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Objeción de conciencia, un viaje al pasado

Estamos en 2008, hace dos meses que tengo 13 años y estoy cursando 2º de la ESO. Con retrospectiva, mis problemas son bastante estándares: a mi entender, tengo las tetas pequeñas; y Juan Antonio, el chico del que estoy locamente enamorada, no me mira cuando paso a su lado suspirando en la fila del colegio.

Sí, voy a un colegio. Concertado. Católico. Y desde hace algunos años, propiedad de la UCAM. En mi día a día, esto se traduce en muchas horas perdidas leyendo el santoral y un uniforme horrible que me distingue en las calles del pueblo como una miembra de 'Las Monjas'.

Desde que entré a 'Las Monjas', hace 10 años, siempre he compartido clase con las mismas personas: a la amplia mayoría la conozco desde hace bastante más tiempo que a mi último hermano (el séptimo en la línea sucesoria), que acaba de nacer. Pero este año un hecho insólito hará que nos separemos por primera vez en la historia: la Educación para la Ciudadanía. Una asignatura nueva que, según se repite a mi alrededor, nos va a comer la cabeza para que pensemos como el Gobierno del PSOE quiere.

Mi madre, mi padre, Federico Jiménez Losantos y Carlos Herrera llevan analizándola a grito pelado desde el año pasado: en resumen, el sinvergüenza de Zapatero quiere convertir en gays a los niños, enseñar a abortar a las niñas, destruir la familia y ponerlos en contra de la Iglesia.

Y por supuesto, no van a permitir que yo participe en esa conspiración de la izquierda. Mientras mis amigas y amigos están siendo adoctrinados en clase de Educación para la Ciudadanía con unos contenidos redactados por el mismísimo Belcebú, yo voy a Objetar ¿A qué? A salirme de clase. ¿A hacer qué? Nadie lo tiene muy claro, pero bien lejos de esa fábrica de homosexuales.

Me disgusto muchísimo: no solo no me crecen las tetas y Juan Antonio no me dedica ni un pestañeo. Además, me tengo que separar de mi clase porque mis padres piensan que soy un ser imbécil que se va a dejar manipular por Zapatero.

Pues já. Se van a comer una mi. Porque pienso preguntar qué están dando: voy a leerme su libro y voy a saber igualmente lo que no quieren que oiga. Voy a interrogar a mi gente en el recreo, a pedirles que me fotocopien lo que hagan, y voy a saber más de Educación para la Ciudadanía que nadie.

Así que empieza 2º de la ESO, y cada vez que comienza la asignatura de Educación para la Ciudadanía yo y otra compañera desfilamos fuera del aula entre atentas miradas de envidia porque, a ojos de la clase, vaya un morro que tenemos: una hora para no hacer nada, así por la cara.

Normalmente nos arrumban en la sala de profesores, donde la persona de guardia se hace cargo de nuestra supervisión: como cuando castigan sin recreo a los chicos que se pegan después de un partido de fútbol.

Hoy me toca con la profesora de inglés y francés, que siempre se pone a cascar con la primera fila para perder clase, pero luego estalla descontroladamente cuando el alumnado comienza a cuchichear.

Con ella, las no-clases de Educación para la Ciudadanía son casi entretenidas: hablamos por los codos y, si actuamos con astucia, quizá conseguiremos quitarle un examen y convertirnos en las heroínas de nuestra promoción.

Por ejemplo, en la última, hablamos de Mi Vestido: resulta que este año he empezado mi propia comunidad en Los Quicos (una cosa de la Iglesia a la que voy con mis padres). Ir a misa y a las reuniones es un coñazo, pero gracias a eso, mis padres me dejan libertad para ir a Murcia y salir por ahí.

También me han dejado comprarme ropa nueva, de mayor, como a mí me gusta. Entre ella, unos tacones y un vestido con escote para la Pascua de Semana Santa. Mi abuela me lo está arreglando, porque es de palabra de honor y tiene que meterle un poco. Pero cuando esté listo me va a quedar espectacular (tanto que Juan Antonio se va a enamorar de mí cuando vea las fotos, pero eso no se lo digo).

Después de mi explicación, la profesora me mira divertida y me pregunta: Pero, ¿cómo vas a llevar tú un vestido de palabra de honor? ¡Si no tienes nada para sujetarlo! Y yo, resabiadísima, le respondo que fácil: con un par de buenos implantes de papel del váter.

Estamos en 2008, hace dos meses que tengo 13 años y estoy cursando 2º de la ESO. Con retrospectiva, mis problemas son bastante estándares: a mi entender, tengo las tetas pequeñas; y Juan Antonio, el chico del que estoy locamente enamorada, no me mira cuando paso a su lado suspirando en la fila del colegio.

Sí, voy a un colegio. Concertado. Católico. Y desde hace algunos años, propiedad de la UCAM. En mi día a día, esto se traduce en muchas horas perdidas leyendo el santoral y un uniforme horrible que me distingue en las calles del pueblo como una miembra de 'Las Monjas'.