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El UCAM Murcia vive un infierno en Turquía

17 de enero de 2023 08:02 h

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El UCAM Murcia Club Baloncesto viajó la semana pasada a Izmir (Turquía) para disputar el segundo partido de una eliminatoria de competición europea contra el Pinar Karsiyaka. Si ganaba el equipo español, pasaba a la siguiente ronda y los turcos caían eliminados. Si perdía, se forzaba el tercer partido de desempate, que se hubiese jugado en Murcia hoy. Era un partido trascendental para el Karsiyaka, ya que había depositado todos sus objetivos deportivos de este curso y había hecho una gran inversión económica fichando muy buenos jugadores para pelear por el título de la Basketball Champions League y claro, irse a casa a las primeras de cambio era un absoluto fracaso. Por eso, durante la semana previa al encuentro, sus aficionados comenzaron a calentar el choque en redes sociales con mensajes como “vais a viajar al infierno” y todo tipo de insultos y amenazas imaginables a los jugadores rivales. Desde Murcia entendían que, pese a que recibir ese tipo de comentarios está feo y no le agrada a nadie, era algo que no iba a pasar de allí y de un ambiente caliente en la pista el día del partido. Lo que no esperaban era el comité de bienvenida que iba a darles el propio club turco.

Lo habitual cuando un equipo juega fuera de casa es viajar uno o dos días antes del partido –esto depende de la distancia- y realizar mínimo un entrenamiento en la pista donde va a disputarse el encuentro. Lo habitual es que haya deportividad entre los clubes y estos acuerden a qué hora puede ejercitarse cada uno, sin molestar al contrario. Recalco varias veces la palabra “habitual” porque en Izmir no fue así, ni mucho menos. Cuando el UCAM Murcia se presentó el martes pasado en el pabellón del Pinar Karsiyaka a la hora acordada para realizar su sesión, se encontró con el parqué ocupado por un equipo de voleibol femenino, que no tenía mucha intención de cederles el espacio. Los murcianos fueron enviados a una pista auxiliar, diferente a donde iba a jugarse la importante eliminatoria al día siguiente. No solamente las dimensiones eran distintas, el club turco también les había dejado todos los balones desinflados y las canastas –en muy mal estado, por cierto- en el suelo. Si querían trabajar, tenían un inflador manual (que lleva su tiempo y desgaste físico hasta que las dejas practicables) y una barra para poder subir los aros a la altura adecuada. Técnicas de otra época un tanto vergonzosas para intentar minar la moral y desestabilizar a la expedición del UCAM Murcia.

El cálido recibimiento en tierras turcas no terminó ahí. Había actuado el club, ahora le tocaba entrar en juego a los aficionados. Pasadas la una de la madrugada, un grupo de seguidores del Pinar Karsiyaka se personaron en el hotel donde ya descansaba el equipo español y, casualmente debajo de sus habitaciones (quién les daría a estas personas la dirección donde se alojaban los jugadores, se lo pueden imaginar), aparcaron un coche con la música puesta al volumen discoteca, se bajaron del vehículo y empezaron a corearla. Seguramente, el Canto a Murcia no era. Debido a tal espectáculo tuvo que personarse la policía turca para terminarles la fiesta. Tiempo después volvieron y se repitió el procedimiento. “Yo estoy acostumbrado a los ambientes calientes porque he jugado en Serbia y en Grecia. Pero esto del entrenamiento era una situación surrealista”, comenta uno de los jugadores del UCAM Murcia.

Ya había antecedentes

Todo lo sucedido en la previa de Izmir no pilló por sorpresa al club murciano. En 2018, otra vez en una eliminatoria europea a cara o cruz, sus caminos se cruzaron y el Pinar Karsiyaka protagonizó un auténtico bochorno. El conjunto turco intentó hacerle una encerrona inaceptable a su rival, lejos del ‘fair play’ por el que debe regirse el deporte. Ese día, el UCAM Murcia se fue al descanso con una ventaja en el marcador de 19 puntos (30-49), en un gran momento de forma y de juego. En ese instante, casualmente, se estropeó el marcador y el parón, que debía haber sido de 15 minutos, se prolongó hasta la hora y cuarto. La FIBA (máximo organismo internacional de baloncesto) no quiso suspender el encuentro y tras el gran tiempo de espera decidió que el juego se reanudase con un reloj y marcador manual, llevado con buena fe por un trabajador local que debía cantar por el micrófono cuando quedasen 10 y 5 segundos de posesión. Imaginen a quién favorecía constantemente. Los turcos comenzaron a recortar distancias de puntos, pero nunca llegaban a remontar. Así que empezaron a llover a la pista mecheros y todo tipo de objetos para interrumpir el juego. Hasta una bota militar lanzaron. Además, la afición estaba ubicada a un palmo de la pista y del banquillo, tanto que llegaron a empujar a uno de los jugadores del UCAM Murcia, cuando tras una jugada se acercó demasiado a ellos. Otra interrupción que terminó con media plantilla del equipo murciano expulsada y enviada a vestuarios por invadir la pista al ir a separar a su compañero. Por suerte, no hubo que lamentar lesiones y volvieron a España sanos y salvos y con la victoria.

En esta ocasión, el día de partido no pasó nada parecido en lo extradeportivo. Sí estaba el pabellón lleno y el público apretaba muchísimo con sus cánticos, pero no fue a más y el UCAM Murcia, como ya hizo cinco años atrás, ganó y les eliminó. “Cada uno actúa como ve conveniente, lo importante es que nos hemos vuelto a llevar la victoria y jugamos a un buen nivel. Hemos pasado parte a la FIBA de todo lo sucedido para que tome nota”, afirmaba un directivo del club murciano.

Ahora está en manos del organismo internacional sancionar o no al Pinar Karsiyaka. En el pasado le puso una multa de 20.000 euros y le obligó a jugar dos partidos sin público, muy poco para lo que podía haber sucedido. Más allá de los resultados deportivos, los clubes deben de dar ejemplo y en Turquía –tanto en categoría masculina como en femenina, donde equipos españoles han tenido que jugar con confeti en el suelo y escuchando sirenas antiaéreas puestas a propósito por la megafonía del pabellón- están muy lejos de ello. También se lo permiten los altos mandatarios porque estos equipos tienen bastante presupuesto y pueden fichar a algunos y algunas de las mejores deportistas del mercado haciendo la competición más atractiva. Por eso, no suelen sancionarles ni expulsarles. Pero no todo debería valer en el deporte.

El UCAM Murcia Club Baloncesto viajó la semana pasada a Izmir (Turquía) para disputar el segundo partido de una eliminatoria de competición europea contra el Pinar Karsiyaka. Si ganaba el equipo español, pasaba a la siguiente ronda y los turcos caían eliminados. Si perdía, se forzaba el tercer partido de desempate, que se hubiese jugado en Murcia hoy. Era un partido trascendental para el Karsiyaka, ya que había depositado todos sus objetivos deportivos de este curso y había hecho una gran inversión económica fichando muy buenos jugadores para pelear por el título de la Basketball Champions League y claro, irse a casa a las primeras de cambio era un absoluto fracaso. Por eso, durante la semana previa al encuentro, sus aficionados comenzaron a calentar el choque en redes sociales con mensajes como “vais a viajar al infierno” y todo tipo de insultos y amenazas imaginables a los jugadores rivales. Desde Murcia entendían que, pese a que recibir ese tipo de comentarios está feo y no le agrada a nadie, era algo que no iba a pasar de allí y de un ambiente caliente en la pista el día del partido. Lo que no esperaban era el comité de bienvenida que iba a darles el propio club turco.

Lo habitual cuando un equipo juega fuera de casa es viajar uno o dos días antes del partido –esto depende de la distancia- y realizar mínimo un entrenamiento en la pista donde va a disputarse el encuentro. Lo habitual es que haya deportividad entre los clubes y estos acuerden a qué hora puede ejercitarse cada uno, sin molestar al contrario. Recalco varias veces la palabra “habitual” porque en Izmir no fue así, ni mucho menos. Cuando el UCAM Murcia se presentó el martes pasado en el pabellón del Pinar Karsiyaka a la hora acordada para realizar su sesión, se encontró con el parqué ocupado por un equipo de voleibol femenino, que no tenía mucha intención de cederles el espacio. Los murcianos fueron enviados a una pista auxiliar, diferente a donde iba a jugarse la importante eliminatoria al día siguiente. No solamente las dimensiones eran distintas, el club turco también les había dejado todos los balones desinflados y las canastas –en muy mal estado, por cierto- en el suelo. Si querían trabajar, tenían un inflador manual (que lleva su tiempo y desgaste físico hasta que las dejas practicables) y una barra para poder subir los aros a la altura adecuada. Técnicas de otra época un tanto vergonzosas para intentar minar la moral y desestabilizar a la expedición del UCAM Murcia.