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OPINIÓN | 'La penúltima baza', por Antón Losada

Te ‘coloniso’ (la mente)

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La mayoría de guiris «no se orienta» en los bares donde se tapea de pie, como dice mi amigo Boris, fino observador con «cerebro de hombre y corazón de mujer». Se ve que el «modo cóctel» solamente lo aguantan si van de gala. Una alumna estadounidense de un taller de traducción que impartí me propuso sin pestañear las dos de la tarde como hora para una tutoría digital. Un vendedor de productos de lujo nos explicó una vez cómo les formaban para entender que sus clientes de China volverían a revisar el mismísimo modelo de artículo en cada uno de sus colores, más de una vez, por dentro y por fuera antes de decidirse. En las organizaciones japonesas lo habitual es que la toma de decisiones sea pausada y mancomunada. En la universidad asistí a una asignatura que se llamaba «Comparativa de culturas profesionales». Analizábamos las características de distintas culturas para después aplicarlas a los negocios. Me resultó súper interesante cómo las anglosajonas tenían un índice de individualidad muy alto y las asiáticas un índice de comunidad mayor al mediterráneo. Estos curiosos ejemplos de diversidad me dan la vida. Me recuerdan cuán multiforme es el ser humano y mi jipi interior se emociona.

Las culturas mediterráneas, como yo las entiendo a día de hoy, construimos mucho en torno a vínculos familiares (no solo de sangre). Desde atender al «qué dirán» —una forma de tener en cuenta necesidades comunitarias—, hasta permitir un cierto desarrollo de la individualidad, incluso en entornos que se suponen más tradicionales, como los rurales. Gran cantidad de civilizaciones hemos ido habitando la Península Histérica™, dándole un acervo etnocultural híbrido y generando formas de integración comunitaria bastante propias, a pesar de estar marcadas por la asimilación a veces. 

Con la llegada de las comunicaciones digitales, hemos aprendido muchísimo rapidísimo. Hemos experimentado alianzas internacionales y nos hemos cargado de sus argumentos. Hemos podido compartir discursos y reflexiones desde la ciencia, la filosofía o la sociopolítica en multitud de ámbitos. A pesar de los repuntes de las derechas, de los partidos y movimientos uniformizadores, les disidentes hemos comulgado en el ciberespacio.

A la vez, temo que estemos importando idearios bárbaros. En países anglosajones, con mucho poder en el planeta, se ha implantado un modelo multiculturalista (el que había fracasado en Alemania según la Merkel). Este modelo —de establecimiento de comunidades por afinidad sociocultural— facilita el desarrollo de cada cultura (étnica o no) que se intenta asentar. Suele permitir que se creen espacios seguros y conciencia de los problemáticas comunes, especialmente las debidas a la opresión. Un modelo así también facilita horrorosamente codificarlo todo como «frente de batalla». Y necesitamos también espacios de encuentro. Y aquí es donde a mí me toca las narices lo de importar reflexiones y filosofías sin reconfigurarlas para nuestras realidades. Creo que hemos importado actitudes muy poco mediterráneas, que nos quitan más que nos aportan y que me entristecen. Mencionaré algunas.

Puritanismo

El puritanismo sexual importado del mundo anglosajón clasifica la piel humana como contenido adulto. Ya hace bastantes años que a los futbolistas se les prohíbe celebrar las victorias quitándose la camiseta y las empresas de redes sociales censuran los pezones de las mamas. Y eso, estimada audiencia, es seguir sacralizando lo sexual. Exigir recato donde habíamos conseguido destape sigue siendo dictatorial, porque está ligado a la percepción de las relaciones afectivas y sexuales, obstaculiza una educación sexual integral e inclusiva (una demanda LGTBIQ+ clave) y fomenta una cultura de ignorancia sexoafectiva, que facilita la transmisión de infecciones de transmisión sexual, los embarazos no deseados o las agresiones sexuales derivadas del desconocimiento, la romantización del vínculo y la frustración.

Victimismo

Sabemos que es saludable perdonarse, experimentar la autocompasión, así como hacernos conscientes de las opresiones. El victimismo es otra cosa: gestiona el daño como herramienta de manipulación. Refuerza el trauma por abusos de distinta índole, al instituirlo como evento primordial. Fagocita otros planos de la persona. Un ejemplo que le gusta mucho a Boris —y que creo que hemos podido heredar del mundo anglosajón— es el de la paradoja del «todas [las feminidades] somos víctimas». Así, es cada onvre el que tiene que «salvarte de él mismo», dejando espacio, sin miradas, sin contacto, sin interacción. «Es que me ha escrito tres veces sin que le responda». Se trata de una perspectiva muy punitivista y desesperanzadora.

Morbidez

En el mundo mediterráneo, se confirma la confianza entre personas cuando nos podemos lanzar pullitas. Engloba herramientas de socialización clave. Las pullas nos hacen autoconscientes. Cuando puedes comunicarte con pullas, estás recordando que ese dolor puede dejar de hacerte daño. Nos ayudan a apropiarnos de realidades que de otro modo serían ofensivas y curtirnos ante ellas. Gracias a ellas podemos evitar tomarnos más en serio de la cuenta, lo que nos aporta la humildad que abre paso al aprendizaje, al crecimiento personal, y a tener menos humos ante otras personas y nos prepara contra la frustración. Es un elemento muy combativo. En la comunicación digital y bárbara, la pulla, como otras realidades humanas ricas y complejas, no se entiende bien.

Individualismo

La frontera entre qué es inclusión de la diversidad y qué individualismo está en las interacciones sociales. El individualismo refuerza varios relatos harto peligrosos, como el de la meritocracia y su falacia de que «tu posición socioeconómica es la que te has trabajado», ignorando sobremanera el acceso a contactos y a recursos, la situación sociofamiliar de la que se parte, etc. También está el mito del héroe ¡ahora en Technicolor! y su modelo (bastante masculinista) de realizar hazañas vistosas para obtener puntos de estima social, aún a costa de sacrificar responsabilidades y —sobre todo— cuidados. Todo ello se ve aumentado en redes, cuando endiosamos un perfil compuesto de imágenes y buscamos endiosamiento desde ahí también.

¿Qué podemos aprovechar de los relatos mediterráneos? ¿Cómo es la lucha «desde aquí»? ¿Cómo convivían «las tres culturas» en el periodo andalusí y cómo podemos crear espacios tanto mixtos como no mixtos de manera enriquecedora? ¿Qué hacemos con los restos del caciquismo? Para mí, estas son las preguntas que nos podemos plantear desde una cultura mediterránea. Que no perdamos el espíritu de lucha que nos caracteriza, ni de la comunión que suponen las celebraciones.

La mayoría de guiris «no se orienta» en los bares donde se tapea de pie, como dice mi amigo Boris, fino observador con «cerebro de hombre y corazón de mujer». Se ve que el «modo cóctel» solamente lo aguantan si van de gala. Una alumna estadounidense de un taller de traducción que impartí me propuso sin pestañear las dos de la tarde como hora para una tutoría digital. Un vendedor de productos de lujo nos explicó una vez cómo les formaban para entender que sus clientes de China volverían a revisar el mismísimo modelo de artículo en cada uno de sus colores, más de una vez, por dentro y por fuera antes de decidirse. En las organizaciones japonesas lo habitual es que la toma de decisiones sea pausada y mancomunada. En la universidad asistí a una asignatura que se llamaba «Comparativa de culturas profesionales». Analizábamos las características de distintas culturas para después aplicarlas a los negocios. Me resultó súper interesante cómo las anglosajonas tenían un índice de individualidad muy alto y las asiáticas un índice de comunidad mayor al mediterráneo. Estos curiosos ejemplos de diversidad me dan la vida. Me recuerdan cuán multiforme es el ser humano y mi jipi interior se emociona.

Las culturas mediterráneas, como yo las entiendo a día de hoy, construimos mucho en torno a vínculos familiares (no solo de sangre). Desde atender al «qué dirán» —una forma de tener en cuenta necesidades comunitarias—, hasta permitir un cierto desarrollo de la individualidad, incluso en entornos que se suponen más tradicionales, como los rurales. Gran cantidad de civilizaciones hemos ido habitando la Península Histérica™, dándole un acervo etnocultural híbrido y generando formas de integración comunitaria bastante propias, a pesar de estar marcadas por la asimilación a veces.