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La Unión Ibérica: repensar la península más allá de los nacionalismos

Valentín Cabero. Catedrático jubilado Universidad de Salamanca

En medio de este desbarajuste que vivimos, atrapados entre la coyuntura tecnocrática -ahora con el discurso de la recuperación- y el desánimo ciudadano, algunos ingenuos creen o creemos en la utopía de una Unión Ibérica, capaz de integrar en un proyecto común de futuro los bordes periféricos mediterráneos, cantábricos y atlánticos con el interior peninsular. No es nuevo este sueño. Hacerlo con inteligencia necesita de bases culturales y políticas renovadas.

Cuando escribo estas palabras estoy pensando precisamente en dos catalanes: en el profesor Lluis Casassas y Simó, que fue síndico respetado de de Barcelona; y en “Gaziel”, el gran periodista y director de ; ambos enlazaron sabia y positivamente con un pensamiento noble e ilustrado acerca de nuestras relaciones ibéricas, actitudes intelectuales y políticas que al parecer se han perdido tanto en Barcelona como en Madrid. En Lisboa quedan algunos rescoldos a punto de apagarse.

De la mano de Lluis Casassas y de Roser Majoral, ambos con actitudes humanistas y abiertas, muchos descubrimos los lugares y paisajes más representativos de Cataluña, desde el Alto Pallars hasta de Prades, pasando por el Lluçanes. Nos enseñaron con sensibilidad y rigor la trabazón del país, y personalmente siento una gran pasión por Cataluña, al igual que me apasionan los paisajes portugueses. Lamento de veras que muchos españoles no participen de estos sentimientos, pues tales carencias expresan unas ciertas mutilaciones en nuestra formación ciudadana, que trasladadas a la política real y cotidiana se transforman en fracturas culturales y en rechazos injustificados al otro, difíciles de corregir y suturar.

Lástima que Lluis Casassas y Roser no estén ya con nosotros. Recuerdo bien que en aquellas Jornadas sobre Regionalització y Ents Intermedis, realizadas en la ciudad condal en 1989, y coordinadas por el catedrático y síndico, la reflexión política y el debate académico ya rebasó el sentido del Estado de las Autonomías que estábamos construyendo, para avanzar en una verdadera integración ibérica que Casassa veía desde el respeto a la diversidad y desde la necesidad de la complementariedad y la complicidad política y social.

De Gaziel, seudónimo de Agustí Calvet, recordamos su lucidez intelectual y periodística para interpretar el mundo de su tiempo desde las páginas y la dirección de sus brillantes ensayos subrayamos sus preocupaciones sobre el encaje de las nacionalidades peninsulares, diciéndonos al final de sus días y de su exilio interior, en 1963, estas palabras: “Pocas veces la insensatez humana habrá establecido una división más falsa. Ni la geografía, ni la etnografía ni la economía justifican esta brutal mutilación de un territorio único”. Y en ese quehacer común de convivencia peninsular, Cataluña debería tener una presencia activa y reconocida.

Ahora que vivimos momentos de gran zozobra y parece que todo se ha perdido (Tot s´ha perdut, escribió Gaziel en 1934, criticando la actitud precipitada de Lluis Companys al proclamar el Estado Catalán cuando se suprime el Estatuto de Autonomía el 6 de octubre de 1934), merece recordar lo que escribió respecto a los nacionalismos catalanistas y conservadores: “políticamente no han dejado nada, pero económicamente se han enriquecido todos”. Ochenta años después estamos viviendo hechos análogos con unos y con otros, y también gravemente, por supuesto, con los nacionalistas conservadores y populistas españoles y de Madrid.

Necesitamos del coraje cívico de Gaziel y de Lluis Casassas, de su independencia de criterio, y de la oxigenación higiénica de la política actual para sentirnos “solidariamente abrazados” en el “mosaico ibérico” y bajo la cordura y el cobijo de la matriz peninsular. Cataluña nos duele. En Madrid no encontramos ningún “Gaziel” ni respuestas entusiastas e inteligentes, y en Lisboa no acaban de recuperarse de las graves heridas dejadas por la crisis y por los “criminosos ricos” sentados a la mesa del poder.

Para sus encuentros y diálogos inmediatos, no les vendría nada mal a Rajoy y a Mas acercarse con humildad al iberismo de nuestros vecinos Eduardo Lourenço, José de Saramago o Miguel Torga –tan sólo respetables escritores y pensadores portugueses e ibéricos, con un Premio Nobel de Literatura- y no rodearse exclusivamente de tecnócratas áulicos y electoralistas, para entender sencillamente que la península y sus habitantes de aquí y de allá quieren actitudes cívicas de cooperación y políticas solidarias en la construcción del futuro. No están dispuestos a sufrir y a soportar más mentiras, fechorías, o catástrofes urdidas desde Barcelona o Lisboa y, particularmente, desde Madrid.

En medio de este desbarajuste que vivimos, atrapados entre la coyuntura tecnocrática -ahora con el discurso de la recuperación- y el desánimo ciudadano, algunos ingenuos creen o creemos en la utopía de una Unión Ibérica, capaz de integrar en un proyecto común de futuro los bordes periféricos mediterráneos, cantábricos y atlánticos con el interior peninsular. No es nuevo este sueño. Hacerlo con inteligencia necesita de bases culturales y políticas renovadas.

Cuando escribo estas palabras estoy pensando precisamente en dos catalanes: en el profesor Lluis Casassas y Simó, que fue síndico respetado de de Barcelona; y en “Gaziel”, el gran periodista y director de ; ambos enlazaron sabia y positivamente con un pensamiento noble e ilustrado acerca de nuestras relaciones ibéricas, actitudes intelectuales y políticas que al parecer se han perdido tanto en Barcelona como en Madrid. En Lisboa quedan algunos rescoldos a punto de apagarse.