Álex Chico, escritor: “El conocimiento del pasado nos vacuna contra extremismos peligrosos”

En 'Los cuerpos partidos' (Candaya), Alex Chico (Plasencia, 1980) reconstruye el periplo migratorio de su abuelo, Manuel Chico Palma, desde su pueblo de Granada hasta una pequeña localidad de la frontera franco-belga. Pero la obra va mucho más allá de lo íntimo y se abre a la reflexión sobre el fenómeno migratorio, a los sentimientos y estigmas que implica la condición de inmigrante. Crónica, diario personal e hipótesis se entrelazan a lo largo de estas páginas que exploran memoria, lenguaje y territorio. “Igual que el libro habla de cuerpos partidos, quería que en su forma estuviese partido y disgregado entre diferentes géneros”, afirma el autor de 'Un final para Benjamin Walter' (Candaya 2017).

'Los cuerpos partidos' aborda diversos temas, pero ahondas especialmente en la conexión entre lenguaje y emigración.

En esencia, es un libro sobre la imposibilidad del lenguaje para reconstruir determinadas experiencias: Es imperfecto, insuficiente, un mecanismo defectuoso. Aparte de eso, que es una consideración puramente literaria, el lenguaje tiene un papel fundamental en la emigración: Para el emigrante, éste deja de ser un medio de comunicación para convertirse en un estigma.

¿Cómo?

Es algo que vivieron los españoles que en los 60 emigraron a Suiza, Alemania o Francia, donde el lenguaje se convertía en una barrera. Pero puede suceder también dentro de un país: Muchos de los emigrantes andaluces o extremeños que fueron a Cataluña se forzaron a hablar y a vocalizar a la manera local para no sentirse desplazados, que no se rieran de ellos, por ejemplo, en el colegio. Ahí ves cómo el lenguaje se convierte en estigma. Ahora bien, este proceso tiene un lado interesante: Estos extremeños, andaluces, gallegos, murcianos reinventaron de alguna manera el castellano: Castellanizaron palabras del catalán con sus acentos del sur, las incorporaron a su discurso. Cuando regresaban a sus pueblos, no volvían tan sólo con maletas y ahorros, sino también con un nuevo idioma, nuevas palabras.

'Los cuerpos partidos' se adentra en estos asuntos siguiendo el periplo emigrante de tu abuelo, que reconstruyes. ¿Cómo surge la necesidad de escribir sobre tu pasado familiar?

La de mi abuelo es una historia que siempre había formado parte de mí sólo que, hasta hace poco, no me di cuenta de que necesitaba contarla. ¿Por qué ahora? Porque me hago mayor, supongo, y porque el pasado nos permite entender el presente. Esa idea me llevó a reconstruir la vida de una persona a la que no conocí: Él murió un par de años antes de que yo naciera.

¿Se puede reconstruir a la persona ausente a través de la memoria de otros?

Es imposible reconstruir a alguien ausente. Quieres traerlo, tocarlo, pero el lenguaje es insuficiente.

¿Cómo te ha determinado el no haber conocido a tu abuelo?

En realidad lo que me ha determinado, en mi personalidad y en ciertas obsesiones literarias como el territorio, el desplazamiento o la inmigración, son las historias que sustituían a mi abuelo. Sin ese relato, su historia se hubiera perdido, como la de tantas otras personas.

Explicas que muchos de los españoles que subieron a los trenes de la emigración en los 60 son reacios a hablar de la experiencia.

Primero era pronto para hablar, por pudor o por vergüenza. Y luego parece que se hizo demasiado tarde. Una vez, conversando con el poeta chileno Raúl Zurita en su casa en Santiago de Chile, me dijo: “De la dictadura solemos recordar las golpizas, la violencia, la censura, pero a menudo se nos olvidan el hambre y la pobreza”. Él había padecido la dictadura de Pinochet, el arresto. Ese mismo pudor del que él habla es el que, creo, ha llevado a muchos emigrantes españoles a callar, a no contar.

Relatas cómo en el pueblo de tu abuelo en Granada las familias colgaban de la chimenea las cartas de los ausentes emigrados.

Eso forma parte de las historias que a uno le explican de pequeño. Era la forma de tener presentes a quienes habían emigrado, a través de esos papeles como museos abiertos al público. Con esa presencia indirecta querían llenar un hueco imposible de llenar.

Describes las condiciones difíciles en que vivían: Hacinados en barracones, los matrimonios separados… Pero cuentas también que había esperanza.

Esa parte positiva solemos olvidarla en el relato de la emigración. Yo lo aprendí hablando con algunos emigrantes. Como dice Luis Landero en 'El balcón de invierno', a menudo incidimos en la despedida, la maleta de cartón… Se nos olvida que para muchos emigrar fue la oportunidad de reinventarse. Muchos prosperaron, se acercaron a lo que buscaban. La emigración fue una oportunidad.

Hablas también de 'Las chicas de la sexta planta', película francesa que quiere ser un homenaje a las emigrantes españolas, pero de la que tú haces una lectura muy diferente.

Es un ejemplo de cómo la emigración es un relato inacabado. De que tiene muchas más aristas de lo que parece. Esa película es aparentemente es un elogio a estas españolas, pero está cargada de tópicos. Son casi “buenas salvajes”, la visión reducida de un fenómeno complejo.

¿Vivimos el fenómeno migratorio actual también desde el tópico y la simplificación?

Completamente. Si no, no se entendería el auge de determinados movimientos. Si tuviéramos una lectura más rica de nuestra realidad, estaríamos vacunados contra falsas noticias y conclusiones. La xenofobia puede ser muy sibilina. Si dices que los inmigrantes violan, que hacen bajar el nivel educativo… Todo ese discurso acaba calando por el puro desconocimiento que tenemos de los inmigrantes.

En tu libro hablas de la interacción y el trato directo entre personas de distintas culturas como única cura. A ciertos partidos y grupos del poder les interesa que no empaticemos con el inmigrante, que lo veamos como algo extraño.

Esto es algo que está irrumpiendo por igual en Reino Unido, Francia, Italia, Brasil y, por supuesto, ahora España. Hay un rechazo al otro, a lo que crees que pone de vuelta toda tu cultura cuando es mentira: Las sociedades y ciudades que prosperan son aquellas permeables, que se construyen de forma mestiza y heterogénea; las que se adaptan a su tiempo reflexionando sobre el pasado y asumiendo el presente.

¿Corremos el riesgo de convertirnos en una sociedad cerrada, menos cosmopolita?

Esa amenaza siempre existe, pero una crisis económica es lo que la catapulta. Eso se vio en la Alemania de los 70: Muchos españoles emigraron allí tras la Segunda Guerra Mundial para ayudar a reconstruir ciudades como Nuremberg o Colonia. Pero es al llegar la crisis del petróleo en los 70 cuando una serie de movimientos xenófobos se vuelven contra estos españoles que llevaban ya tanto tiempo allí. Por eso insisto en la importancia de conocer el pasado, y más un pasado como el español: Porque nos vacuna contra ciertos esencialismos muy peligrosos.