El sábado 6 de marzo se llenó el Teatro Romea con la adaptación de unas de las mejores recientes novelas de nuestro panorama literario. Nos referimos a Los asquerosos de Santiago Lorenzo, editado por Blackie Books, con más de dos años de continuas reediciones y cierto halo de profecía autocumplida, puesto que la obra versa sobre el inesperado pero a la postre deseado confinamiento del protagonista en una aldea de la España vaciada.
No suelen pervivir en la memoria las adaptaciones teatrales de obras narrativas. La novela de Lorenzo carece de diálogos y ofrece apenas dos personajes. La obra original llama poderosamente la atención por su lenguaje literario, que algunos han tildado de barroco. En mi opinión, esta destaca por un elegante y creativo conceptismo literario al más puro estilo quevediano. Sin duda, los responsables de la adaptación, Jordi Galcerán (El método Grönholm) y Jaume Buixó (Polònia), han sabido podar y seleccionar lo mejor de ese original mundo léxico de Manuel (interpretado por Secun de la Rosa).
Octubre Producciones y Teatro Español, con la dirección de David Serrano, nos sumergen en la trama in medias res: Manuel, un joven introvertido e inadaptado, ha herido gravemente a un policía y su tío le aconseja huir de Madrid para ocultarse en un pueblo abandonado de la meseta castellana y esperar en soledad. Su rápida separación exige una puesta en escena con dos módulos giratorios que propician el doble espacio de los diálogos telefónicos de tío-sobrino, a la vez que el primero, un afortunado y redivivo Miguel Rellán, hace de narrador y comentador de los días de su familiar en una aldea que se convierte pronto en un locus amoenus. Allí, en lugar de la gran urbe, Manuel se acostumbra rápidamente a vivir con poco y a ser muy feliz sin nadie a su alrededor. Y no es extraño este punto, porque como considera el misántropo personaje, el problema lo crea la gente, la necesidad angustiosa de agradar a los demás.
La obra teatral despierta su verdadero interés cuando la paz de Manuel se ve enturbiada con la llegada de los “mochufos”, neologismo (uno de tantos) que se usa para la plebe dominguera, ruidosa y ostentosa que acude los fines de semana a la casa de al lado. De este modo, se acaba la alegre quietud del protagonista. La venganza de Manuel despierta las risas del público y es el momento álgido de la hora y media de una adaptación que va de menos a más.
Una vez ahuyentados los asquerosos urbanitas, Manuel puede volver a su ansiado retiro. Allí de nuevo, pero sin la mochufa, se nos revela el desenlace vital de un sobrino que no ha elegido la soledad, sino la ataraxia. Es el momento más tierno de la obra, narrado y sufrido en la novela y en su adaptación teatral por el tío de Manuel. En ambos textos queda claro que aislados y embrutecidos, en el fondo, viven otros.