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Subcampeona del mundo a los 51 años

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Nunca es tarde para comenzar a practicar deporte. Mari Carmen Ferrándiz participó por primera vez en una carrera a los 46 años porque su hija Lucía (alpinista, la primera murciana que subió un 8.000), que la conoce perfectamente y sabía que le encantaría, la inscribió en la 10K del Ranero. De hecho, la idea era que realizasen juntas todo el recorrido, pero el subidón de adrenalina y la emoción del momento hizo que la madre cruzase antes la meta que su hija. Hasta entonces salía a correr por su cuenta y muy de vez en cuando sola, sin ningún tipo de preparación. De eso han pasado ya 4 años en los que se ha divertido muchísimo participando en infinidad de carreras. Pero este pasado sábado rompió moldes, a sus 51, proclamándose subcampeona del mundo corriendo 100 kilómetros en Berlín, sólo por detrás de una canadiense (en categoría Máster 50, que aglutina a corredores entre 50 y 55 años). La gesta todavía es mayor teniendo en cuenta que era la primera vez que corría tanta distancia. Hace sólo dos meses se proclamó campeona de España en 50 kilómetros, que también es una barbaridad pero es la mitad. Hasta su entrenador, Alfonso Martínez, le dijo que estaba completamente loca por duplicar la prueba con tan poco tiempo de preparación. Pero se lo propuso y lo hizo. Porque la edad es sólo un número.

El objetivo en Alemania no era otro que el de terminar la carrera, pero hizo honor a su apodo “Maki (porque es una auténtica máquina)” y subió al podio, después de 9 horas y 37 minutos de sufrimiento. Porque sí, es bonito y las sensaciones al cruzar la línea de meta son indescriptibles, pero es tremendamente duro. Física y mentalmente. Durante el tiempo que dura la carrera piensas lo emocionante que es estar ahí con corredores de otros 45 países, escuchas ruido alrededor y piensas que son tu familia y amigos que, pese a que no han podido ir, están ahí contigo. Pero también eres consciente de que el derroche es enorme. “Al terminar la carrera, me quedé tirada en el suelo emocionada. Estaba exhausta. Tardé en sacar fuerzas para desabrocharme las zapatillas y quitarme los calcetines. Cuando lo hice, fui directa a la Cruz Roja para que me tratasen y me curasen la cantidad de ampollas que lleva en los pies. No podía ni andar. También había vomitado durante la prueba”, reconoce.

El valor de sus palabras

Lo de Mari Carmen es tesón y, en cierto modo, cabezonería. Lo que se propone, lo consigue. Viajó al Mundial del pasado fin de semana con la intención de dedicárselo a José Murcia, el presidente de su también club Triatlón Guerrita de Alcantarilla, que está recuperándose de un atropello que sufrió por culpa de un conductor ebrio cuando iba con la bici. Para ella no hay límites, aunque por el camino las cosas se tuerzan. Por ejemplo, el jueves cuando aterrizó en Berlín se dio cuenta de que la compañía con la que había volado le había perdido la maleta en la que llevaba un juego de zapatillas que iba a necesitar en la carrera y todo el material de nutrición. Los atletas cuando participan en una prueba, sobre todo en las de ultrafondo de tanta distancia, utilizan durante la misma suplementos alimenticios como geles, barritas energéticas, sales y azúcares. Todo eso había desaparecido porque, evidentemente, lo llevaba en la maleta y todavía hoy sigue en el limbo. “Cuando me di cuenta de lo que me habían perdido, pensé en no correr. Iba a ser imposible. Pero en ese momento empecé a recibir mensajes y llamadas de familiares y amigos apoyándome y dándome ánimos y me puse manos a la obra para encontrar soluciones”, afirma. No tuvo el descanso y la tranquilidad previa a una carrera que tuvieron los demás. Se quedó también sin hacer turismo por Berlín el viernes porque tuvo que ir de tienda en tienda para comprar los productos que necesitaba. Por suerte, se había llevado otras zapatillas (tenía intención de cambiárselas a mitad de carrera para evitar lesiones) y tanto las sales, para evitar calambres, como la vaselina, para los roces de la camiseta y el top deportivo, se lo prestaron otros compañeros.

El de Berlín no era el primer gran obstáculo que superaba. Al poco de cumplir los 50 años tenía la ilusión de participar en un Ironman en Galicia, una prueba extrema que consistía en superar 3’86km de natación en mar abierto, 180km de ciclismo y 42 km corriendo. De hecho, se autoregaló la inscripción para la misma, Una mala frenada hizo que cayera al suelo recibiendo un fuerte impacto en la cara, que le tuvo una semana en el hospital. Se rompió la mandíbula por tres sitios diferentes, además de cuatro vértebras. En ese momento a “Maki” se le cayó el mundo encima: “No podía creérmelo, me faltaba poquísimo para la carrera y ahí estaba yo con mi collarín. Perdí mucho peso y toda la masa muscular que había ganado entrenando. Es más, salí del hospital La Arrixaca con sólo 50kg y hecha un desastre”. No estuvo en la cita gallega, pero participó en otro Ironman solamente cinco meses después de ese accidente. Se lo había prometido a sí misma.

Hacer ejercicio aporta muchísimas cosas, algunas se ven y otras no. En el caso de Mari Carmen, el deporte es algo diferente. No es su profesión y sus éxitos no le repercuten beneficios económicos. Pero esas endorfinas que le proporciona entrenar hacen que se sienta viva. Pertenece al club Rajaos Runners de Alcantarilla y puede participar en muchas pruebas (porque tanto las inscripciones como los viajes suponen un gasto importante) gracias a la ayuda del Mesón La Rueda y a José, su nutricionista de Vital Fitness. Cuando se acerca una carrera importante sí se pone muy seria con las horas de entrenamientos y con la dieta. Sin embargo, el resto del año confiesa ser una persona normal que sale a hacer deporte varios días a la semana, como cualquier otra. Porque si hay algo por lo que siente debilidad, más que por el atletismo, es por su nieta Laura de diez años. Con ella el tema de la conciliación adquiere una nueva dimensión. En ocasiones se pregunta qué hubiese sido de ella si se hubiese iniciado con el deporte antes de cumplir los 46 años. Cree que se hubiese atrevido a hacer más pruebas y las podría haber planificado con más tiempo y haber disfrutado más. Pero está muy orgullosa de lo que está consiguiendo. No lo hace por nadie más que por ella misma. Para ella, el deporte es una herramienta con la que ser feliz.

Nunca es tarde para comenzar a practicar deporte. Mari Carmen Ferrándiz participó por primera vez en una carrera a los 46 años porque su hija Lucía (alpinista, la primera murciana que subió un 8.000), que la conoce perfectamente y sabía que le encantaría, la inscribió en la 10K del Ranero. De hecho, la idea era que realizasen juntas todo el recorrido, pero el subidón de adrenalina y la emoción del momento hizo que la madre cruzase antes la meta que su hija. Hasta entonces salía a correr por su cuenta y muy de vez en cuando sola, sin ningún tipo de preparación. De eso han pasado ya 4 años en los que se ha divertido muchísimo participando en infinidad de carreras. Pero este pasado sábado rompió moldes, a sus 51, proclamándose subcampeona del mundo corriendo 100 kilómetros en Berlín, sólo por detrás de una canadiense (en categoría Máster 50, que aglutina a corredores entre 50 y 55 años). La gesta todavía es mayor teniendo en cuenta que era la primera vez que corría tanta distancia. Hace sólo dos meses se proclamó campeona de España en 50 kilómetros, que también es una barbaridad pero es la mitad. Hasta su entrenador, Alfonso Martínez, le dijo que estaba completamente loca por duplicar la prueba con tan poco tiempo de preparación. Pero se lo propuso y lo hizo. Porque la edad es sólo un número.

El objetivo en Alemania no era otro que el de terminar la carrera, pero hizo honor a su apodo “Maki (porque es una auténtica máquina)” y subió al podio, después de 9 horas y 37 minutos de sufrimiento. Porque sí, es bonito y las sensaciones al cruzar la línea de meta son indescriptibles, pero es tremendamente duro. Física y mentalmente. Durante el tiempo que dura la carrera piensas lo emocionante que es estar ahí con corredores de otros 45 países, escuchas ruido alrededor y piensas que son tu familia y amigos que, pese a que no han podido ir, están ahí contigo. Pero también eres consciente de que el derroche es enorme. “Al terminar la carrera, me quedé tirada en el suelo emocionada. Estaba exhausta. Tardé en sacar fuerzas para desabrocharme las zapatillas y quitarme los calcetines. Cuando lo hice, fui directa a la Cruz Roja para que me tratasen y me curasen la cantidad de ampollas que lleva en los pies. No podía ni andar. También había vomitado durante la prueba”, reconoce.