En su voluntad por acercar la nueva narrativa latinoamericana al público español, la editorial Candaya publica “Sanguínea”, novela de Gabriela Ponce (Quito, 1977) que, con una forma libre, atrevida y desbocada, ahonda en la experiencia de pérdida. Se trata de un relato lleno de sensaciones físicas e íntimas, con una escritura nerviosa y tornadiza. Gabriela Ponce, directora de teatro y profesora de artes escénicas en la Universidad San Francisco de Quito, forma parte de la generación de autoras ecuatorianas que están renovando la literatura en su país.
¿Cómo se gesta “Sanguínea”? Has dicho que llevas tomando notas para su escritura muchos años.
“Sanguínea” se gesta a partir de una serie de imágenes y paisajes que fui coleccionando y que al tejerse armaron la narración: un jardín, el río, ciertas experiencias de infancia, ciertos cuerpos, fluidos, colores. Todas ellos confluyen para ser el escenario en el que se despliega la historia de la novela, y que gira en torno a una experiencia de pérdida, el divorcio de la narradora y la crisis de todo su mundo afectivo.
Es una novela con abundancia de sensaciones físicas: líquidos, fluidos, dolor, placer, la menstruación. ¿Qué te lleva a esa descarnada exploración de lo físico?
Estaba buscando narrar un cuerpo en crisis, y lo pude hacer desde ahí: Su condición sensible se expresa en esas superficies, en la piel, en los fluidos, en el dolor y el gozo. Es a través del cuerpo, de sus estados, que tenemos algún conocimiento de la narradora, y esos estados, resultan, aunque paradójicos, muy próximos. La escritura de “Sanguínea” fue una manera precisamente de mostrar la proximidad de una serie de emociones que conviven en nuestro interior en un momento de pérdida. Una manera de entender el modo en el que se derrumba un mundo pero en el que también se habilitan experiencias de intimidad, amistad y sensualidad en el mismo instante del desplome. La única manera que encontré para hablar de eso fue investigando ahí, en esa materia sensible que es el cuerpo y que filtra el mundo a cada instante.
Escribes de manera desbocada, adentrándote en terrenos complejos, poco habituales. ¿Es tu escritura en sí misma un proceso de búsqueda?
No entiendo la literatura sino como un proceso de búsqueda. Leo y escribo para entrar en contacto conmigo y con los otros, con una avidez apasionada por entender la vida y los afectos, por algún conocimiento posible aun cuando sé que siempre es provisional e incompleto. Los libros que más me gustan, en ese sentido, lejos de ofrecer certezas señalan la inestabilidad de cualquier afirmación. Intento escribir así. Los terrenos que me interesan son efectivamente los que me permiten buscar, los que exigen una exposición de mi impericia, de mi fragilidad y tratan de elaborar desde ahí preguntas.
También tu narradora está inmersa a una búsqueda, o una huida.
Huye a pesar de que sabe que no hay manera de escapar, y en el momento de la huida se encuentra otra vez con lo inevitable, con la experiencia de la indigencia, de la desolación, del desamparo que la constituyen. De esa herida que nos atraviesa a todos y que nos lleva a buscar -y a encontrar- en el afecto la única posibilidad de restitución.
“Sanguínea” es un libro muy ecléctico. ¿Ese eclecticismo es producto de la planificación, o más bien te dejas llevar?
Creo que una combinación de ambas: Parto de un lugar que, aunque no es un comienzo, traza una suerte de trayecto, pero ocurren todos los desvíos posibles, las suspensiones, el advenimiento de la voluntad de la propia escritura, y termino en el lugar menos pensado.
Apuestas por la libertad en la literatura, pero eres a la vez una autora muy autocrítica con tu propio trabajo.
La libertad es una condición indispensable para la creación creo, pero nunca me queda muy claro de qué hablamos cuando hablamos de libertad. Escribo desde un contexto muy concreto, con unas condiciones materiales también muy concretas y desde ahí escribo lo que puedo. Soy autocrítica en la medida en que intento mirarme con honestidad, intentando evitar la autocomplacencia e intentando también no tomarme tan en serio.
¿Afrontas la escritura de novela de manera diferente a como abordas el teatro?
Sí, hago teatro dentro de un colectivo. Es un trabajo que implica la colaboración y la negociación permanente, incluso en la escritura. En ese sentido las dos experiencias se distinguen, pero por otro lado, ya en lo que se refiere a los géneros, siento que el teatro que escribo es muy narrativo y que esta novela, “Sanguínea”, podría también funcionar como un monólogo. Mi narrativa está muy contaminada por mi experiencia en el teatro y viceversa.
Junto a autoras como María Auxiliadora Balladares, Daniela Alcívar, Sandra Araya o Mónica Ojeda, formas parte de una generación de escritoras que está renovando la literatura en Ecuador. ¿Qué os une?
Con las autoras a las que mencionas, además de unirme el afecto y de admirarlas a todas mucho, creo que sin duda coincido en algunas inquietudes estéticas; aunque por supuesto existe en todas una singularidad que es quizá la marca de la producción de la literatura en el Ecuador, una heterogeneidad que siento que es inédita.
¿Compartís dificultades también?
Claro que hay dificultades que compartimos y que creo se asocian a una tradición literaria (y a una crítica literaria), que poco ha visibilizado a la literatura escrita por mujeres y que sigue sintiéndose la voz autorizada para calificar (o descalificar) nuestra escritura, desde una perspectiva en algunos casos, conservadora y caduca.