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El Caravaca Femenino, un triunfo a la sororidad

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Existen proyectos que te atrapan, que te enamoran porque tienen magia y brillo desde el principio. El Caravaca de fútbol femenino es uno de ellos, un equipo de Primera Autonómica que nació en 2020, en un momento de socialización muy complicado –en pleno confinamiento-, pero que quizá eso contribuyó a forjar unos lazos indestructibles. Construyeron un futuro desde el inicio y eso pocas veces sucede. Para estas chicas y su cuerpo técnico, el fútbol se convirtió en una vía de escape al encierro, la pandemia y las trágicas noticias que escuchábamos en los medios a diario. Aquí no importa la edad –de hecho, la plantilla está formada por jugadoras desde los 13 a los 32 años-, la nacionalidad ni el contexto sociocultural o laboral de cada una, todas tienen el mismo peso dentro del grupo. En este proyecto sólo importa la pasión por el balón. “El primer gol para todas fue abrir los ojos y decir: se puede, somos futbolistas”, afirma la presidenta del club, Vega Cerezo.

El Caravaca Femenino ve la luz a raíz de una necesidad en esa población por darle cabida al fútbol practicado por mujeres. Creyeron que en una ciudad con 25.000 habitantes, seguramente habría muchas que querrían jugar y no tenían dónde hacerlo. Por ello, el club ideó un reclutamiento a la vieja usanza, pegando carteles por la calle y haciendo un llamamiento a través de las redes sociales. “Nosotros pusimos la semilla y ellas fueron capaces de encontrarse. La mayoría de nuestras jugadoras habían practicado fútbol cuando eran pequeñas (hasta que este deporte deja de ser mixto y no podían continuar porque no había equipo femenino), otras jugaban en la calle. Sobre todo, éste es un proyecto que reconoce el talento y en el que no es importante el dinero. Las futbolistas sólo se encargan de pagar sus licencias federativas, el resto lo costea el club gracias a patrocinios (ropa, material, desplazamientos, arbitrajes, etcétera) porque creemos que de no ser así, alguna no podría estar jugando. Todo surge en un momento en el que la sociabilización está mutilada -estas chicas ni siquiera podían ir al instituto- y por eso se convirtieron en íntimas amigas, más allá de compañeras en el campo de juego. Este contexto ha hecho que el equipo tenga algo especial. Han escrito la palabra sororidad con mayúsculas. Son un grupo con una diversidad económica y social muy grande, pero el fútbol las ha igualado a todas”, define Vega.

Cuando se levantaron las restricciones por el Coronavirus, el equipo comenzó por fin a entrenar. Eso sí, con mascarilla. Como grupo fueron creciendo en lo deportivo y en lo personal sin verse al completo las caras y en campos vacíos, en los que solamente se escuchaban sus voces, el ruido de sus zapatillas en el terreno de juego o los golpeos al balón. Quizá este contexto provocó que la jornada disputada el pasado 15 y 16 de octubre se convirtiera en mágica para ellas porque al salir del vestuario, por primera vez, se encontraron el campo lleno. Ese cosquilleo en el estómago se tradujo en nervios al ver las gradas de El Morao llenas para ver su partido ante el Muleño, pero todas coinciden en que fue extremadamente emocionante. Estaban cumpliendo su sueño de sentirse futbolistas en su más plena esencia.

Fútbol y poesía, de la mano

Que el Caravaca Femenino tiene algo especial es incuestionable. El equipo está construido sobre los pilares de la igualdad, la pasión y también de la cultura. Su presidenta, la murciana Vega Cerezo, es una reconocida escritora que ha publicado tres poemarios: Lo Salvaje, Yo soy un país y La Sirena dormida, obras que ahora leen y se regalan sus futbolistas. También trabaja para el grupo editorial más grande del mundo, Penguin Random House, el que publica ‘best-sellers’ de Ken Follet, entre muchos otros. Y entre la literatura y sus visitas de librería en librería le ha quedado tiempo para involucrarse de lleno en este proyecto, al que entró por amor. Su marido, Juan Rubio, es el entrenador de las chicas y el que le ofreció la presidencia. Al principio, ella no entendía muy bien lo que era un fuera de juego, pero ahora es la más fiel seguidora. El círculo de este club con la cultura lo cierra una de las mejores ilustradoras del país, Ilu Ros (autora de Federico, una biografía dibujada del escritor y poeta García Lorca), quien ha diseñado los carnets de abonados de esta temporada.

Hace unos días estrenaron el documental (disponible en youtube) AC Caravaca, en el que las jugadoras verbalizan qué supone para ellas ser futbolistas. Algunas definiciones impactan, como la de Noélie Reina: “El fútbol me ha dado seguridad en mí misma, antes me costaba creer en mí, en que pudiese conseguir metas. Este deporte me ha dado ganas de salir a la calle y me ha hecho darme cuenta de lo que merece la pena y lo que no. Mis compañeras me quieren y creen en mí”. Desde 2020 a Sonia García, Ainoa Martínez, Rut Cardozo, Esperanza López, Alicia Marín, M.Soledad Marín, Mercedes Rivera (quien también es madre y tiene que cuadrar horarios), Estela Belda, María Piqueres, María Torrecilla, Mariapi López, Patricia Chuecos, Elena Pérez, Alba Hernández, Ana Martínez, Marina Torres y Noemí Cardozo el fútbol les cambió la vida.

En el interior el vestuario del Caravaca Femenino creen que son mucho más que un equipo, se ven como una familia. Sus futbolistas le han puesto cara, en la de sus compañeras, a cuestiones que están presentes en el día a día de la sociedad, como la precariedad laboral, la conciliación o la inmigración. “Esa manera de identificarse con problemas, les ha llevado a simpatizar con ello desde la compañía y la sororidad. A ellas les ha enriquecido personalmente jugar en este equipo, ahora son humanamente más ricas”, afirma Vega Cerezo. Una de las mejores poetas de España ha escrito en Caravaca una de sus mejores obras con el fútbol femenino como pluma.

Existen proyectos que te atrapan, que te enamoran porque tienen magia y brillo desde el principio. El Caravaca de fútbol femenino es uno de ellos, un equipo de Primera Autonómica que nació en 2020, en un momento de socialización muy complicado –en pleno confinamiento-, pero que quizá eso contribuyó a forjar unos lazos indestructibles. Construyeron un futuro desde el inicio y eso pocas veces sucede. Para estas chicas y su cuerpo técnico, el fútbol se convirtió en una vía de escape al encierro, la pandemia y las trágicas noticias que escuchábamos en los medios a diario. Aquí no importa la edad –de hecho, la plantilla está formada por jugadoras desde los 13 a los 32 años-, la nacionalidad ni el contexto sociocultural o laboral de cada una, todas tienen el mismo peso dentro del grupo. En este proyecto sólo importa la pasión por el balón. “El primer gol para todas fue abrir los ojos y decir: se puede, somos futbolistas”, afirma la presidenta del club, Vega Cerezo.

El Caravaca Femenino ve la luz a raíz de una necesidad en esa población por darle cabida al fútbol practicado por mujeres. Creyeron que en una ciudad con 25.000 habitantes, seguramente habría muchas que querrían jugar y no tenían dónde hacerlo. Por ello, el club ideó un reclutamiento a la vieja usanza, pegando carteles por la calle y haciendo un llamamiento a través de las redes sociales. “Nosotros pusimos la semilla y ellas fueron capaces de encontrarse. La mayoría de nuestras jugadoras habían practicado fútbol cuando eran pequeñas (hasta que este deporte deja de ser mixto y no podían continuar porque no había equipo femenino), otras jugaban en la calle. Sobre todo, éste es un proyecto que reconoce el talento y en el que no es importante el dinero. Las futbolistas sólo se encargan de pagar sus licencias federativas, el resto lo costea el club gracias a patrocinios (ropa, material, desplazamientos, arbitrajes, etcétera) porque creemos que de no ser así, alguna no podría estar jugando. Todo surge en un momento en el que la sociabilización está mutilada -estas chicas ni siquiera podían ir al instituto- y por eso se convirtieron en íntimas amigas, más allá de compañeras en el campo de juego. Este contexto ha hecho que el equipo tenga algo especial. Han escrito la palabra sororidad con mayúsculas. Son un grupo con una diversidad económica y social muy grande, pero el fútbol las ha igualado a todas”, define Vega.