'Disidencias de género' es un blog coordinado por Lucía Barbudo y Elisa Reche en el que se reivindica la diversidad de puntos de vista feministas y del colectivo LGTBQI.
No enseñes a tu hija a ser amable
Cuando eres una mujer nunca te sientes verdaderamente sola, porque siempre habrá un hombre mirando desde lejos. Esa mirada, que busca juzgar, mofarse o la afinidad (mutua o no), se posó en mi y mis amigas la pasada noche de Halloween.
No hay registro elevado capaz de transmitir lo que era este hombre, llamémosle Paco, así que iré por las bravas: Paco era un pesado. Un pesado que se adueñó de nuestro reservado la mitad de la noche.
Paco era un artista de la pesca de arrastre: nos intentó seducir a las tres a la vez y no se rindió pese a saber que había pinchado en hueso. Se creía capaz de negociar nuestra atracción hacia él. Nuestros “no me interesa”, rotundos en todo momento, eran una postura debatible y no una decisión unánime a respetar.
La batalla estaba perdida y él era plenamente consciente: una con novio, otra que ya estaba coqueteando con otro chico y yo, lesbiana. Impaciente, me preguntó si de verdad me gustaban las mujeres. No hay bollos ni tortillas en el mundo para describir lo homosexual que soy. Aquella pregunta, ese forcejeo con mi sexualidad para ver si había una mínima ventana de atracción hacia su persona, me tocó infinitamente los ovarios.
Que cuestionase mi orientación para asegurarse de que no la estaba usando como excusa para que me dejase tranquila demuestra que él era plenamente consciente de que me estaba incomodando, pero que simplemente le daba igual. Realmente no importa que una tuviese novio, que la otra estuviese tonteando con un chico y que yo fuera lesbiana. Lo importante es que las tres les habíamos dicho que no.
En perspectiva Paco se estaba aferrando a que en todo momento fuimos amables con él. Pese al lenguaje verbal y corporal y que un amigo suyo tuviera que venir a nuestro rescate, no cejó en su empeño hasta que una de mis amigas se encaró a él y le pidió que nos dejase en paz. Porque para él la amabilidad era consentimiento.
Cuando por fin se rindió con nosotras, su amigo nos comentó que debíamos estar agradecidas porque él intervino. Que debíamos agradecer que, tras numerosos ruegos por nuestra parte, decidió intentar parar (sin éxito) una actitud de acoso hacia nosotras. Hasta ese momento él había sido espectador y cómplice, y a día de hoy no siente ningún tipo de responsabilidad hacia las actitudes machistas de sus iguales.
La fiesta se enfrió bastante para nosotras después de lo ocurrido y decidimos recogernos antes de la cuenta. Cuando salimos, varios hombres nos dijeron cosas al pasar. El churrero por poco se quema mirándome las tetas: para nada reseñables (aunque las adoro), pero eso a él no le importaba. Porque cuando eres una mujer nunca te sientes verdaderamente sola, porque siempre habrá un hombre mirando desde lejos.
Cuando eres una mujer nunca te sientes verdaderamente sola, porque siempre habrá un hombre mirando desde lejos. Esa mirada, que busca juzgar, mofarse o la afinidad (mutua o no), se posó en mi y mis amigas la pasada noche de Halloween.
No hay registro elevado capaz de transmitir lo que era este hombre, llamémosle Paco, así que iré por las bravas: Paco era un pesado. Un pesado que se adueñó de nuestro reservado la mitad de la noche.