En “Sin tetas no hay paraíso” íbamos directos al fracaso. Porque, aunque lo que se recuerda es la historia de culebrón entre los dos protagonistas, la serie empieza con un tipo que se mete en el narcotráfico y unas chicas que se meten en la prostitucion
Agustín Martínez (Lorca, 1975) ha sido guionista de series como “Sin tetas no hay paraíso”, “Crematorio”, “Acacias 38”, “Hermanos y detectives” o “Víctor Ros”. Con “Monteperdido” se estrenó como novelista en 2015. Desde entonces, el libro ha sido traducido a más de diez idiomas. Ahora lanza “La mala hierba” (Plaza&Janés), “thriller” ambientado en un pueblo del desierto almeriense en el que, a partir de un desconcertante crimen, reconstruye la vida -y los secretos- de una comunidad rural. En esta entrevista, Agustín conversa sobre literatura y televisión. Sobre el público y sobre el crucial momento que viven las series en España.
¿De dónde surge “La mala hierba”?
Surge de mi interés por el tema de menores implicados en un crimen. Cómo se trata el asunto, cómo se les trata a ellos, por qué se meten en historias así… Empecé a manejar esa idea cuando terminé “Monteperdido”. Indagando, encontré un par de casos reales en Canadá de niñas de trece o catorce años implicadas en asesinatos. Parece una edad muy conflictiva. Esas dos historias reales están en la base de “La mala hierba”.
Retratas una familia muy de la España actual, castigada por la crisis. También algo que a menudo a los adultos les es difícil comprender: la adolescencia. ¿Te ha resultado complicado?
Me he sentido muy cómodo retratando ese cambio generacional entre los padres, marcados por la crisis y por su manera de pensar, y el mundo adolescente. Hay un vacío entre uno y otro en el que no son capaces de entenderse. No me cuesta meterme en la piel de personajes muy distintos, de diferentes edades.
Te gusta recrear comunidades cerradas, que ocultan un secreto.
Las historias en pueblos pequeños me parecen un género en sí mismas. Al final, una comunidad pequeña es una familia grande, en la que hay historias, vínculos, deudas pendientes con el pasado. A veces eso estalla y algunos casos llegan a los medios de comunicación. A mí lo que me interesa es el efecto colateral: ¿Qué pasa después de que salte la noticia y se acuse a un menor de tal o cual crimen? ¿Qué sucede con él? Las comunidades pequeñas son, en ese sentido, miniaturas de la sociedad. Y son también ambientes que favorecen el suspense, que es con lo que yo juego.
Te has inspirado en hechos reales sucedidos en Canadá, pero los trasladas a Almería, un paisaje muy de western.
Una de las intenciones de la novela es hacer una especie de western mediterráneo. Importar cosas muy americanas como el propio western o la novela negra y ponerlas aquí. Luego, yo soy de Lorca. Tengo el desierto cerca. De hecho veo cómo se va acercando poco a poco. Hay mucho vínculo entre los personajes y el paisaje que los rodea en esta historia.
El lector actual, habituado al ritmo frenético de las series de televisión, ¿necesita continuos giros y sorpresas cuando lee?
No sé muy bien qué necesita. Si lo supiera, lo haría. Sí creo que necesita entrar en la historia. Por eso trabajo mucho los inicios de novela, el ambiente. Arranco con un golpe fuerte, pero luego viene un momento de pausa en el que vas entrando, descubriendo cosas. A mí eso como lector me gusta mucho: la literatura inmersiva. A veces lo del “page-turner”, el “cliffhanger”, la búsqueda del continuo enganche porque sí puede ser un fuego fatuo, balas de fogueo. Esa no es mi intención. Mi intención es contar la historia de unos personajes. La mayoría de mis giros son de personaje, de descubrir qué esconden éstos bajo la superficie. Pero sí, es verdad que ahora existe una obsesión por las treinta primeras paginas. Quizá por el mundo de las muestras: Tú vas a la web de Kindle o a la tienda Apple y te bajas las treinta primeras páginas de un libro. Y luego, si te gusta, lo compras. De ahí esa necesidad de que en esas treinta páginas haya fanfarrias que enganchen al lector.
Tu primera novela, “Monteperdido”, se ha publicado en más de una decena de países. ¿Conectan los lectores extranjeros con un “thriller” ambientado en España, con personajes españoles? Estamos tan acostumbrados a que ese género nos llegue de EE.UU…
Eso me ha pasado como guionista en cine y televisión. Yo creo que podemos traer géneros, pero no podemos traer personajes o modos de vida que son americanos. Tú puedes contar un “thriller” en España, pero tendrás que hacerlo con personajes creíbles. En el caso de mis novelas, el tema que tratan es universal y va a funcionar igual en España que en Inglaterra o Alemania. Esa es mi sensación. El lector alemán quiere que, si eres un autor español, le cuentes cosas de España, no de Estados Unidos.
El mantra actual es que la literatura está de capa caída, mientras que las series de televisión viven su edad de oro. Tú, sin embargo, has dado el salto contrario: de la televisión a la novela.
En la literatura tengo una libertad que en la televisión no. La tele es un trabajo muy guay, en el que se hacen cosas muy chulas a veces, pero tienes un millón de condicionantes. En España, la televisión, al menos de momento, es un género muy de producto. Uno fabrica entretenimiento para determinados sectores de publico. Y con la literatura puedo contar cualquier historia, como yo quiera. La literatura siempre va a estar ahí. Somos un poco cansinos con la cantinela de “no se lee, no se lee”. Quizá durante un tiempo se ha perdido la conexión con la gente, sin que eso signifique que se haya hecho mala literatura. Yo creo que debemos conseguir, no sé muy bien cómo, recuperar esa conexión. Decir: “La literatura no es un castigo… es entretenida”.
De lo aprendido en 18 años escribiendo series, ¿qué te ha servido a la hora de enfrentarte a la novela?
La construccion de tramas. Trabajo continuamente contruyendo tramas. También pasas por muchos generos: drama, “thriller”… lo que sea, y vas pillando recursos. Eso te da seguridad ante el bloqueo. En la tele no tenemos tiempo para bloquearnos. Cuando algo se atasca, sabes cómo solventarlo.
No puedes decir: “Hoy no tengo inspiración”.
Ese lujo no te lo puedes dar. Se trabaja con fechas de entrega, muy pegado al tiempo y con muchos condicionantes de producción. En cambio, con “La mala hierba” me tiré un año para diseñar la trama, que la hice en pizarra. Y la escritura me llevó casi otro año más.
Tu nombre aparece vinculado a muchas series de éxito de los últimos años. ¿Vivimos un buen momento para la ficción televisiva también en España?
Estamos en un momento muy bueno, pero también muy incierto, porque en España siempre hemos trabajado para cadenas generalistas: TVE, Antena 3, Telecinco. La gente de fuera se quejaba de que no hicieramos series como las de HBO. Pero es que no es lo mismo. HBO es un canal de cable y se paga por sus contenidos. Entonces me puedes comparar con ABC o Fox. Con “Anatomía de Grey”, pero no con un canal de pago. Y ahora estamos en ese momento de cambio: Ha llegado Netflix a España, ha llegado HBO y también Movistar está produciendo series. Hay que ver qué sale de ahí. Tiene muy buena pinta, aunque Netflix, con “Las chicas del cable”, ha hecho una serie convencional que podría estar en Telecinco o Antena 3. Movistar, por lo que sé, está apostando por otro tipo de historias, más cercanas al tono de ficción americana tipo HBO que ponemos en el altar.
Hace años hubiera sido dificil rodar en España algo como “Víctor Ros”. ¿Los productores arriesgan más viendo lo que se hace en otros países?
El riesgo en la televisión es supercomplicado. Lo miden mucho y te dejan un poquito en cada serie. Hay que pelearlo mucho, ese minirriesgo. De “Víctor Ros” hice la segunda temporada, con la que estoy contento. Irregular, pero estoy contento. Y luego hay otras series que sí han dado un paso adelante. El mayor lo dio “Vis a vis”, por el tono, la manera de rodar. “El Ministerio del Tiempo” o “La casa de papel” tienen también un planteamiento distinto al que siempre tuvimos en España de una familia haciendo tal o cual cosa. Cada pasito es muy pequeño y, si no tiene éxito, es un paso atrás, porque la cadena se retira. En “Sin tetas no hay paraíso” íbamos directos al fracaso. Porque, aunque lo que se recuerda es la historia de culebrón entre los dos protagonistas, la serie empieza con un tipo que se mete en el narcotráfico y unas chicas que se meten en la prostitucion para follarse a los narcotraficantes, y una de ellas cae en la heroína… Era todo muy salvaje para el momento… y funcionó. Luego el mismo planteamiento lo hemos visto en “El príncipe” y otras series porque salió bien y la cadena dijo: “Esto del narcotráfico mola”.