La Meseta es un nuevo blog en el que Castilla y León se abre a la red, sin cortapisas, sin presiones y con un único objetivo: informar, contar, relatar. Informar lo que ocurre esta Comunidad Autónoma sin que nadie imponga sus criterios. Contar lo que habitualmente no se encuentra ni en la Red ni en papel. Relatar opiniones de los que tengan algo de qué opinar. Todo ello pensado para una tierra mesetaria, en la que apenas hay sobresaltos, y con la pretensión de aportar un grano de arena para el avance intelectual y material de esta región.
Depredadores en la plaza pública de Tahrir
La violencia sexual ha dado una vuelta de tuerca a partir de las agresiones a cientos mujeres en la plaza de Tahrir en Egipto. Se han roto los esquemas que conocíamos hasta el momento. Ya no parece necesitar de un espacio privado, donde los agresores se protejan tras puertas cerradas o recurran a la noche para acosar en secreto a sus víctimas.
También asistimos a un uso distinto de la violencia en el espacio público, esta vez utilizada como instrumento de terror que lejos de esconderse busca la exhibición para sembrar el miedo. De esta manera la violencia duplica su daño al ejercerse ante la mirada de hijos, familiares, amigos, vecinos. Violar ante todos es una lección de poder para los enemigos políticos y ellas, en vez de ser tratadas como víctimas, serán repudiadas por su comunidad. Así ocurrió en Bangladesh, los Balcanes, Rwanda o las FARC colombianas, entre otros.
Este grado de crueldad unida al escarmiento público, originó que las organizaciones de mujeres demandaran la definición de la violación como un arma de guerra. Después de muchas negociaciones el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas así lo aprobó en la Resolución 1325.
Han pasado 13 años de tal decisión, pero las constantes torturas sexuales durante la guerra de Siria lo han vaciado del todo.
La Plaza del Cairo que hoy acapara nuestra atención, fue escenario en 2011 de una respuesta ciudadana radical contra el gobierno de Mubarak. En aquella denominada “primavera árabe” los protagonistas fueron jóvenes y mujeres. No fue una presencia, eran heroínas, chicas jóvenes que no sólo desafiaban al gobierno sino a las costumbres familiares que les prohibía la calle. Iconos de una lucha que superaba la contestación a un determinado poder político. Ellas se asfixiaban ante las tradiciones, ante el permanente atraso de países corroídos por desigualdades. Así lo narraba Fátima Mernissi asombrada por el cambio de mentalidad que se avecinaba.
La primavera árabe no sólo pasó en Egipto, mujeres periodistas del canal árabe en inglés, Al Yazeera, mostraban sus simpatías abiertamente ante este proceso. Esta atmósfera propició un Premio Novel de la Paz y así lo recibió Tawakkul Kamal, una mujer procedente del Yemen, país con un alto índice de matrimonios forzosos. Además de las mujeres, los jóvenes activarían las redes sociales, los blogs y SMS para difundir su propia versión de los hechos para evitar cualquier censura informativa.
Ahora bien, una vez que se consiguió derrocar a Mubarak una de las primeras celebraciones consistió en acosar sexualmente a las mujeres. Una periodista estadunidense Lara Logan fue violada, como hace dos semanas sufrió una reportera holandesa. Una periodista egipcia Dina Zakaira, denunciaba la gravedad desde su Facebook. La Plaza de Tahrir, para los Hermanos Musulmanes, con un enorme poder de influencia en el gobierno, ha dejado de ser un lugar que concentra consignas de protesta, es un espacio público donde las mujeres tienen prohibida la entrada, porque ya no es un lugar común sino un espacio exclusivo para los hombres, como interpretan de un islam que adaptan a las discriminaciones contra las mujeres. Ellos quisieron recuperar la prueba de virginidad, los matrimonios precoces, las leyes consuetudinarias frente a códigos civiles. Imagínese esa radicalidad traducida en imágenes, cientos de hombre que la rodean, agreden y violan ante la mirada impasible de un ejército que acumula denuncias sin resolver por el mismo motivo.
La pregunta que me hago es cómo en los telediarios, emisoras y prensa definían la concentración como pacífica al pedir la renuncia de Mohamed Morsi, sin repetir y repetir cómo las mujeres se protegían en círculo ante una violación masiva. Si la 1325 la define como un arma de guerra, es preciso añadir como situaciones de riesgo no sólo a los países en conflicto, sino a aquellas ideologías conservadoras y misóginas que recuerdan a las mujeres que, en la esfera pública, corren peligro; imponiendo enclaustrarse en la vida privada, tapar su rostro, cubrir sus manos. El pudor pone a salvo a las mujeres y así se lo recuerdan los que disfrutan de espacios no vetados porque se saben guardianes y depredadores de cualquier ámbito. Estos, con la misma lógica, expulsarán a las mujeres del poder político, social o económico, aunque para ello tengan que dar lecciones a aquellas que se creyeron iguales.
La violencia sexual ha dado una vuelta de tuerca a partir de las agresiones a cientos mujeres en la plaza de Tahrir en Egipto. Se han roto los esquemas que conocíamos hasta el momento. Ya no parece necesitar de un espacio privado, donde los agresores se protejan tras puertas cerradas o recurran a la noche para acosar en secreto a sus víctimas.
También asistimos a un uso distinto de la violencia en el espacio público, esta vez utilizada como instrumento de terror que lejos de esconderse busca la exhibición para sembrar el miedo. De esta manera la violencia duplica su daño al ejercerse ante la mirada de hijos, familiares, amigos, vecinos. Violar ante todos es una lección de poder para los enemigos políticos y ellas, en vez de ser tratadas como víctimas, serán repudiadas por su comunidad. Así ocurrió en Bangladesh, los Balcanes, Rwanda o las FARC colombianas, entre otros.