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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Etiquetas, etiquetajes y alianzas

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Vivimos en una sociedad líquida (oh, Bauman, cómo aprovechaste el término) y tendente a lo instantáneo, consumible y efímero, donde las frases cortas o eslóganes reinan.

Es muy difícil hacer un eslogan y no perder la complejidad del tema. Desde 'las etiquetas son para la ropa' a lo de 'normal es un programa de mi lavadora'. Dicho de otra forma, los eslóganes interpelan a personas que ya están metidas en el tema.

Sin embargo, ocurre mucho en las redes sociales -que son las nuevas paredes- que las consignas sociales quedan reducidas a una especie de 'olimpiadas de la opresión' en plan a ver quien sufre más y tiene más derecho a llevar el altavoz. Si se dice, por ejemplo, en un contexto de denuncia de la gordofobia que “estar gorda no es igual a estar enferma”, hay quien salta con una campaña de que no pasa nada por estar gorda y enferma... ¡Obvio que no!

Las personas tienen derechos sin importar su salud, tamaño o condición, pero es como que intentar desestigmatizar el concepto acarrea nuevas opresiones. En la misma línea una amiga pequeñita y delgada se quejaba del eslogan 'La 38 me aprieta el chocho' porque ella con una 34 tiene que comprarse la ropa en la sección de niña y tampoco es cómodo ni agradable. Pero, digo yo, ¿acaso no se entiende lo que se intenta conseguir con estos eslóganes? ¿es que acaso nuestro individualismo nos ciega tanto? ¿o es que al final todo es ego y 'yo tengo razón'? Es como si las nuevas luchas fueran entre colectivos y me amarga un poco esa sensación. Como dice Maria Rodó-Zárate en su libro Interseccionalidad: “Esa tendencia a cuantificar la opresión y creer que cuanto más oprimido se está más razón tiene uno es de los obstáculos principales para la construcción de alianzas”.

De cara al Orgullo LGTBIQ esto se ve bastante en respuestas de tipo: “Todo el mundo va a sufrir discriminación, no sois especiales”, que si “¿Orgullosos de que?”, que si “Una cosa es ser marica y otra ser una loca”, que si “Una cosa es libertad y otro libertinaje” o en mi top ten está el comentario de “Es que tú no eres gay, a ti te gustan los hombres” (hacia un chico de expresión muy masculina) o “¿Quién hace de chica y quién de chico?”  (hacia una pareja de lesbianas), “Ay, tía no se te nota nada” (hacia una persona trans con un buen passing).

En cierta manera, me recuerda a una reflexión de bell hooks (escrito en minúscula) donde le explicaba a su madre que ir a los medios de comunicación a explicarles que ella no era lesbiana era un acto lesbófobo. Obviamente, la señora no entendía nada porque nunca se había parado a pensar que la sociedad fuera heteronormativa y ella solo pensaba que la prensa estaba difamando a su hija diciendo que era algo que no era. Y es que la identidad es un arma que hay que saber cómo usar empática y colectivamente.

El Orgullo siempre ha sido un poco no tener que dar explicaciones, dejar de sufrir agresiones o discriminaciones por ser quien eres, estar con quien quieras y ser feliz (o intentarlo). El Orgullo no tiene tanto que ver el pinkwashing o las estrategias de las empresas para poner arcoíris en sus artículos y vender más. El Orgullo empezó como una revuelta y será, identitariamente, en lo que lo convirtamos. En el Orgullo se celebra que hay personas que tienen una etiqueta y la celebran; que hay personas que conocen su etiqueta, pero no la celebran; otras que no conocen aún su etiqueta y otras que directamente no quieren etiquetas. En el Orgullo celebramos la diversidad y la resistencia. No es una cuestión de etiquetas, es una cuestión de respeto.

Vivimos en una sociedad líquida (oh, Bauman, cómo aprovechaste el término) y tendente a lo instantáneo, consumible y efímero, donde las frases cortas o eslóganes reinan.

Es muy difícil hacer un eslogan y no perder la complejidad del tema. Desde 'las etiquetas son para la ropa' a lo de 'normal es un programa de mi lavadora'. Dicho de otra forma, los eslóganes interpelan a personas que ya están metidas en el tema.