Lo encontré en la calle. Concretamente en la Plaza Santa Catalina (quédense con ese curioso dato) y me enamoré perdidamente. Tenía la cara tristísima y me miraba fijamente diciendo algo así como llévame contigo, tengo hambre, estoy enfermo. Aunque nunca me habían dejado llevar uno a casa, aquel día ocurrió un milagro y, antes de comer, Beethoven ya compartía su vida conmigo. Era pequeño, peludo, suave y tan negro.... Y se me cruzó, pero yo no era supersticiosa porque con cinco o seis años, un gato negro me hizo la niña más feliz de todo un verano. Aquel minino se llamaba Negrín y nació al tiempo que comenzaban mis vacaciones en el campo. Lo crié como si fuera mi hermano pequeño. Nos criaron como si fuéramos de la misma especie: no hay que morder, hay que acariciar; no hay que gritar, hay que susurrar. Mi abuela y mis tíos –los que me enseñaron el amor gatuno incondicional- son de ese tipo de personas que están destinadas a ser gatos, por eso no he podido evitar pensar que el libro `Memorias de un gato de buena familia´ (Newcastle Ediciones, 2016) lo habían escrito ellos, pero no, la autora de esta felina historia no es otra que Katy Parra (o Cat, como su madre quería que la llamaran). Ella también estaba destinada a ser gato y en este libro de memorias deja saltar tejados a su instinto gatuno con total libertad. Y cae de pie, claro que cae de pie, como no podía ser de otra manera. Es un gato nacido en una buena familia compuesta por animales de todo tipo, entre los que abundaban más los gatos y los gorriones que los humanos, ¿para qué queremos a tanta gente que habla aunque no tenga nada que decir, finge emociones y les da miedo ser quienes son? Estaban en la medida en la que debían estar, dejando a Cat, -yo ya no puedo imaginarla llamándose de otra manera- cada vez más decepcionada con ese mundo en el que se sigue llamando animal a alguien que no respeta, no cuida y no ama.
Amor y ternura son los dos ingredientes principales que componen estas memorias. Intimidad, honestidad y humor completan la receta de una creación que va dejando pelitos en los sofás que no se van porque no deben irse, porque deben permanecer siempre para que no olvidemos lo que somos, la materia de la que estamos hechos. Quizá si durmiéramos sin descanso y paseáramos más por las bibliotecas, tal vez si ronroneáramos más a menudo cuando nos acarician, si dejáramos que nos cepillasen, si fuéramos más a nuestra bola y tuviéramos un detector de tristeza, seríamos más felices. Si fuéramos más animales -de los que sí respetan y cuidan y aman- nuestro mundo, nuestro pequeño mundo, esa madeja de lana que no podemos dejar de mirar mientras gira, sería un poco mejor.
Sólo quien es gatero lo puede comprender y la clave de la cuestión la tiene Katy Parra: Yo creo que el mundo de los humanos se divide en dos grandes grupos: los que aman a los gatos con locura y los que todavía no los conocen. Quien lo acarició lo sabe. Y gracias a Newcastle Ediciones, dirigida mano a pata por Javier y Misha Castro (una de las gatas con mayor potencial literario del país), todos aquellos que aún no conocen este pequeño mundo de maullidos y bigotes, tendrán la oportunidad de cambiarse sin mirar atrás al bando de los elurofílicos, -que no son otros que los amantes locos de los gatos- y comenzar su personal gatoterapia.
No den más vueltas ni arañen más sofás y vayan al encuentro de Katy, Misha y otros gatos (humanos o no) en `Memorias de un gato de buena familia´ y aprenderán por qué el amor por los gatos es el más fiel de todos los amores que existen. Miau.