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El futuro de Venezuela: algunas certezas y varias incógnitas

Aunque cosa bien distinta es lo que pueda ocurrir a medio plazo, el futuro inmediato de la situación política venezolana no debería producir grandes sorpresas. Lo más razonable es pensar que el gobierno venezolano y el chavismo han articulado todo lo necesario para que el proceso discurra sin sobresaltos y conduzca, en esta fase, a su mantenimiento en el poder, por la vía de unas nuevas elecciones que, según todos los sondeos, debería ganar el sucesor de Chaves, Nicolás Maduro. Han tenido tiempo para amarrar todos los cabos que deberían conducir a ese resultado. Porque parece claro que sabían desde hace meses que el presidente no superaría la enfermedad.

En principio, la constitución venezolana dice que esas elecciones deberían celebrarse en menos de un mes. Pero, de un lado, la interpretación de la constitución es desde hace tiempo objeto de una viva polémica entre el chavismo y la oposición, que consideró ilegal que Chaves no perdiera el puesto porque en enero no tomó posesión a causa de su hospitalización en La Habana. Y de otro, hay dudas de que el aparato del Estado tenga la capacidad para organizar un proceso como el que permitió celebrar las últimas presidenciales –muy complejo, y muy sofisticado tecnológicamente justamente para garantizar su limpieza- en tan corto espacio de tiempo. Por tanto, es seguro que habrá elecciones, pero puede que éstas tengan lugar algunas semanas después de lo previsto.

De aquí a que éstas se celebren, Maduro debería ser el jefe del Estado provisional al tiempo que candidato electoral. El Tribunal Constitucional no debería poner obstáculos a ello, ya que –también provocando no pocas críticas de la oposición- tomó esa misma decisión para el periodo en que Chávez estuvo en Cuba. Pero aún habrá que verlo.

Más allá de las polémicas que en torno a esos extremos puedan producirse, y que seguramente también alimentarán la futura campaña electoral, la impresión de todos los analistas mínimamente respetables, tanto venezolanos como extranjeros –norteamericanos y latinoamericanos- es que de aquí a las elecciones no deberían producirse sorpresas que arruinaran esas previsiones.

Con respecto al resultado de esas elecciones, caben algunas dudas más. Ciertamente los sondeos dan claramente ganador a Maduro sobre Henrique Capriles, el candidato de la oposición que el 7 de octubre pasado perdió frente a Chávez, aunque logrando el 44 % de los votos. Desde entonces, el prestigio político de Capriles entre los suyos no ha dejado de erosionarse. Hasta el extremo de que cabe la pregunta de si él será el nuevo candidato, o si la oposición, que sigue estando dividida, si es que no lo está aún que hace unos meses, superará esa situación y será capaz de nombrar un candidato alternativo.

De ahí que Maduro esté interesado en que las elecciones se celebren cuanto antes: para no dar tiempo a la oposición para reorganizarse y también porque le conviene de que los comicios se celebren antes de que se haya apagado el ambiente de duelo que en estos momentos domina entre los votantes chavistas. En todo caso, lo que sí está claro es que el actual presidente en funciones carece del carisma y de la fuerza electoral de Hugo Chávez. Pero la fuerza de del movimiento y la cercanía de las últimas elecciones podrían cubrir el hueco que abriría su menor atractivo.

Con todos los matices que hasta aquí se han apuntado, las verdaderas incógnitas vendrían después. La primera se refiere a la solidez interna del grupo que dirige el chavismo y que controla el poder. Se sabe que no todos sus componentes piensan igual, que hay radicales y moderados entre ellos, aparte de que el poder regional, el de las 23 provincias en que está dividido el país -11 de ellas en manos de jefes militares retirados- también podría tener algo que decir sobre la marcha del país que emprendiera el nuevo gobierno.

La segunda tiene que ver con el papel que las fuerzas armadas pueden jugar en el proceso. A pesar de que Chávez intentó acceder al poder hace 21 años por medio de un golpe militar, el Ejército no ha jugado un papel político en el chavismo. Ciertamente muchos militares han ocupado, y aún siguen haciéndolo, puestos de máxima responsabilidad en el gobierno y las instituciones, pero las fuerzas armadas, como tales, nunca han expresado una posición política, y menos en contra de su líder, que en su seno ha sido siempre indiscutido, sobre todo tras los alejamientos que tuvieron lugar tras el golpe de Estado contra Chávez que se produjo en 2002.

Lo que nadie sabe en estos momentos es si esa unidad se va a mantener mucho tiempo una vez que ha desaparecido el personaje carismático que mantenía unido ese entramado del que él mismo procedía y al que, según parece, dedicaba una atención prioritaria. Aunque los resultados electorales influirán sin duda en la actitud de los militares, seguramente esa incógnita aún quedará abierta durante bastante tiempo. Pero hasta destacados exponentes de la oposición, creen que en el escenario previsible, las fuerzas armadas no asumirán ningún protagonismo político.

Un último interrogante, pero podrían plantearse unos cuantos más, es cómo va a influir el extranjero en el proceso venezolano. Se prevé que Cuba –cuyo devenir económico cotidiano depende de que Venezuela le siga ayudando, vendiéndole petróleo muy barato y de varias otras maneras-, Bolivia, Ecuador, Argentina y seguramente también Brasil y Perú apoyarán al chavismo sin Chávez. También China e Irán, que se entendieron muy bien con el difunto presidente. Frente a ellos estarán prácticamente todos los países europeos. Y, sobre todo, Estados Unidos.

¿De qué manera y hasta donde? ¿Le interesa a Obama propiciar una maniobra de desestabilización del gobierno venezolano, del estilo de las muchas que Estados Unidos hizo en Latinoamérica en el pasado? ¿O más bien optará una política más prudente, de erosión y de apoyo a la oposición, entre otras cosas para garantizar la llegada del petróleo –Venezuela es el cuarto suministrador de Estados Unidos- y para evitar un conflicto con una parte significativa de la región, ya que los países citados, y sobre todo los primeros, no asistirían de brazos cruzados a una intervención descarada de Washington?

Aunque cosa bien distinta es lo que pueda ocurrir a medio plazo, el futuro inmediato de la situación política venezolana no debería producir grandes sorpresas. Lo más razonable es pensar que el gobierno venezolano y el chavismo han articulado todo lo necesario para que el proceso discurra sin sobresaltos y conduzca, en esta fase, a su mantenimiento en el poder, por la vía de unas nuevas elecciones que, según todos los sondeos, debería ganar el sucesor de Chaves, Nicolás Maduro. Han tenido tiempo para amarrar todos los cabos que deberían conducir a ese resultado. Porque parece claro que sabían desde hace meses que el presidente no superaría la enfermedad.

En principio, la constitución venezolana dice que esas elecciones deberían celebrarse en menos de un mes. Pero, de un lado, la interpretación de la constitución es desde hace tiempo objeto de una viva polémica entre el chavismo y la oposición, que consideró ilegal que Chaves no perdiera el puesto porque en enero no tomó posesión a causa de su hospitalización en La Habana. Y de otro, hay dudas de que el aparato del Estado tenga la capacidad para organizar un proceso como el que permitió celebrar las últimas presidenciales –muy complejo, y muy sofisticado tecnológicamente justamente para garantizar su limpieza- en tan corto espacio de tiempo. Por tanto, es seguro que habrá elecciones, pero puede que éstas tengan lugar algunas semanas después de lo previsto.