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La gala MET dedicada al `camp´ y tú tan tranquila

Vamos a ver si no me lío con todo lo que tengo en la cabeza, que hoy que voy a ejercer de reinona sabihonda, estamos en plena explosión de primaverano y se os ponen las hormonas tontas, la nariz os gotea, os falta el aire en los alvéolos pulmonares y ─claro─ de riego mejor ni hablamos, que no llega la sangre a la cabeza, con tanto lúpulo y cebada*. Os voy a hablar de qué tiene que ver una alfombra roj/sa de vestidos con la discriminación, el hambre, la explotación y la injusticia. Y ahora que tengo vuestra atención: $€XØ gratis. Ah, no, que eso era al revés. Más bien, dentro vídeo de estrellas internacionales con vestidos increíbles.

Pompa y boato

Cada año se celebra la conocida como Gala Met. Este baile de sociedad persigue notoriedad y fondos (varios millones de dólares al año) para el Instituto del Vestuario. Este ─ahora denominado─ Centro Anna Wintour nació a raíz de las aventuras de beneficencia y arte de un par de filántropas neoyorquinas a principios del s. XX y pasó a formar parte del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York allá por los años cuarenta. Es decir, es una institución en toda regla, nada contracultural. Cada año cuenta con un tema. A ver si no os acordáis de Sarah Jessica Parker hecha un sagrario, de Lana Del Rey con puñales en su sagrado corazón o de Rihanna con mitra, porque el tema del año pasado era «Cuerpos celestiales: moda e imagen católica». No os acordáis, porque aún no habéis interiorizado que la vestimenta es otra forma de expresión artística.

Pues el tema de este año es el camp. Aprendí qué era el camp gracias a un redactor neoyorquino que escribía unos artículos súper chulos al respecto (y a cuyo actual novio le comí la boca hace años, he de confesar**). Parece que tiene su origen en el travestismo y la prostitución, así como en la estética y sensibilidad artística de disidentes de género de clases trabajadoras de principios del s XX. El concepto lo retoma y lo intenta fijar Susan Sontag en Notes on Camp, así como lo desvincula en cierto modo de la disidencia de género (lo homosexual, lo transgénero). Desde luego, si vemos al diseñador de moda cordobés Palomo que coloca sus vestidos churriguerescos solamente a modelos chico, vestir a Beyoncé, a Rossy de Palma (otra camp), a Madonna o a Rosalía y exponer en el Met, en la muestra relacionada con la gala, nos planteamos un poco que mariconeo no falta. Como nos dice Estefanía Camacho en su artículo sobre esa obra, [lo camp] «fue una amenaza para la supremacía heterosexual. […] Mientras que lo Camp era resistencia». Elucubremos por qué ─no obstante─ hay que estar ojo avizor ante esta apropiación de lo hortera por círculos opulentos.

Sangre, sudor y lágrimas

Al principio, el espacio de disidencia y de lucha era compartido: las primeras en levantarse contra la represión social y estatal en la historia registrada de Occidente estaban encabezadas por travestis y mujeres transexuales racializadas*** (aquí un documento sobre esta acción travesti callejera revolucionaria, en PDF) con escasos recursos y mucha represión en sus carnes. Pocos años después, vivimos la dicotomía de si las disidencias de género son característica o comunidad. Me explico: empezamos a preguntarnos ¿existen características de comunidad que unan la mariconería, lo trans, el bollerismo, la bi-cosa, la intersex-cosa, etc.? Y la respuesta es que… sí. Y que no. Bienvenidos a la postmodernidad. Intentaré desarrollar estas dos perspectivas, que considero más complementarias que antagonistas.

¿Cuál es «el no»? El «no: no hablemos de comunidad» parte de la premisa de que la disidencia de género es «una característica más». Autodenominada allá por los años dos mil como corriente «pluralista» o «igualitarista», esta postura se centra especialmente en la orientación del deseo, es decir, en la respuesta a la pregunta «¿qué me atrae?». Incide en que la orientación sexual constituye únicamente una característica más del ser humano y que lesbianas, gays y bisexuales somos «tan normales como cualquier otra persona» en el resto de cosas. Como veis, recalca esta disidencia de género como una «característica» y en consecuencia permite que no se trate a una persona con orientación o género disidentes como «diferente». Este posicionamiento, que en España floreció en la última década del siglo pasado y la primera de este, ha permitido que muchísimas personas puedan aceptar su orientación y su identidad, a pesar de no estar implicadas en luchas por la igualdad, a pesar de formar parte de sectores conservadores o a pesar de tener una imagen pública que preservar ante miradas más normativas. Ha permitido también que las administraciones públicas de distintos colores aceptaran trabajar en pos de la igualdad. ¿Por qué? porque «sanea» la revolución originaria, la desvincula de la revolución callejera, le otorga una capa de «respetabilidad», algo tan terrible como práctico para convencer a las masas, temerosas de lo que desconocen y con dificultad para entenderlo si es complejo.

¿Cuál es el «sí: existen características de comunidad»? El «sí», conocido como «comunitarismo», analiza las dinámicas que tenemos en común las personas disidentes de género, como las de opresión. Integra a las personas cuyo deseo y/o cuya identidad no son normativos comprendiendo las características que las hacen diferir de la norma, explicando que existe un abanico de posibilidades e incidiendo en cómo el éxito de la convivencia consiste en comprender y respetar estas características. «Parecer normal y solo tener una característica diferente, como “a quién amas”» no es lo que hace falta para merecer respeto. Para que se te respete, lo único que hace falta es voluntad ajena. Esta corriente es la que ha permitido el avance y la aceptación de elementos más transgresores, como la feminidad en los cuerpos de macho y la masculinidad en los de hembra, más allá de convenciones sociales o de requerir que «no me importa que seas gay, pero no te amaricones», por poner el ejemplo más fácil.

De esta corriente hemos aprendido que existe una cultura de la disidencia. Dicha cultura ha incluido elementos vinculados con uno de los espacios en los que la liberación afectivosexual ha sido más temprana: el del espectáculo. Así, pues, retomamos la importancia de lo camp como uno de los elementos de las comunidades disidentes de género.

Ladrones de guante blanco

Entre otros espacios en los que aparecen perspectivas dizque comunitaristas, tenemos la lucha transmaribibollo (transgénero, marika, bisex, bollera), queer o cuir. Es un espacio de resistencia que reflexiona sobre una serie de opresiones y —según el grupo de trabajo— puede incluir debate y acción en torno a: la disidencia de género, la xenofobia, la racialización y el colonialismo, el capacitismo, el especismo, el machismo, la homofobia, la bifobia, la transfobia, el clasismo o la aporofobia, como violencias hacia individuos y colectivos que de alguna manera han sido oprimidos por su diferencia de la norma, por intereses de statu quo, dominación y poder. Todo esto os puede sonar a conspiranoia, porque se trata de una realidad compleja con toda una serie de dinámicas intrincadas, de distintos grados de sutileza. Leed más, así en la vida: va muy bien.

Diego Falconí, que sabe más de esto que yo, decía ayer mismo «cada vez me da más pereza ese uso costoso y con tanto tanto tanto glamour de ciertas estéticas que en algún momento fueron contestatarias... estética gay en esteroides que da cuenta de la génesis capitalista de esta identidad que nos cobija y nos sofoca. Aunque no era un evento gay, pensar lo camp en esos términos grandilocuentes hoy en día es constatar las muy pocas posibilidades de desviarse de una ruta mainstream (blanca, consumista, primermundista, capacitista, etc.) que no tiene mucho sentido en el Sur».

¿Qué ha pasado? Pues que el capitalismo se ha comido lo gay y lo ha vomitado a su gusto. Esto ya lo vimos con las ideas del Mayo francés, de 1968, dulcificadas para su monetización, como las camisetas del Ché Guevara (un señoro con claroscuros, sí) vendidas en masa en el engranaje de la codicia mercantilista. Toda una debacle, cuando ardo en deseos de ver más vestidos de la Gala Met, al tiempo que frunzo el ceño ante humanos cisheternormativos adinerados incautando para sí estéticas disidentes, en un despliegue de obsceno derroche. Con lo que me cuesta a mí (sangre, sudor y lágrimas) que me luzcan los vestidos. Así que me planteo lo mismo que dice mi queride twitbot fake dramátique lesbofolclórique (contiene camp patrio): «está visto que lo camp cada vez es más mainstream (¿o lo mainstream más camp?)… ¿debilita eso su potencialidad política?».

Pa’fuera lo malo

Tiendo a ser jipi, por lo que creo que cada vez que «la norma» se apropia de algo de «la disidencia», se rompe un poquito: se abre una grieta para que la norma sea el respeto a la diversidad. Como cuando nos damos cuenta de que gracias a estas y otras actividades públicas se desmorona la definición de ‘mujer’ y, en inevitable consecuencia, la de ‘hombre’. Como cuando este fasto da una oportunidad de debate. Y no me refiero al cubismo de Janelle Monaé, la pompa de Billy Porter, el largo del último vestuario de Lady Gaga (que casi no llevaba pestañas), la cabeza de Jared Leto, los flecos de Céline Dion, el maquillaje de Ezra Miller… (por amor de diossa, que alguien me pare, que me vuelvo lóquer).

Aprovechemos que ha entrado la luz, que los monstruos somos cada vez más visibles y entendamos que esto no va de ostentar, sino de abrir fronteras, de derribar paredes, de saltar vallas o de vivir encima del muro que separa las absurdas casillas. Recordemos también que si no tenemos lo básico (techo, afecto, alimentación, seguridad física, seguridad económica, acceso a la educación y la cultura…) el resto de luchas se complica y multiplica. Recordemos que si no tenemos en cuenta las particularidades de la lucha antirracista, anticapacitista, antiespecista, (trans-)feminista… estamos dejando seres humanos sin cobertura.

Y ¿a vosotros qué os parece?

_________________

* Maripunto para quien adivine el juego de palabras liberal que he hecho.

** Si no lo digo, reviento.

*** Desde que sabemos, a ciencia cierta, que los seres humanos no tienen razas, a pesar de expresar distintos fenotipos, a la imposición sociocultural de estereotipos derivados de sus características fenotípicas y étnicas lo llamamos «racialización». Expresa cómo «la persona no es de una raza, los demás fuerzan el estereotipo de raza en la persona».

Vamos a ver si no me lío con todo lo que tengo en la cabeza, que hoy que voy a ejercer de reinona sabihonda, estamos en plena explosión de primaverano y se os ponen las hormonas tontas, la nariz os gotea, os falta el aire en los alvéolos pulmonares y ─claro─ de riego mejor ni hablamos, que no llega la sangre a la cabeza, con tanto lúpulo y cebada*. Os voy a hablar de qué tiene que ver una alfombra roj/sa de vestidos con la discriminación, el hambre, la explotación y la injusticia. Y ahora que tengo vuestra atención: $€XØ gratis. Ah, no, que eso era al revés. Más bien, dentro vídeo de estrellas internacionales con vestidos increíbles.

Pompa y boato