obra en los años 40, Maximino Moro.
Una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) de 2003 les dio la razón, consiguiendo que se rebajara un nivel la calificación. De este modo, el teatro podía ser convertido en una tienda o centro comercial y revalorizarse al alza, como querían los propietarios. Y la Comunidad, con la apertura de los Teatros del Canal en el horizonte, optó por no hacerse con el edificio, que fue vendido a la inmobiliaria Monteverde en 2006.
Pero “una cosa es la protección del plan urbanístico y otra el reconocimiento como Bien de Interés Cultural” (BIC), explica Gambier. Aquí comenzaron los intentos de la plataforma por lograr esta segunda calificación, para lo que, en 2007, presentaron 6.000 firmas ante la Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de Madrid, entonces encabezada por José Luis Martínez Almeida -hoy candidato del PP a la alcaldía de la ciudad-, que rechazó abrir un expediente al respecto.
Los defensores del Albéniz optaron por un recurso de alzada, también denegado, y el caso acabó en el contencioso-administrativo del TSJM, que emitió una sentencia favorable en 2011. Los entonces propietarios (Monteverde) recurrieron y la Comunidad de Madrid decidió esperar a que se pronunciara el Tribunal Supremo. El Alto Tribunal dio la razón a los activistas. “La sentencia obligaba nada más que a abrir el expediente, no a proteger ni a obligar a proteger, aunque paraliza cualquier acción sobre el inmueble”, aclara Gambier, que se muestra “encantado de haberle ganado un juicio a Almeida”, pero afea que la recuperación del Albéniz fuese “una promesa electoral de Esperanza Aguirre” en la campaña para las autonómicas de 2006.
La declaración de Bien de Interés Cultural tuvo informes favorables de organismos como la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando, la Real Academia de la Historia y el Consejo Regional de Patrimonio Histórico, además del apoyo activo de personalidades del mundo de la cultura, como Joan Manuel Serrat, Rosa Regás, Pedro Almodóvar, Emma Cohen o Fernando Trueba. No fue suficiente. Ignacio González, ya al frente de la Comunidad, abrió el expediente pero, en palabras de Gambier, “consiguió un informe de una página de extensión, hecho por un subalterno, en el que se dice que no hay interés cultural”.
La nueva protección de la sala
Esto último hizo que la plataforma del Albéniz presentara un recurso de reposición que no se llegó a resolver. Antes de que la Justicia se pronunciara, Cristina Cifuentes llegó a la Presidencia de la región y, con ella, la arquitecto Paloma Sobrini a la Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de Madrid, momento en el que el camino se allanó.
“No solo se trata de proteger la arquitectura del edificio, sino también el uso, su nombre y sus valores. Hay que preservar todo”, reivindica Sobrini en declaraciones a eldiario.es, agregando que también es importante “garantizar que en el futuro se va a mantener y seguirá siendo un valor, pasen cinco años o veinticinco”. “No hay mejor garante para la conservación del patrimonio que los ciudadanos que lo conocen”, comenta sobre la persistencia de la Plataforma.
En cualquier caso, la protección del edificio quedó un rango por debajo de lo que pedían los activistas: se designó que era un Bien de Interés Patrimonial (BIP), en lugar de un Bien de Interés Cultural (BIC). En el caso de los BIC, la protección es íntegra para el edificio, sin poder realizar cambios en su estructura, mientras que en los BIP se preservan algunos elementos. En el Albéniz, la protección alcanza el escenario, el patio de butacas, las escaleras y los accesos a las tres plantas, además del nombre y el uso artísticos del espacio.
“Cuando llegué al puesto, me dieron instrucciones de que actuara con criterios profesionales”, explica la directora de Patrimonio sobre la calificación final, que defiende porque responde a los “criterios históricos y arquitectónicos de los técnicos”. “Se ha salvado el Albéniz, y va a ser estupendo para el disfrute de todos”, celebra. “Lo perfecto es enemigo de lo posible, pero se va a proteger el edificio y el uso de una forma significativa, sin que pueda haber nueva discusión al respecto”, responde Gambier, el abogado de la plataforma, cuando se le pregunta por esta cuestión.
Pero, ¿qué permanecerá del viejo Albéniz?
“Es un teatro del que guardo un recuerdo especial”, dice al otro lado del teléfono el cantante y batería Pedro Ruy Blas, que actuó en varias ocasiones en el Albéniz, como en el musical La Bella Helena, protagonizado por Ana Belén. El músico, natural de Madrid, recuerda que conoció este espacio “desde la infancia, ya fuera como teatro o cine”, lo que le animó a participar en su recuperación. Sobre su implicación en el proyecto, Ruy Blas tiene claro que los teatros tienen “un carácter sagrado, son lugares absolutamente mágicos”. Y rememora que, en este en concreto, “se juntaba la flor y nata del mundillo, era muy familiar”.
Para este artista, lo conseguido con el Albéniz “hace albergar esperanzas respecto al abandono al que está sometido al Palacio de la Música, que debería estar protegido hasta el infinito”. “Ningún país ni ninguna ciudad en su sano juicio debería jamás cerrar un teatro y convertirlo en una tienda de ropa”, sentencia a la par que lamenta que “Madrid adolece de espacios con la posibilidad de ver un concierto en butaca con un sonido magnífico”.
De cara al futuro del Albéniz, la principal certeza es que el teatro se volverá a dedicar a las artes escénicas y que experimentará ligeras reformas, con la recolocación y modernización de algunos elementos. La reforma está siendo algo compleja, pues se realiza junto a la del Hotel Madrid, ambos en la misma manzana y conectados por su parte trasera. El primero, situado en la calle de la Paz; el segundo, en Carretas, también fue cerrado en 2008 y ahora abrirá de nuevo como hotel de lujo. Además, las obras estuvieron paradas durante los últimos 18 meses para realizar un estudio de planes de emergencia y evacuación, ya que se trata de un complejo de 1300 metros cuadrados en pleno centro de la capital.
La parte arquitectónica corre a cargo de Antonio Ruiz Barbarin, profesor de la Universidad Politécnica de Madrid. Los cambios implicarán el cambio de algunos elementos deteriorados por el paso del tiempo, como las butacas -la sala tiene capacidad para cerca de mil asientos- o cierta iluminación, respetando el estilo original de la sala. También se recuperarán características de la primera etapa, como las pinturas de algunas paredes, luego cubiertas de terciopelo para mejorar la insonorización.
La Plataforma pudo visitar las obras del teatro, y aseguran haberse quedado sorprendidos por el buen estado del interior, pese a los años de abandono. De hecho, tanto el teatro como el hotel fueron ocupados en los primeros meses del 15-M. En aquellos días se produjo un incendio en el interior del Albéniz que, pese a la preocupación inicial, apenas ha afectado a los elementos importantes.
Por aquel entonces, la propiedad seguía siendo de Monteverde hasta que su deuda con Kutxabank hizo que el complejo pasara a manos de la inmobiliaria del banco, Neinor, en 2014. A su vez, esta última empresa fue vendida a Lone Star, que fue propietaria del Teatro Albéniz y el Hotel Madrid hasta que en 2016 llegó a Mazabi, dueños actuales. Estos alquilarán el teatro a un tercero, que se sospecha que será una “gran operadora privada”.
“Una deriva más comercial”
“Seguramente se vaya a dar una deriva más comercial: el teatro privado en Madrid tiende a llenar las salas con musicales, magia o comedia”, responde Aladro, la portavoz de la Plataforma de Ayuda al Teatro Albéniz, sobre la programación de la futura sala, aunque recalca que “puede ser también rica y de nivel”. Sea cual sea la programación, asevera, “es preferible una fase así a que el teatro esté cerrado”, aunque les “gustaría que la programación fuera un homenaje a lo que fue el Albéniz. La gente también querrá recordar lo que vio en esa sala”
El músico Ruy Blas apoya esta tesis y lamenta que, a día de hoy, buena parte de la oferta teatral en Madrid “obedece a criterios absolutamente televisivos”. Antes de terminar la conversación, el artista reitera su reconocimiento a Teresa Vico -la programadora que estuvo al frente del Albéniz en su “época dorada”-, a quien define como una “persona muy involucrada, con gran talento para la programación”: “El valor del teatro depende también del talento de quien lo gestiona. Espero que pueda volver la calidad de espectáculos que tuvimos, pero la gestión de Vico es irrepetible”.
Pese a la satisfacción por lo conseguido, la hija de Vico, Eva Aladro, avisa de que seguirán “vigilantes, siguiendo de cerca el proceso de reforma y reapertura”, prevista para comienzos de 2021. Y prefiere mirar a lo sucedido con una perspectiva más general: “Si los ciudadanos se implican en una causa justa con constancia e insistencia, si no se conforman y luchan por lo que se debe hacer, se pueden conseguir lo que sea. El activismo funciona”.