Se hace la noche, la luna llena de julio se tiñe de rojo sobre el Mediterráneo preparada para ser eclipsada por nuestra esfera terrestre. Daba la sensación de que este espectáculo celeste anticipaba lo que estaba por venir.
Un escenario sobrio, una formación clásica (bajo, batería, guitarra y teclados) y un nuevo emplazamiento para La Mar de Musicas: el patio antiguo del CIM (un acierto abrir este nuevo espacio al festival). Se sentía la expectación por ver a una artista que parece que ha dejado huella tras su paso en 2012 y su actuación con Oumu Sangaré, otra de las musas africanas del festival y madrina artística de nuestra protagonista.
Con este ambiente expectante y tras una introducción instrumental, salió a escena la artista maliense deslumbrando con su sola presencia como solo hacen las que van a ser muy grandes. Una figura imponente, un sol azul de sonrisa de marfil sobre el que orbitaba el resto de la banda.
A través de su guitarra y bellas melodías, en un inicio muy evocador, transportó al público a esas tierras africanas de las que surgieron los primeros ritmos y armonías musicales . Se unió la banda tratando de generar ese trance rítmico que tanto buscan en la música de Mali y sobre el que volaba la portentosa voz de esta artista.
Ya desde la segunda canción comenzó la Fatoumata más política dialogando con el público y soltando arengas en pos/pro de la comunicación entre los pueblos. Irremediablemente hay algo de política en un concierto de una artista de Mali que reside en la Europa que cierra las fronteras. Es la voz de ese pueblo que quiere prosperar y que nos ofrece a sus mejores frutos: sus hijos e hijas, abandonados a su suerte en el mar o recibidos con muros y cuchillas. Fatoumata Diawara tiene mucho que decir en todo este despropósito y lo hace a través de su música y su palabra. No en vano el título del disco recientemente publicado se titula “Fenfo: something to say”.
Durante la primera mitad del concierto la energía se mantuvo en un punto medio. Por un lado, por falta de ritmo del espectáculo y por otro, por la instrumentación de las canciones, por momentos demasiado europeizada. La banda, aunque correcta, no aportaba las sensaciones y ritmos de la música de Mali que uno podía esperar.
Así entre solos de guitarra de Fatoumata y canciones más o menos ordinarias, llegó el punto de inflexión. Su movimiento hacia el afrobeat de Fela Kuti comenzó a movilizar al público (muy estático hasta este momento) que quería ser partícipe de esta mágica noche. Y sobre todo con su versión de “Sinner man” de Nina Simone, otra de las referencias de lucha y poder femenino en la música negra. Esta canción, con toda su carga devocional, terminó de despertar a la Fatoumata más salvaje. A través de su sentido canto comenzó la transformación a hechicera, a esa bruja Karabá (personaje de “Kirikú y la bruja” que ha interpretado en el cine), que con su cola de caballo comenzó a ahuyentar a los malos espíritus. Así danzó poseída como solo saben hacer las mujeres del continente negro.
Desde este momento sus mensajes de paz y conciliación calaron de verdad en los corazones de los asistentes. Ya había roto esa barrera invisible de hielo entrando en sintonía con esas raíces de las que nos hablaba en “Kokoro”. La embajadora africana abrió las fronteras de la vieja Europa y transformó en lágrimas la emoción de algunos de los asistentes que escuchaban sus mensajes de paz y conciliación entre culturas.
A partir de aquí todo fue fácil. Le bastó decir: “¿Os gusta bailar? ¿Sí? Todo el mundo arriba” y puso el público en pie. La artista de Mali consiguió hechizar al respetable que, ahora sí, se entregaba en cuerpo y alma a todo lo que proponía desde el escenario.
Siguió desmelenando su tocado azul con más bailes e hizo cantar al público en varias ocasiones. Con el público rendido a sus pies tuvo tiempo de explayarse en su bambara nativo, poesía pentatónica de estas etnias creadoras del blues. Se le vio visiblemente emocionada por la energía que ahora recibía. En la música todo es de ida y vuelta. Lo que das es lo que recibes.
Así siguió con algunas de las canciones más reconocibles de su primer disco como la preciosa “Sowa”, aunque siguiendo en esa línea de sonoridades más cercanas al funk o blues anglosajón que al “Mali Blues” de la que ella es representante. Como en la versión del “Higher ground” de Stevie Wonder con la que casi despidieron el concierto.
En definitiva, a pesar de la falta de sonoridades africanas en la música que su banda franco-maliense proponía, la energía de esta artista total puso en pie a un público entregado a la empresa romper los muros y barreras que separan a nuestros continentes.