Libertad y voluntad de mujer en La dama duende
La Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) ha vuelto a Murcia por segunda temporada consecutiva (y que sigan muchas más, por favor) con La dama duende de Pedro Calderón de la Barca. Como sucediera con el anterior El perro del hortelano, la fórmula del éxito se repite: Helena Pimenta a la dirección y Marta Poveda en el papel protagonista. La más que demostrada solvencia artística de la CNTC queda patente en la magnífica escenografía, iluminación, coreografía y vestuario de esta obra con versión de Álvaro Tato.
Mención especial merece la puesta en escena, la deliciosa música de Luigi Boccherini y el baile ocasional de los actores y actrices. Y eso es así porque hay dos grupos de bailarines bien diferenciados. Ellas extienden sus brazos y piernas al aire cubiertas de telas vaporosas que erotizan la escena cada vez que la recorren.
A la salida del Teatro Romea, algunos espectadores comentaban en corrillo que este Calderón resultaba superior a Lope de Vega. Sería difícil elegir entre la nómina de grandes dramaturgos de nuestro Siglo de Oro, pero ha de recordarse que Calderón no habría existido sin el inicial magisterio de Lope y la aparición posterior de Tirso de Molina. Es más, esta obra calderoniana sería quizá diferente sin La viuda valenciana del insigne Lope de Vega. Todos los dramaturgos citados antes tienen en común la publicación de un tipo de teatro barroco que se dio a conocer como “comedia de capa y espada” y, desde luego, La dama duende lo es de principio a fin. Posee un inicio trepidante, con una mujer embozada y misteriosa que ruega a un caballero detenga a otro que la persigue.
Y ahí empieza el germen del enredo, de las apariencias y los engaños que van a discurrir en toda la acción. Ángela (inconmensurable Marta Poveda) es la que huye como torbellino de su hermano don Luis (vibrante David Boceta), puesto que la joven es una viuda recluida en el hogar bajo la estricta vigilancia de sus dos hermanos, celosos y torpes en esto del amor, como representa don Juan (magnífico Joaquín Notario).
El galán quijotesco es don Manuel (genial Rafa Castejón) que ayuda a la misteriosa dama frenando la persecución de don Luis. Este servicio produce todo un duelo de espadas, pero aparece don Juan, amigo de juventud de don Manuel, y se halla la paz por el momento. Para aumentar el enredo, el herido don Manuel se hospeda en casa de los hermanos. Ángela arde en deseos de conocer a su salvador, pero la injusta actitud de la época con la viudez impide el galanteo oportuno. Así que se inicia la carrera de fingimientos y bromas. Todo son requiebros al fin y al cabo para vencer los celos y el honor exagerado de los hermanos de la pobre viuda. Ángela y sus criadas hallarán el modo de visitar la habitación de don Manuel, comunicada con su cámara mediante una puerta secreta a modo de alacena. Y así surge, fruto al inicio de la superstición del criado Cosme (increíble Álvaro de Juan), la misteriosa dama duende que deja mensajes y regalos en la habitación del engañado huésped.
También a la salida del teatro se escucharon elogios sobre la actitud fuerte y decidida de las mujeres de esta obra. Sin duda, son ellas las que llevan la voz cantante en todo este embrollo que arma magistralmente Calderón. ¿Fue este un protofeminista, existe una escondida crítica al patriarcado que ahoga a una joven y bella viuda? Ante esas opiniones, una única respuesta: vean más teatro clásico.