Fulgencio Saura hace honor a su tradicional interpretación pictórica de las tierras murcianas extrayendo de ellas un colorido recóndito que él sabe aflorar alentado por su sensibilidad y cariño hacia su entorno más entrañable, y ahí está, claro, el Mar Menor.
Realizados a vuela pluma para ilustrar este fragmento de réquiem, sus bocetos de acuarela sondean el estado de la gran albufera, compungido el autor por la triste deriva de sus aguas al mismo tiempo que esperanzado por su recuperación; un panegírico a la entidad de tan admirado como maltratado mar, cuyo estado refleja los tristes despropósitos que lo han convertido en agonizante.
Y ahí, sobre el papel rugoso de las acuarelas, emergen refulgentes azules rubíes y cobalticos, amparados por cielos rosados, mientras en las riberas despiertan increíbles conciertos de frondoso y florido matorral. Y aunque ligeras brumas ensombrecen los aromas marinos, haciendo estremecerse a mástiles y velámenes, Fulgencio consigue lo que siempre en sus pinturas: hacer sonreír a las secas tierras murcianas, sí, incluso al maltratado Mar Menor.
RESTAURAR EL MAR MENOR.
Por querencia hacia este mar familiar, marecito de los clásicos; bien que asumimos el mal que sufre en estos momentos, víctima de una contaminación degradante. Y quienes conocemos los ardores vividos durante tantos años en su ámbito, no podemos sino lamentar tal evento, exclamar aleluyas para que se supere la enfermedad de esta laguna que identifica un litoral que fuera cita de propios y foráneos. Las causas del mal que corrompe la transparencia del Mar Menor, no por sabidas hay que despreciar, pues a cada enfermo se le aplican los remedios adecuados para su mejoría. No por hablar en demasía de lo que fue y lo que es en la actualidad este mar tan querido, se resuelve el problema. Ni siquiera vale escudriñar responsabilidades que a nada conduce. El hecho es evidente y hay que acercarse al enfermo, cuidarlo, inyectarle los remedios que lo vayan curando hasta su completa rehabilitación. Aquí no hay bálsamos de Fierabrás pero sí técnicos, ecólogos, especialistas del medio ambiente capaces de planificar e instruir, adoptar caminos para que el político los utilice y programe actuaciones. No cabe sino la defensa de este ecosistema que convoca a quienes sentimos la riqueza, biodiversidad enraizada en este espacio natural único. Mar Menor de flora y fauna mediterránea donde flota la gaviota y el pescador sabe de gestas entre aquellos parapetos de cañas, como señalan viejos cronistas, citas continuadas en su oficio en pos del pescado tan ansiado no solo en vigilias cuaresmales, pues bueno es depurar su sabor en trances venideros. No es tiempo de nostalgias cuando se atisbaba la nube por las cimas de las islas, se regodeaba el reflejo de la vela latina en sueños convocados y se nadaba entre las huestes de los peces de plata.
Fulgencio Saura Mira.
Pintor y escritor
9.- “Sanctus”: Fulgencio Saura
Sanctus, Sanctus, Sanctus. Domine Deus Sabaoth!; pleni sunt coeli et terra gloria tua. Hosanna in excelsis. Santo, Santo, Santo, Señor, Dios de las fuerzas celestiales; Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria. Hosanna en las alturas.
La imagen de los apagados lomos y hundidos ojos de los peces en las riberas del Mar Menor recuerdan las malas prácticas de pescateros sin escrúpulos, mientras los regidores murcianos siguen enzarzados celebrando alegremente su interminable “entierro de la sardina”. Pero hay quien cuenta que solo son “250 muertos” los que se han recogido en las orillas, o “tres kilos” (Esto es: unos 12 gramos por pez. Hay que reconocer que si estuvieran vivos no sería un buen rancho). Se ignora los que han ido a parar a los cenagosos fondos. No hay remedio para unos ni para otros, ni para los que los cuentan, y ni siquiera para los que lo cuentan.
Por Ucrania: Mural en una calle de Polonia mostrando a una niña con los colores nacionales contestando con sus puños la agresión rusa