En '1314, la venganza del templario' (M.A.R. Editor) el escritor Francisco Javier Illán Vivas (Molina de Segura, 1958) rememora los días posteriores a la aniquilación de los templarios por el rey de Francia. En este escenario irrumpe un inesperado vengador llegado de tierras lejanas. En un relato histórico con cierto sabor a R.E. Howard, el autor plantea una aventura repleta de conspiraciones, envenenamientos, catacumbas y leyendas. Deja claro que “no soy historiador, sino novelista”. '1314, la venganza del templario' se alzó con el accésit de VI premio Alexandre Dumas de novela histórica.
Hoy hablamos de una novela histórica, pero tú eres un autor forjado en la fantasía.
Siempre me he dedicado a la novela fantástica, he leído mucho a R.E. Howard y a Tolkien, pero fui evolucionando, sobre todo tras veinte años con la saga de 'La cólera de Nébulos'. Luego, en 'La isla y otros relatos' empecé a acercar lo fantástico a la realidad cotidiana y sitúo los cuentos en ámbitos que conozco: Molina de Segura, el Mar Menor, la Alcayna. Pero hace cuatro años decidí retirarme de la escritura. Escribir requiere muchas horas, días, meses y años. Y luego está el presentar el libro, viajar… Mucho trabajo. Organicé incluso una despedida a la que invité a mis amigos y les regalé un libro con poemas y pensamientos que iba a ser el último. Pero a los dos años, en San Pedro del Pinatar, una circunstancia real me inspiró una historia. Comencé a escribir y, cuando me di cuenta, tenía una novela, 'Versos envenenados'. Posteriormente, el éxito del libro, me animó a escribir '1314, la venganza del templario'.
¿Qué te atrajo al género histórico?
Hace bastantes años que conozco a Antonio Galera Gracia, una de las personas que más saben del Temple en el mundo. Él me ha dado mucha información y además he leído casi todo lo que ha escrito. En una ocasión me habló de dos personajes que encontré muy interesantes: Margarita D’Artois y François de Beaujeu. Se me quedaron en la cabeza, porque su presencia en los hechos daba mucho juego para una posible historia.
¿Así surge la idea del relato?
En realidad surge en un viaje familiar a Aviñón. El guía nos estuvo hablando de Clemente V, el Papa que abandonó Roma y se instaló allí por ser la primera una ciudad sucia, llena de enfermedades, sin alcantarillado; y también porque era francés. Pero una vez en Aviñón, el rey de Francia, que lo había colocado en el puesto, ya no lo dejó salir. Prácticamente lo hizo su prisionero. Entonces nos hablaron sobre la muerte del Papa. Mi hija, que es cirujana, y mi mujer, que es enfermera, empezaron a especular sobre qué pudo suceder realmente: si hubo envenenamiento, etc. Entonces me puse a investigar y ahí supe que varias personas involucradas en la desarticulación de los templarios murieron en un corto periodo de tiempo: Clemente V, Felipe IV y Guillermo de Nogaret, el maquiavélico consejero del rey. De hecho, Nogaret murió a los tres días de visitar a Margarita D’Artois, lo cual da qué pensar.
Ahí entra la imaginación del escritor e inventas al vengador único de tu historia: Ese templario aragonés que regresa tras un largo viaje en busca de un fruto legendario y encuentra su orden exterminada.
Sí, aunque algo tuvo que haber, porque existió un joven freire del Reino de Aragón -los templarios no eran frailes sino freires- que participó en la conquista de Tarifa en 1292 a las órdenes de Sancho IV de Castilla. Este joven, cuyo nombre desconocemos, destacó por su valor en el combate. Tenía apenas dieciséis años y, como no era caballero, luchaba a pie. Su fama se extendió y el gran maestre Jacques de Molay lo llamó a su presencia. Participó en la conquista de Jerusalén en 1298 y en la gran victoria sobre el sultán de Egipto en 1299. Cuando los templarios son aniquilados en 1307, él tiene 38 años. Sabemos que sobrevivió porque más adelante su rastro reaparece. Los templarios llevaron siempre un registro muy meticuloso de sus actividades. Por eso cuando los detienen a todos en Francia en una sola noche, se sabe que doce escaparon. Eso forma parte de la leyenda, pero muchas veces la leyenda complementa a la historia.
¿Cómo te has aproximado a los personajes históricos?
Al rey de Francia lo planteo como un hombre que teme morir joven, como su padre. En su momento de máximo poder estaba aterrado ante la posibilidad de no completar su objetivo, que era convertir Francia en un único reino. Al final sus temores se materializan y muere a los 46. Le gustaba demasiado la fiesta, y necesitaba dinero imperiosamente.
Y los templarios lo tenían en cantidades ingentes, según las leyendas.
Sí, porque aunque los católicos no podían ser banqueros, los templarios custodiaban, por bula papal, el dinero de los peregrinos de Jerusalén para que no se lo robasen si los asaltaban en el camino. Luego eso se extendió a toda la cristiandad y tenían su banco central, por decirlo así, en París. El rey pidió al Temple una enorme suma que necesitaba para la dote de su hija, a la que quería casar con el príncipe de Inglaterra. La respuesta del gran maestre fue no. A la noche siguiente, Felipe IV hace detener a toda la orden, algo que tenía planeado desde mucho antes, porque, si no, no se explica el éxito de una operación a tan gran escala. La gran detención sólo se da en Francia: 1.200 miembros de la orden de los que 800 son rápidamente ejecutados. En España, por ejemplo, los reyes se oponen porque estaban en plena Reconquista y necesitaban a los templarios.
Tal como relatas, al gran maestre Jacques de Molay lo torturaron siete años antes de quemarlo. ¿Por qué tal ensañamiento?
Esa es la gran pregunta. El rey ya tenía todos sus tesoros, sus papeles… no le quedaba nada material que arrebatarle. Tenía que haber algo, algo buscaba. Ahí entra de nuevo la imaginación del escritor.
¿Por qué siglos después los templarios nos siguen atrayendo?
Antonio Galera dice que, si no se hubiera martirizado a los templarios, hoy serían una oscura orden más entre las casi 400 órdenes militares religiosas que existieron. Nadie los recordaría como apenas nadie recuerda la orden de Montesa. Además, el 90% de lo que se ha escrito sobre ellos es mentira. Los templarios, a fecha de hoy, están excomulgados y, de hecho, según una bula papal nunca derogada, cualquiera que se ponga su hábito queda excomulgado también.