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Animales nocturnos de ayer y de siempre

Fotogrma del filme `Animales nocturnos´

Vitah Violet

Murcia —

En `Animales nocturnos´ Tom Ford consigue a base de planos magnéticos de gran belleza, un montaje meticuloso que logra sostener la tensión -la extensa y angustiosa secuencia nocturna en la carretera de Texas te mantiene con el corazón en un puño- , la cinta avanza en paralelo hilvanando con destreza dos escenarios. Uno, ficticio: una violenta historia en el desierto tejano. Otro, real: la vacía existencia de Susan entre el brillo y glamour de la industria del arte moderno.

Quizás a causa del sofisticado y estiloso contexto laboral del director, en ocasiones su obsesivo cuidado estético amenaza con saturar el relato. En determinados momentos la elegancia de los planos parece entrar en conflicto con la brutalidad de lo que refleja, amenazando con rozar las lindes de la vacuidad.

Pero vayamos a lo que nos interesa. Bajo los múltiples niveles expositivos, los flashbacks, la impecable manufactura estética y resto de virtuosismos narrativos y fílmicos, hay una tremenda historia, una vieja y endémica historia patriarcal mucho más turbia y desasosegante que todas las reflexiones sobre las falsas apariencias y la culpa que el guion, elaborado por el mismo Tom Ford y basado en la novela Tony and Susan de Austin Wright, nos quiere contar.

Para descubrirla empezaremos por analizar el personaje de Susan, la supuesta protagonista. Susan reacciona pero nunca acciona. Su máxima expresión emotiva son los jadeos: amplificadas bocanadas de aire que Amy McAdams repite con esmero durante todo el metraje. Se mira al espejo, jadea, lee el inquietante manuscrito, le falta el aire, se ducha, jadea, se le escurre el manuscrito entre los dedos y cae al suelo, jadea del susto, se baña, jadea otra vez, se maquilla... Descubre que su marido va a pasar la noche con otra y, como máxima expresión, jadea de nuevo. La única vez que se encara con alguien lo hace con una compañera de trabajo operada de cirugía estética: otra mujer.

Pero es que Susan está tremendamente frustrada, le ha pasado lo peor que le puede pasar a cualquier mujer: dejó a su amor verdadero y se ha convertido en su madre. Su madre es una harpía: materialista, cerebral, práctica; “todas acabamos convirtiéndonos en nuestras madres”, le dice. Y ese es el peor fantasma de Susan: la madre. Al que se suma haber traicionado a su verdadero amor, Edward: pobre, honesto, romántico, el único que podía ver en su interior y conocerla más incluso que ella misma; él sí que sabe lo que ella necesita. Ella no, ella es una niña caprichosa, y como tal, merece un castigo.

Así que tenemos como protagonista femenina a un sujeto pasivo de mirada lánguida que deambula por fríos pasillos, se maquilla y jadea: una mujer tremendamente desempoderada, triste, frustrada . Empieza mal y acaba peor, el guión no le deja margen de maniobra, la castiga y penaliza por: (1) no haber sabido luchar por la vida que ella quería, que parece consistir en seguir con el que fue el amor de su vida y (2) abortar el hijo del amor de su vida. Lo único que realmente quiere, y va descubriendo a lo largo de la cinta, es volver a ver a Edward para, quizás, redimirse. Ese es su objetivo, aunque ni siquiera ella lo sepa. La verdad es que casi no nos damos cuenta, pero Susan, ni nos va ni nos viene.

Pero menos mal que tenemos al héroe del relato para ejercitar la empatía, Edward: sensato, coherente, sensible, auténtico, víctima de la falsedad de ella. Es el aspirante a escritor enamorado de Susan pero también el protagonista de su propia novela: un Jake Gyllenhaal que -él sí- grita, llora, pelea, siente pánico, vence el miedo, pierde la cabeza, recupera la cordura, y siempre es, en la superficie y lo profundo, un buen hombre.

Nos encontramos aquí con la otra historia, la de ficción: la del padre y marido que sufre la traumática desgracia de que rapten, violen y asesinen de forma brutal a su mujer y a su hija. Ellas, la esposa y la hija, como tantos otros personajes femeninos en la historia de la literatura y el cine, son simplemente el disparador: cuerpos violados y torturados para poder contar la historia que nos interesa; la del buen hombre. Si calculásemos qué porcentaje de personajes femeninos son mujeres violadas y/o asesinadas, aullaríamos. Funcionan como un mero recurso para contar, por ejemplo, la ardua investigación posterior llevada a cabo por hombres, el proceso emocional que le genera al protagonista, sus andanzas para que se haga justicia, etc. La violación, por supuesto, es una mera anécdota: el que viola es un desequilibrado, un malvado, una anomalía abominable que merece la muerte. Pero ya sabemos que un violador es un hijo sano del patriarcado y las causas de una violación son mucho más complejas, estructurales y perversas que un caso puntual de locura.

Pero todo esto no es lo fundamental. Lo que aquí importa es la historia que nos quiere contar la peli y narra los vaivenes de un hombre corriente anegado por el dolor y la culpa al que acompaña el estereotipo de sherif solitario, sin familia ni futuro, que no duda en tomarse la justicia por su mano para ayudar a esa hombre. Historia realmente fascinante, rompedora y moderna, nunca vista antes.

Por último, el tremendo final, el castigo definitivo: con un hermoso tema musical, dramático y turbador, sucede... la Venganza. La Venganza con mayúsculas es, nada más y nada menos, que un plantón, con minúsculas. Uno de tantos. Es decir, ella lo espera y él, la deja plantada. Punto. Como si un plantón pudiera derrotarnos. Pues parece que sí: aquí el plantón significa la debacle, el remate final para terminar de hundir al personaje de Susan. Qué ingenuo todo. Qué viejo, qué fantasía androcéntrica tan pueril.

Me hizo recordar un relato que leí hace unos días, donde Agustín Fernández Mallo teje un hilo invisible entre Frida Khalo el Ilsa Lund, el personaje interpretado por Ingrid Bergman en Casablanca. Dos mujeres que coexisten en este mundo unidas por un puente sobre el Sena pero no se tocan, una real y fiera, y otra, inventada y mansa.

Es entonces cuando entendemos que toda la película es la historia de una venganza. La venganza de él -el buen hombre- hacia ella -una mujer espuria- porque lo abandonó. No quiso darle el amor que él merecía. Y cuando las mujeres rechazamos el “cariño sincero” de un hombre, ya sabemos, sólo nos queda sufrir... nos lo repiten incasables centenas de estribillos: “Vete olvidando/ de eso que hoy dejas y que cambiaras/ por la aventura que tú ya verás/ será tu cárcel y nunca saldrás...” (`Tú Cárcel´, Marco Antonio Solís).

Así que hagamos recuento: para hablarnos de la vacuidad del lujo, las falsas apariencias, el dolor y la culpa, llevamos: dos mujeres violadas y asesinadas, una más o menos muerta en vida y herida por la culpa y el desamor, que recibe, además, la venganza del ex al que vemos, largo y tendido, vengar y hacer justicia de machote.

O sea, más de lo mismo. Y ni siquiera mejor.

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