La vida de Kike Siscar cambió el 12 de diciembre de 2003. Un inoportuno accidente de tráfico truncó los posibles planes que pudiese tener para el futuro, pero el destino le tenía reservado ver cumplido su sueño de ser deportista olímpico. Muchos años de trabajo mental y físico permitieron que el pasado verano disputase los Juegos Paralímpicos de Tokio como integrante del equipo español de tenis en silla de ruedas, una experiencia única al alcance de muy pocos que jamás olvidará y que lleva tatuada en la piel (la espiga que simboliza los juegos paralímpicos) junto a su hermano Jorge.
Aquel 12 de diciembre de 2003 tenía 19 años, jugaba al fútbol en Torre Pacheco (en la categoría de Preferente), era entrenador de la cantera y estudiaba informática en la Universidad de Murcia. Era viernes por la mañana, decidió asistir a clase a primera hora y después, acompañado de un amigo, ir a ver al Real Murcia Club de fútbol entrenar en Cobatillas. Alrededor de las 12:30, cogió la autovía rumbo a su casa, en Torre Pacheco, y en la salida de Los Martínez del Puerto se le reventó la rueda del coche y empezó a dar vueltas de campana.
Eso es lo que le han contado, porque no recuerda nada. Por suerte, iba solo y tampoco hubo otros vehículos implicados. No llegó a perder el conocimiento en ningún momento, pero tampoco sentía el dolor. Le trasladaron en ambulancia al Hospital Virgen de la Arrixaca, donde ya le esperaban sus padres. No le operaron en el momento, esperaron cinco días después del accidente, y tenía dañadas las vértebras L1 y L2. Los médicos le informaron de que tenía la médula espinal afectada parcialmente (no totalmente) y que por eso, con el tiempo, podría mover las piernas y caminar. Todo iba a cambiar a partir de ese momento, pero hay una frase que le marcó para siempre: “Si trabajas duro, podrás valerte por ti mismo”. Se la dijo Ramón Rábago, un fisioterapeuta amigo de la familia, que se convirtió en una persona imprescindible para él desde entonces. De hecho, gracias a esa frase Kike nunca pensó que dejaría de andar. Siempre fue positivo, sabía que con la disciplina que había adquirido durante 19 años gracias al deporte lo sacaría.
De la Arrixaca lo trasladaron al Hospital Nacional de Parapléjicos, en Toledo. Allí derivan a todos los pacientes del país que tienen afectada la médula espinal. De todas las edades. “Cuando entras, te das cuenta de lo que es realmente importante y lo que no en la vida. Es durísimo todo lo que ves. Mandaría a todo el mundo a ese hospital 10 segundos para que sean conscientes de la importancia de respetar las normas de seguridad en la carretera”, afirma Kike. En Toledo iban a enseñarle a adaptarse a su nueva situación. Tuvo sesiones de rehabilitación de 9 a 14h de la tarde durante 15 largos meses, siempre con sus padres a su lado.
En su cabeza, la frase que le dijo Ramón Rábago. “Al regresar de Toledo, mi objetivo principal era dejar la silla de ruedas aparcada y llevar muletas, algo que he conseguido. Por eso, durante cerca de cuatro años, estuve yendo de lunes a viernes con mi fisio para empezar a coger fuerza en las piernas. Los dos primeros años me dediqué única y exclusivamente a mí y a rehabilitarme. También dejé la universidad. Ahí me di cuenta de que el día a día no está preparado para las personas con movilidad reducida. Ahora hay muy pocas cosas (establecimientos, plazas de parking, diseños de las calles y sus aceras…) que estén acondicionadas para ir en silla de ruedas, pero antes todavía era peor”, comenta. Pese a las muchas horas de trabajo físico, también sacó tiempo para fundar una escuela de fútbol sala en la que era entrenador de chavales. Y sí, iba a los partidos en silla.
Con el paso de los años, entró a trabajar en el Grupo Caliche, una empresa de transportes, logística y almacenaje ubicada en San Javier. En 2013, su compañero Eduardo Fajardo le insistió para que disputase el Memorial José Martínez, un torneo de pádel que organizan anualmente en el trabajo. Kike era el único que iba en silla de ruedas, pero accedió: “De pequeño había jugado al tenis pero, evidentemente, nunca lo había hecho en silla de ruedas. Jugar ese día supuso para mí muchísimo porque me volvió a despertar la ilusión y el gusanillo de querer competir”. Gracias a esos partidos le llamaron para hacer una exhibición de deporte adaptado en Cartagena y allí le ponen en contacto con Alejandro, el que hasta hace un par de meses ha sido su entrenador, y se compromete para ir a entrenar a diario con él a Murcia. “Cuando en diciembre de 2013 di mi primer golpe y recordé lo que hacía cuando era pequeño, me sentí nuevo. Sabía que el deporte siempre iba a ser parte de mí. El tenis adaptado empezó como un hobby, pero sabía que quería volver a competir. La competición me hacía conectarme con mi vida anterior”, reconoce Kike.
Desde entonces, empezó a disputar torneos nacionales con el único objetivo de divertirse, hasta que a finales de 2014 entró en el ranking nacional ocupando el puesto número 12 y se enteró de que los 8 primeros iban a jugar un Master en Valencia con los mejores tenistas del mundo. Como todo lo que se propone, lo consiguió. Disputó la cita de Valencia durante varios años. Su siguiente objetivo era entrar en la selección española y también lo logró en 2016, cuando pudo participar en una Copa del Mundo contra Estonia.
Hasta este momento han sido muchas las citas nacionales e internacionales en las que ha participado. Incluso ha tenido el privilegio de ser deportista paralímpico en Tokio el pasado verano, algo inolvidable para él que quiso vivir al límite y que, por eso, olvidó grabar en su teléfono. Sin embargo, nada de eso le reporta beneficios económicos. En España no es que no se pueda vivir del deporte adaptado, es que en la mayoría de los casos cuesta dinero (algunos deportistas reciben una beca de la federación española, pero no suelen ser ninguna maravilla). Todos los torneos en los que participan los deportistas tienen que ser costeados por ellos mismos. También tienen que poner ellos la silla de ruedas con la que juegan, que son diferentes de las que se usan en el día a día (con las que compiten tienen las ruedas inclinadas para girar mejor y hay una tercera rueda trasera), que oscilan entre los 2.000 y 3.000 euros. Hay algunas muy profesionales que cuestan 9.000 euros, una cifra inasumible teniendo en cuenta que no da ganancias.
Kike Siscar tiene la suerte de que la empresa en la que trabaja, el Grupo Caliche, le financia las inscripciones de los eventos en los que participa (en el mundo del tenis tienes que jugar torneos para sumar puntos y escalar en el ranking), pero los viajes se los costea él. “Siempre les cuento a los niños a los que entreno que en una ocasión gané un campeonato internacional en dobles y en individual y que me costó 250€ la inscripción y el premio eran 200€. Por lo menos, no perdí mucho”, comenta.
Aquel accidente en 2003 dio vueltas de campana a su vida. Han pasado 18 años, pero cada 12 de diciembre Kike celebra que ese día volvió a nacer regresando al lugar en el que tuvo el siniestro, unas veces solo y otras acompañado, y deja allí un clavel de la Ermita de Nuestra Señora del Pasito, la suya. Ahora sueña con repetir la experiencia olímpica en París 2024 porque los Juegos de Japón fueron a puerta cerrada y no pudo tener allí a su familia ni a amigos en la grada. Quiere que su sobrino Thiago de 4 años, su mayor apoyo y debilidad, vea jugar a su tío en una cita paralímpica. Si una palabra define su vida, ésa es resiliencia.