El mundo del jazz es sumamente diverso; tanto en corrientes o tendencias, como en tipos de músicos que se mueven en ese amplio territorio. Uno de esos músicos peculiares del género es, sin duda, el pianista Brad Mehldau. Hay aficionados o críticos musicales que lo sitúan en el jazz contemporáneo, pero a Mehldau es difícil catalogarlo como músico de jazz. No porque sus creaciones o recreaciones sobre piezas de otros, que casi recompone, o las suyas propias no contengan calidad y un alto nivel sino porque cada disco, cada concierto, puede resultar tan diferente al anterior que ahí es donde radica la inestabilidad de su etiqueta. Tras unos años de su primera visita a Jazz San Javier, la organización ha logrado, precisamente en el momento que casi ningún músico salta el charco para girar, que este genio de actitud un tanto extraña sobre el escenario pisara, por tercera vez, el escenario del Parque Almansa.
No destacaré la expectación creada, con todas las entradas vendidas semanas antes. Tampoco su cierto halo de misticismo que parece acompañarle siempre cuando interpreta al piano. Pero sí voy a destacar ese “mal ambiente” que persiste en mantener con los fotoperiodistas. Es extraño que no se deje fotografiar por otros profesionales que, como él (o igual no se toma sus conciertos como un trabajo, vete tú a saber), van a realizar su labor profesional. Y no crean. Nos hemos preguntado que parece venir más de su círculo (léase managers o tour manager) que del propio pianista, ya que en las distancias cortas es un tipo muy amable aunque con un cierto toque de timidez o introvertido. Pero también te preguntas que si conoce la “mala baba” que flota en el ambiente de los fotógrafos profesionales cuando su entorno ejerce esa presión y negativa ¿por qué la mantiene? ¿Le interesa que continúe siendo así? Total, el personal va a continuar asistiendo a sus conciertos, seguirá vendiendo sus discos y la Prensa, pues como que le “resbala”. Lo dicho: Es un enigma o la eterna interrogante. Y en esta tercera visita a Jazz San Javier, ese mal ambiente no ha sido una excepción. Ni con los fotógrafos, ni con los técnicos de sonido y luces, ni tan siquiera con el afinador que aporta el piano que ha pedido Mehldau, al que puso a punto de caramelo para entregarle el afinador y que fuera el tour manager (que lo hace todo, el hombre) el que afinara el piano como le gustaba (yo, lo hubiera hecho). En fin, estas son las “anécdotas” de cada visita de Brad Mehldau en su halo.
En lo musical, el pianista natural de Florida y educado en Connecticut, demostró su genialidad una vez más. En lo musical, no se le puede reprochar nada. Es un pianista limpio, que acaricia las teclas del gran cola y lleva a cabo arreglos que uno no puede casi imaginar. Y su aparición en el escenario del Parque Almansa fue, exactamente, así: Suave, silencioso y al tajo. Mehldau solicita una banqueta más baja de lo habitual. Probablemente, porque le gusta meter la cabeza casi encima de las teclas y así transcurre todos y cada uno de los temas que interpreta, como fue “Unrequited”, para dejar escapar por todo el auditorio esa exquisitez interpretativa que ha contagiado a sus compañeros de escenario: El contrabajista Larry Grenadier y el baterista Jeff Ballard. El trío mantiene una línea delicada interpretativa, por la que demuestran que en el jazz (también en otras músicas), no hay que tocar fuerte. Y mientras se desarrolla esa interpretación, Brad Mehldau tiene dicho -y esto lo sabe hasta el mosquito más trompetero- que mientras toca no se tiene que oír nada más que su piano, contrabajo y batería. Y eso es ley, por encima de cualquier otra.
Quienes son seguidores del pianista o del trío, lo conocen bien. Y ciertamente, sus evoluciones se aprecian más que si te está estorbando el ambiente que siempre ha existido en el Parque Almansa. Ahora, ese ambiente está eliminado porque la zona está en obras y no viven más que los postes de obra, el arbolado escaso que han dejado en pie y los grillos y demás insectos que, ya digo, mientras el interpretó ni se escucharon. Tras girarse al público y hacer un gesto de agradecimiento, otra pieza titulada “Twiggy”, perteneciente a su álbum Ode publicado en 2012. Son piezas que en disco rondan entre los 5 a 7 minutos, pero en los directos el trío se recrea ampliamente y pueden llegar a los 12-15 minutos. Y en esta primera fase del concierto de Brad Mehldau en el XXIII Jazz San Javier, acabó con “Moe Honk”; un tema de su más reciente disco publicado el pasado 2020 y titulado Roundagain.
Al finalizar, Brad cogió un micrófono escondido en la esquina derecha del piano y se volvió, siempre sin levantarse de la banqueta, hacia el público para explicar las partituras que habían hecho sonar, anunciar la siguiente y dar las gracias por la asistencia. También en sus alocuciones al público de sus conciertos son minimalistas. Bueno, Mehldau es así; o lo quieres o lo odias. No hay término medio. Así que se giró de nuevo hacia las teclas del gran cola y deslizó sus dedos sobre ellas para dejar sonar “Gentle John” continuar con una creación de Jerome Kern e Ira Gershwin titulada “Long Ago and Far Away” (una de las piezas más largas del repertorio en San Javier), para pasar después a una canción (aquí fue instrumental) que, para mí, es una de las que más me han gustado de siempre de Buddy Johnson: “Since I fell for you”. Brad Mehldau hizo una deliciosa versión en un ritmo muy acompasado, de auténtica recreación en los viejos cánones pero olvidándose de ellos; dándole ese toque suyo tan particular.
De nuevo se dirigió al público para reiterar las gracias e indicar los temas que habían escuchado, anunciando un bossa (le gusta mucho la música brasileña, como la de The Beatles) de Toninho Horta -que actuó en la XII edición en 2009- y que desde hace décadas es la sintonía de uno de los programas de Radio 3 que más he seguido llamado “Cuando los Elefantes Sueñan con la Música”, de Carlos Galilea, que en la actualidad se emite de 15 a 16 horas. El tema se llama “Aquelas coisas todas”, con la que Brad Mehldau reiteró su vuelo interpretativo recreándose en esta conocida bossa. El público estalló a su término, puesto en pie, aplaudiendo sin cesar e insistiendo para que el trío del pianista regalara un poco más de su delicadeza y maestría musical.
Tras un minuto de insistencia aparecieron de nuevo los tres para interpretarnos un bis de Thelonius Monk titulado “Skippy”, que se nos antojó un tanto escaso en relación con los anteriores, pero suficiente para contentar a un auditorio repleto y entregado desde el primer momento. En resumen, una noche que en lo musical y para todos los asistentes quedará en la memoria colectiva. Para los que tenemos que “lidiar” con su entorno y caprichos, un estrés innecesario pero que nunca podemos evitar. Bien está, lo que bien acaba. La próxima cita será este viernes, con otro pianista que también regresa tras su primer triunfo: El italiano afincado en Francia, Giovanni Mirabassi con el cantante Cyril Mokaiesh, que es uno de los nuevos valores asentados en la Chanson francesa. Eso en la primera parte porque en la segunda, el pianista se une al cuarteto que lidera Marc Berthoumieux, el acordeonista francés que ya visitó, también con Mirabassi, Jazz San Javier en la XVIII edición, con casi la misma formación. Ahora, sólo cambia el contrabajista que será Selène Saintaimé. Se lo contaremos, como no podía ser de otra manera. No pierdan el hilo.