Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.
¿De dónde se saca Rajoy que va a poder bajar los impuestos en 2015?
La promesa de bajar impuestos en 2015 que acaba de reiterar Rajoy, y que sus corifeos han saludado como la iniciativa que le llevará a reconciliarse con una parte de su electorado y a ganar las generales de ese año, es un brindis al sol, una patraña más de las que el presidente del Gobierno viene prodigando desde que llegó a La Moncloa. Porque a menos que diera un corte de mangas a la política de austeridad y de control del déficit público que impone la UE –y que Bruselas acaba de endurecer, aunque de eso se hable poco–, el Gobierno no tiene capacidad alguna de reducir en un solo euro sus ingresos. Ni ahora ni en 2015. Y nada indica que Rajoy se haya convertido del día a la mañana en un político corajudo, dispuesto a desobedecer las órdenes que le llegan de Europa.
La falta absoluta de argumentos económicos para justificar esa promesa bastaría por sí sola para descalificarla sin paliativos. A menos que se aceptaran como tales los cuentos de hadas sobre la recuperación y los pronósticos que el propio Rajoy, pero sobre todo sus ministros Montoro y De Guindos, viene contándonos desde hace meses, en una campaña de imagen claramente destinada a borrar el recuerdo de las negras perspectivas –por cierto y por vez primera, bastante realistas– que el propio Gobierno del PP trazó en abril de este mismo año y que debieron de espantar a sus asesores de comunicación.
Pero, además de eso, están los datos. Hace poco más de una semana, la Comisión Europea, por boca del comisario Olli Rehn, no sólo acaba de propinar un varapalo a las previsiones económicas del Gobierno del PP, concluyendo que, en el mejor de los casos, el PIB español sólo crecerá un 0,5% en 2014 y no mucho más en 2015, sino que, aguando cualquier ilusión de que España pueda relajar su política de austeridad, acaba de anunciar que nuestro país tendrá que hacer ajustes adicionales –es decir, recortes de gastos, o aumentos de ingresos– por valor de 35.000 millones de euros de aquí a 2016.
Es llamativo que en la información oficial, y en la que manejan la mayoría de los medios de comunicación, esa cifra haya desaparecido como por ensalmo a las horas de haber sido publicada: lo cual ocurrió, significativamente, un día después de que la UE aceptara no prorrogar el rescate a la banca, un asunto que seguramente estaba muy relacionado con el anuncio de Olli Rehn. Porque puede muy bien haber ocurrido que Bruselas haya permitido que Rajoy se marque ese tanto político de cara a la opinión pública española a cambio de que el sector público se apriete aún más el cinturón. Entre otras cosas, para disminuir el riesgo de que el funesto maridaje entre las debilidades de la banca y la deuda pública creciente, que sólo compra nuestro sistema financiero privado, amenace algo menos a la estabilidad económica española y del conjunto de la eurozona.
Lo cierto es que ahora sólo se habla de un ajuste de “2.000 a 3.000 millones” en 2014. Aparte de que las exigencias de Bruselas para ese año andan por los 5.000 millones, el esfuerzo fiscal que habría que hacer en 2015 y 2016 ha dejado de existir. Todo para que la engañifa de Rajoy pueda colar entre los incautos.
Mirando hacia otro frente para tratar de vislumbrar alguna apoyatura real para la promesa de rebaja fiscal de Rajoy, aparece el debate en curso en Europa sobre la oportunidad de que la UE cambie de política económica. No hay mucho elemento nuevo al respecto –los críticos de la austeridad vienen clamando en vano desde hace mucho tiempo–, pero sí que hay rumores sobre que Mario Draghi y el BCE podrían estar pensando en la posibilidad de aplicar en el futuro un programa de inyección de liquidez como el que Estados Unidos viene aplicando desde hace casi dos años y que está a punto de acabarse. También ha habido polémica tras hacerse público que el superávit comercial alemán supera el 6% de su PIB, al hilo de lo cual algunos dirigentes han pedido a Berlín que cambie de política y que refuerce su demanda interior a fin de no seguir quedándose con buena parte de la débil dinámica de crecimiento europea.
Hay algún elemento más en ese mismo contexto y no cabe descartar que el debate sobre la austeridad se intensifique en el futuro. Pero, por el momento, no hay nada concreto que permita a Rajoy suponer que en 2015 tendrá espacio para reducir impuestos aunque el déficit público, la deuda pública, el paro y el crecimiento español sigan entonces, más o menos, donde hoy están.
Nadie sensato puede en estos momentos hacer pronósticos sobre eventuales cambios de la política económica europea. Porque todo, o casi todo, al respecto depende del programa de Gobierno que acuerden la CDU de Angela Merkel y los socialdemócratas. Y ni la prensa alemana tiene muy claro qué va a salir de esas negociaciones, que ya duran casi un mes y medio y que seguramente se prolongarán durante al menos tres semanas más. Ha trascendido que los conservadores han aceptado el salario mínimo que exige el SPD. Pero eso no está claro del todo y, además, parece que sigue abierto el debate sobre su cuantía y sobre su aplicación a todas las regiones. Y como ese punto, casi todo lo demás sigue en el aire.
En un clima de tensión bastante intensa, según parece. Hasta el punto de que algunos medios, como Der Spiegel, no descartan una ruptura de las conversaciones. Hacer cálculos sobre las medidas electoralistas que un país como España podría adoptar en función de la “nueva” política económica europea que aplicará el futuro Gobierno alemán no tiene, pues, sentido alguno. Entre otras cosas, porque puede que no sea para nada nueva y que Berlín siga imponiendo la austeridad, aunque a medio plazo eso pueda llevar a la implosión de la eurozona. Pero para el juego de falacias y de propaganda infundada que se traen Rajoy y sus medios, eso debe importar bastante poco.
La promesa de bajar impuestos en 2015 que acaba de reiterar Rajoy, y que sus corifeos han saludado como la iniciativa que le llevará a reconciliarse con una parte de su electorado y a ganar las generales de ese año, es un brindis al sol, una patraña más de las que el presidente del Gobierno viene prodigando desde que llegó a La Moncloa. Porque a menos que diera un corte de mangas a la política de austeridad y de control del déficit público que impone la UE –y que Bruselas acaba de endurecer, aunque de eso se hable poco–, el Gobierno no tiene capacidad alguna de reducir en un solo euro sus ingresos. Ni ahora ni en 2015. Y nada indica que Rajoy se haya convertido del día a la mañana en un político corajudo, dispuesto a desobedecer las órdenes que le llegan de Europa.
La falta absoluta de argumentos económicos para justificar esa promesa bastaría por sí sola para descalificarla sin paliativos. A menos que se aceptaran como tales los cuentos de hadas sobre la recuperación y los pronósticos que el propio Rajoy, pero sobre todo sus ministros Montoro y De Guindos, viene contándonos desde hace meses, en una campaña de imagen claramente destinada a borrar el recuerdo de las negras perspectivas –por cierto y por vez primera, bastante realistas– que el propio Gobierno del PP trazó en abril de este mismo año y que debieron de espantar a sus asesores de comunicación.