María San Miguel es productora, dramaturga y actriz. Dirige la compañía Proyecto 43-2, una aventura radical que ha reflexionado sobre el conflicto y la violencia en el País Vasco mediante la trilogía 'Rescoldos de paz y violencia' y que ahora trae a Murcia I’m a survivor, una pieza personalísima donde se sube al escenario con su madre para hacer el duelo por la muerte de su padre y pensar, desde las entrañas, la memoria, la enfermedad, la política y la salud pública, en una obra escrita en medio del dolor y de la pandemia. Será el próximo jueves 26 de mayo, en el Teatro Romea, dentro del Festival Determinantes.
Tu obra habla del duelo, pero también de la pandemia, de la familia, de la memoria y de la importancia de la sanidad pública. ¿Es una síntesis de todo lo que nos pasó, de lo que vivimos esos años?
El contexto en el que ocurre es el de la pandemia, que es cuando se murió mi padre, pero la obra va más allá. Quiero decir, lo que se pone en escena es mucho más atemporal que ese momento concreto de nuestra historia reciente. Tiene que ver con la pérdida, con cómo se enfrenta un duelo, con la memoria familiar, pero también con la memoria democrática, con las personas de la generación de mi madre y mi padre que se comprometieron y pusieron el cuerpo para construir la democracia en nuestro país, en esa España hoy vaciada. Más que pandémico, es un retrato familiar sobre la pérdida y también generacional.
La reflexión que mencionas sobre la memoria democrática tiene que ver con el trabajo político que hacía tu padre, en un momento clave como fue la Transición. ¿Es también la pieza un homenaje a esa generación de personas dedicadas a la política en esos tiempos críticos?
Sí. Sí que lo es. Mucho antes de pensar en la génesis de este proyecto tenía en la cabeza hacer algún tipo de retrato documental de mi padre, mi madre y sus amigos con los que trabajaron tan duro por, como decía mi padre, construir la democracia. Ya sentía que son voces a las que no se les está dando visibilidad, esos miles de mujeres y hombres que trabajaron para democratizar nuestro país desde lo rural, lo que hoy conocemos como la España vaciada. Un trabajo silencioso y nada reconocido. Y que al mismo tiempo ha sido imprescindible para que la democracia se desarrollara y fortaleciera.
El retrato que me imaginaba hacer está genealógicamente relacionado con El sopar de Pere Portabella. Ya no podrá ser. O no podrá ser como pensaba, porque no está mi padre. Pero sí que tuve claro que eso tenía que estar de alguna manera en I’m a survivor. Porque forma parte de mi historia familiar y de quién soy yo y del porqué del teatro que hago, pero también por lo importante que han sido en estos meses de duelo estos compañeros políticos que más que amigos son familia para mi madre y para mí.
Y porque me obsesiona y me parece hermoso trabajar para que las narrativas cotidianas, disidentes o silenciadas por los relatos oficiales ocupen el centro de los relatos.
¿Cómo hiciste para escribir tan cerca de lo que cuentas, de hecho desde dentro del duelo y en pandemia?
Pues no lo sé. Ahora me acerco al texto cada vez que tenemos un bolo y me hago esta misma pregunta: pero ¿cómo hice esto?
Me puse un par de plazos para ponerme a escribir que no cumplí, aunque sí que le daba muchas vueltas en la cabeza. Pensaba en lo que me imaginaba que tenía que ser y en lo que me gustaría mostrar, que era la montaña rusa emocional que estaba viviendo y de la que nadie nunca te habla. Porque de la muerte y del duelo no se habla. No se habla hasta que no te pasa y entonces lo compartes con amigas o amigos a los que ya les ha pasado. O con mi madre, que ya había perdido hace años a su padre y a su madre.
La realidad es que no me puse a escribir hasta una semana después de que empezásemos los ensayos, a primeros de noviembre de 2020. No podía enfrentarme a la muerte de mi padre desde la escritura. Terminé la pieza a tres días de estrenarla. En ese sentido fue un proceso intuitivo y muy kamikaze. Porque el equipo artístico nos estaba sosteniendo a mi madre y a mí y, a la vez, trabajando con imágenes e indicaciones que yo les compartía sin tener nada escrito.
Volviendo a la pregunta, supongo que escribí después de un proceso de darle muchas vueltas en la cabeza, intuitivo y presente.
Es decir, que lo primero fue de alguna manera poner el cuerpo, y una semana después de empezar a ensayar con él empezaste a escribir. Esto me sorprendió en un taller sobre tu dramaturgia que impartiste en Murcia: que de lo primero que hablaste fue del cuerpo, y no de la investigación, por ejemplo, tratándose de teatro documental.
Yo vengo del teatro basado en el movimiento y en la conciencia y trabajo del cuerpo. Me he formado siempre con maestras y maestros que trabajan desde ahí. Sin un cuerpo presente la palabra no se sostiene. Y lo vemos en muchos espectáculos.
Me parece fundamental tener claro lo que significa poner el cuerpo encima de un escenario, pero también en la vida. En eso soy muy radical. Poner el cuerpo transforma. Y para mí de alguna manera es la raíz del teatro documental. Porque en mis procesos de investigación yo misma voy (sola o acompañada por parte de mi equipo) a otros lugares para encontrarme con personas a las que hacer preguntas. Pero también para observar y dejarme empapar por esa realidad y ese contexto. Y para eso tengo que tener el cuerpo disponible de la misma manera que lo tengo en la sala de ensayo y encima del escenario. Hay algo extracotidiano ahí. No sé explicar lo que es. Pero sí que tiene que ver con lo que significa literalmente poner el cuerpo.
Hay algo político también en eso. Y creo que no se puede trabajar lo documental desde otro lugar que no sea poniendo tu cuerpo al servicio de y con la disposición a que lo que escuches y vivas te modifique profundamente e incluso cambie tu proyecto. Porque cuando haces preguntas y practicas una escucha radical para con el otro, se te caen algunas ideas o construcciones que ya traías de casa y en eso es en lo que me gusta indagar.
Y también por el rito. Subirse a un escenario a contar historias requiere otro cuerpo, otra energía. Hay algo muy grande en el hecho teatral que requiere toda la alerta y toda la conciencia puesta en tu cuerpo. Sabiendo que, como en la vida, un pequeño gesto cambia un mundo.
Tu madre aparece en escena. No es la primera vez que actúa pero ha debido de ser especial dirigirla y escribir para ella y también compartir escenario con ella. ¿Cómo surgió la decisión de que ella estuviera sobre las tablas?
Bueno, es la primera vez que ella actúa de manera profesional. Hizo muchísimo teatro amateur de joven y también en los años previos a mi adolescencia. De hecho, yo empecé a hacer teatro con ella como directora en Luces y Sombras, el grupo de teatro que montó junto a otras mujeres en Carpio, el pueblo en el que crecí. Así que, de alguna manera, es su primera vez.
La decisión surge en la noche en la que moría mi padre. Este proyecto nació del impulso de contar la historia de supervivencia de mi padre y yo fantaseaba con la idea de que él me acompañase en el escenario. Al morir de manera inesperada a causa de una trombosis provocada por las secuelas de la COVID, en la noche en que moría, ese momento tan real y tan extraño en el que se habla de todo, mi madre y yo hablamos de I’m a survivor, de lo que iba a pasar. Y mi madre me dijo que tenía que seguir adelante con la obra y que ya que no estaría papá, pues que estaría ella.
Como ves, lo de ser kamikaze me viene de familia.
¿Cuánto hay de María San Miguel en el personaje de María San Miguel que nos habla en la obra?
Supongo que todo. Porque está mi cuerpo tal y como es y están mis palabras. La forma de expresar todo esto que hemos vivido y estamos viviendo. Aunque hay una partitura de movimiento, de gesto y un trabajo de interpretación, de comunicación de lo que estamos documentando en escena, quien está encima del escenario es la María San Miguel actriz transformando en un hecho teatral una cuestión íntima que al mismo tiempo es universal. Porque lo que contamos es perfectamente reconocible incluso aunque no hayas sufrido una pérdida tan cercana.
Estos días estás girando en Madrid con la trilogía sobre la violencia y el proceso de paz en el País Vasco, titulada “Rescoldos de paz y violencia”. ¿Cuáles son las conexiones entre la escritura de ese trabajo y la de éste?
Hay una cuestión que vertebra las cuatro piezas que parten de lo documental para visibilizar cuestiones cotidianas de las que normalmente no se habla en un escenario. O no se habla de esta manera tan directa, tan cruda y tan real.
La trilogía y I’m a survivor están atravesadas por la pérdida, el duelo y el dolor. Pero también por una decisión contundente de seguir adelante a pesar de todo. Seguir adelante con alegría, pero haciendo un ejercicio de memoria, que a mí me parece muy necesario. Hay algo de ese porque fueron somos, porque somos, serán que recogen los cuatro espectáculos.
A Murcia ya has venido con parte de esa trilogía y también has impartido talleres. ¿Cómo es la acogida de un tema así lejos del País Vasco?
Buenísima. La experiencia que tuvimos en el Romea en diciembre de 2020 con La mirada del otro, la segunda pieza de Rescoldos de paz y violencia, y la que tuve hace justo un año impartiendo el taller han sido excepcionales. Y las recordamos en la compañía con muchísimo cariño.
El trabajo que hacemos con Rescoldos de paz y violencia genera muchísima curiosidad, porque, como ciudadanía, conocemos un relato mediático muy concreto que ha dado voz a unas pocas personas con unos determinados puntos de vista.
Sin embargo, nuestras piezas dan voz a los disidentes de cada grupo. Son narrativas que visibilizan lo silenciado por determinados intereses políticos y mediáticos, pero que forman parte de la realidad que habitamos. Y que, sobre todo, documentan que la sociedad es muy compleja y muy diversa. Entonces se acoge con mucha curiosidad y se abren muchas preguntas.
Con el paso del tiempo tu trabajo se han convertido en una referencia fundamental para pensar el conflicto y los procesos restaurativos, esas conversaciones entre víctimas y victimarios del conflicto vasco. Ahí se pone sobre la mesa un concepto complejo: la naturaleza del perdón. ¿Es el perdón lo que hace falta para la convivencia? ¿Se ha de perdonar cuando te piden perdón? ¿Se puede perdonar cuando no te lo piden?
Creo que el perdón es algo muy íntimo y muy personal. No lo sé si hay que perdonar o no. Eso dependerá de cada cual. Pero sí que creo que es fundamental ponerse en el lugar del otro. Defender la empatía como una herramienta básica de convivencia. Hacerse preguntas. Cuestionarse lo conocido y las creencias y estar abierta siempre a poder evolucionar. Como decía Bauman, las sociedades contemporáneas que habitamos son líquidas. No tiene sentido agarrarse a concretos indestructibles y permanentes. No somos las mismas personas que hace diez años. Si me apuras, con todo lo que nos ha pasado a raíz de la pandemia del coronavirus, ni siquiera somos las mismas personas que hace dos años. Por lo tanto, el ser humano evoluciona. Y una evolución sana se desarrolla a partir de la empatía.
Han pasado diez años desde el estreno de la primera obra de la trilogía. ¿Cómo ha evolucionado el conflicto en estos años, qué impresión tienes hoy del proceso y cuál tenías al inicio?
Ha evolucionado mucho, claro. Sí que es cierto, y esto lo hablo mucho con el cineasta Isaki Lacuesta, que ha habido cosas que han cambiado muy rápido y que hace diez años pensábamos que tardarían más en modificarse y que hay otras que, por el contrario, pensábamos que cambiarían rápidamente y no han cambiado. Supongo que también depende desde el punto de vista que lo mires.
En general creo que la sociedad vasca vive mejor y que ha evolucionado de manera positiva. Pero también es cierto que sigue pendiente un ejercicio de autocrítica y de memoria colectiva que tardará años en hacerse. También por parte del Estado, con la guerra sucia y los abusos policiales.
Es incómodo preguntarse dónde estaba yo cuando todo esto ocurría. Incluso, dónde estoy hoy y qué hago para que esto que pasó no vuelva a ocurrir. Hacerse preguntas incómodas siempre duele y hay que ser valiente para hacérselas también.
¿Y en ti, en tu percepción del conflicto?
En cuanto a mí, me considero una persona privilegiada que gracias a su curiosidad y su amor por contar historias desde el teatro ha tenido la oportunidad de ser testigo en primera fila de la evolución de la historia reciente de su país.
Yo también he cambiado. No pienso ahora lo mismo que pensaba cuando empecé. Por ejemplo, hace diez años, incluso menos, hasta que nos acercamos a lo que había ocurrido en Nanclares de la Oca con los encuentros restaurativos, yo pensaba que un preso de ETA sí que tenía que pasar toda su vida en la cárcel. Ahora soy defensora de la segunda oportunidad y de poner todas las herramientas del Estado al servicio de la reinserción. Estar tan cerca de esto durante tantos años, además de convertirlo en algo fundamental en la narrativa de mi propia vida, me ha hecho entender que las sociedades y los procesos que vivimos son extremadamente complejos. Y que siempre, siempre, siempre, tenemos que estar dispuestas a hacernos preguntas.