Quizás fueron esas altas expectativas lo que no terminaron de dejarnos disfrutar de un espectáculo que tardó en arrancar. Siendo como siempre una fiesta, el cabeza de cartel no tuvo una de sus apoteósicas noches y tuvimos que “conformarnos” con la ejecución perfecta de temazos y un show que nos dejó con ganas de más.
Tumefactum se presentan como “una banda de Murcia que hace post-punk y a veces se sume en la depresión”, y han hecho de su animada etiqueta el sello de garantía de este trío. Encargados de telonear y abrir la noche, nos encontramos con una BluemÄ«nda apabullante y más segura que nunca ejerciendo de frontwoman.
Su ponzoñosa voz es marca de la casa, consiguiendo a la perfección ese sonido lento y oscuro, parecido a verte sumido en una piscina de melaza: igual de empalagoso e incómodo, pero dulce e irresistible a la vez. Tumefactum presentaba su primer LP recién sacado del horno con parte de las canciones que formaban su demo (“Mioclono”, “La niña de las camelias”) y nuevas pistas como “Hijos del aburrimiento” (¿fue primero la canción o el fanzine?*), y las ofreció con contundencia en el 12ymedio, aunque con esfuerzos del batería por llegar a los rápidos ritmos iancurtinianos de sus canciones. Al final, BluemÄ«nda se explicó: Manuel y Joselu, guitarra y batería, estaban tocando enfermos, y no fue su mejor noche. Sin embargo la sensación de un Tumefactum más rotundo y convincente se abre paso con lo que promete ser el rodaje del nuevo álbum.
Tras el aperitivo darks, la otra “fiesta oscura”: Trepát han conseguido hacerse con un fiel ejército de fans y la sala, que hasta entonces había permanecido a medio gas, empieza a llenarse. Los jóvenes fotógrafos del periodismo DIY ocupan las primeras filas al comenzar la intro de los granadinos, que emergen en un subidón calculado y perfecta escenografía.
El público se remueve pero tarda en arrancar: hay que decir que la audiencia murciana es dura, difícil de bailar y de hacer responder hasta que no está bien caliente, y quizás eso no ayude a dar la bienvenida. Por eso la primera parte, más destinada a crear una ensoñadora atmósfera con temas como “Onix” o “La playa” fue hechizante pero tranquila. Pero el sosiego era preparatorio de un segundo acto en el que se acumuló el póker de ases: la banda sabe a la perfección que “El amor está en la tierra”, el hit definitivo “Torturas en los bares” o el regalo de discolight en forma de versión del “Free from desire” mueven los pies de un muerto, y es mejor dejarlos de colofón final y buen sabor de boca.
Del Trepát de anoche nos quedamos con su buena convergencia como banda: se miran, se sonríen, y se nota que se divierten sinceramente. También destacar el mayor protagonismo de las voces femeninas de la banda (Patri defiende perfectamente su papel de cantante solista, sin soltar el bajo) y la siempre perfecta figura de Juan Luis, el centro de las miradas, sensual y sexual (“¡Juanlu, te f*llo!”, gritaba la primera fila).
Él es sobre todo un carismático maestro de ceremonias que se toma su tiempo como un Morrisey sureño, un soberbio divo-Bosé. Pero ni la perfecta presentación de los grandes temazos quitó la sensación de que el enamoramiento podría llegar a haber sido un estallido de pasión. A pesar de la entrega de los fieles, el “foso” de la 12ymedio, esa primera fila invisible que tanto cuesta llenar, es medidora del grado de entrega: si nadie lo ocupa durante el concierto, si falta sudor, es que ha faltado un pelo, y casi lo tuvimos ahí. A Trepát se le puede exigir más, y no les faltará amor, ni en Murcia ni en la tierra, para demostrarlo.