“Una de mis funciones es que haya performance en la agenda cultural de la ciudad”

Domix Garrido -Archena, 1963- recoge nuestros DNI y los coloca en una balanza. El peso no alcanza los 20 céntimos. Domix tiene una crisis identidad y desde el día de su cumpleaños –el 2 de septiembre- no ha renovado el suyo, ni piensa hacerlo. Anda por la ciudad con pasaporte. Esto nos lo cuenta durante su acción Just en el espacio 'Murcia Vintage' el pasado 12 de diciembre. También ha perdido el disco duro con la mayoría de grabaciones de sus acciones. Lleva realizadas más de cincuenta. Pero como buen artista de performance sabe que su arte es efímero y que la vida le ha vuelto a poner el contador a cero.

Tienes dos facetas: artista de performance y gestor de festivales de performance que celebras en diferentes partes de España llamados Abierto de Acción. ¿Cómo combinas ambas?Abierto de Acción

Primero creo que soy artista, de ahí me deriva a artista de performance y de esa práctica me surge la necesidad de organizar porque en España no hay apenas festivales de performance. El propósito del festival Abierto de Acción es dignificar la profesión y darla a conocer. En realidad, estamos trabajando cien años con esta práctica, desde el nacimiento del Dadá.

Normalmente en Murcia es donde menos trabajo y menos organizo porque me cuesta mucho hablar con una administración y que me dé el visto bueno. Se aplaza, se posterga… La faceta de gestor cultural me absorbe en un 90% del tiempo y siento que renuncio a mi tiempo de artista. Es mi lucha conmigo mismo. Y a nivel económico, al no tener un trabajo estable, siempre estás en un filo precario. En el entorno en el que me muevo es el común denominador. Eso es triste. En España más porque es muy difícil ser autónomo.

Tengo que replantearme la base de todo esto. ¿Por qué me pongo a organizar un festival y hacer talleres? Para generar una plataforma para entablar amistades en esta línea, pero la bestia se come al creador. Al final olvido por qué organizo festivales de acción ya que me puede esta inercia organizativa tan voraz. Ese reset me hace plantearme qué hago en Murcia. Ahora me han aprobado un proyecto en Alicante: un Laboratorio de Acción Contemporánea teórica y práctica donde se investigue en profundidad la acción.

Llevas un tiempo sin renovar tu carnet de identidad. ¿Por qué?

A partir de este verano. Hay un cumpleaños en el que empiezo desde cero, en el que no me renuevo mi carnet de identidad porque en el fondo hay una crisis de identidad que coincide con eso. De hecho, casualmente toda mi documentación de vídeo, performance y fotos que estaba en un disco duro que se estropea y es imposible obtener la información que hay dentro. No pude rescatar ni una sola foto y me coincide con este reset. El artista murciano Valcárcel Medina me dio la enhorabuena. Cuando recibí el disco duro con cero información fue como tener un aborto y no quería abrirlo yo solo, así que me lo llevé al encuentro del Museo Ramón Gaya y lo abrí allí para compartir el dolor.

Terminas tu carrera en la ESAD de Murcia y no empiezas a realizar acciones hasta 2007, ¿qué sucede entre medias?

Realmente empecé en 2005 con el Máster de Museología y Arte Contemporáneo de Alicante. Antes tuve que sacar mi vida adelante e iba aplazando ese deseo. Era gerente de una empresa y luego gerente de obra de una empresa de gas natural. La gestión de llevar una canalización o llevar un equipo de 30 personas me ha formado para poder llevar un festival performance de 100 personas. Pero el curso fue un veneno y empecé con el primer festival de performance y a hacer mis acciones. Trabajaba media jornada y por la tarde me dedicaba a la acción. Cuando mi jefe me dio finalmente el preaviso del despido fue como si estuviera sonando música celestial porque me iba a un festival de Marsella. Te lanzas a un vacío, pero, por otro lado, es como liberar a un pájaro. A partir de ahí, me empecé a considerar artista profesional.

Se acusa al arte conceptual de necesitar un discurso detrás que lo sustente, que no se defiende por sí solo.

El arte conceptual necesita ser sustentado por un discurso, pero cualquier obra de arte tiene una línea detrás. No aparece Joseph Beauys y hace una acción en Nueva York de la nada, hay una historia detrás. Si un artista cuenta con esta silla en un contexto artístico es una obra de arte, pero si está en una cafetería no lo es.

Tú disfrutas de esa obra porque la historia del arte la ha colocado ahí. Desde las cuevas de Altamira todos convenimos que esa pieza es arte. Si dejáramos de hacerlo, no lo sería más. Es como el dinero, un papel de 50€ vale eso porque todos lo convenimos. Hay que quitarle importancia a la obra física, por eso me dedico a la acción. No deja residuos, no se vende, no se puede asir con la mano. Una obra plástica a veces puede alcanzar unos precios desorbitados. La mayoría de los performers estamos en una dinámica antimercantilista. La performance tiene un hilo muy fino: si cobras una entrada tiene más de escénico que de preformativo. Si lo haces en la calle es difícil sobrevivir; si lo haces en una galería tienes que hacer algo que el galerista cobre. No se pueden vender conceptos, que yo sepa.

La acción ocurre en un sitio sin avisar y la gente lo ve. Es su visión. Una de mis funciones es que esto se extienda, se contamine todo el mundo y de aquí a unos años, como hay cine y exposiciones, también haya performance en la agenda cultural de la ciudad.

Participas próximamente en una bienal internacional de performance en Bogotá.

Han seleccionado un vídeo sobre una acción en Melilla. Esa acción ya ha cruzado el charco y se ha expuesto en el Museo del Bronx. Unos amigos me invitaron a Melilla, y después de estar allí una semana materialicé Río de Oro. Cogí un estudio de unas Catedráticas de Derecho en el que denuncian al Estado español por las devoluciones en caliente. Con un megáfono empecé a leerlo en la plaza de las Cuatro Culturas. Cogí agua de una fuente de la plaza de España, la llevé a una playa y la tiré al mar. Después cogí agua nueva y la transporté por una rambla no transitada río arriba y seguí con mi denuncia. Pasé por la puerta del CETI, donde están los inmigrantes que acaban de llegar, con gente en tiendas de campaña. Todo olía fatal, en sí la rambla es un deshecho de la sociedad y ya me empezó a preguntar la Guardia Civil. Nos siguieron hasta que encontré la valla y las autoridades marroquíes se empezaron a poner nerviosas. Había una compuerta que comunica África con el Mediterráneo y la abren cuando hay mucha agua. Así que quería conectar esos dos mundos: una playa idílica y la puerta de ese rastrillo. Hice inconscientemente algo muy musulmán. Me lavé los pies y la dejé allí, de manera que esa agua va a hacer de comunicación entre las personas que quieren viajar a Occidente.

¿Qué has decidido cambiar en tu nuevo comienzo de vida?

Poner más conciencia en lo que decido hacer, tanto si es de gestión como de acción. Tengo claro que no hay un final y que el camino es el que te va marcando. Estoy desengañado de las metas, no existen porque, afortunadamente, he conseguido muchas y te das cuenta de que es un constructo mental. ¿Qué te queda? Ser consciente. En Occidente nos hemos vuelto un poco esquizofrénicos por conseguir y tener.

¿Qué acción tienes planeada para el futuro?

El día 27 de febrero haré una acción en el décimo aniversario de Murcia Acoge. Que me llame Murcia Acoge es como si me llama un museo. Que una persona entienda que mi trabajo tiene algo que aportar a este asunto me enorgullece.

De hecho, en tu página web señalas que el arte sirve para conseguir equilibrio en la sociedad

El arte tiene una misión, no una utilidad, y sin arte no podríamos vivir como lo hacemos. El arte nos vuelve un poquito más espirituales, no religiosos. La religión ha cumplido su función hasta ahora. Hay mucho más interés ahora por las artes que por la religiosidad. Es el espíritu del ser humano: o se llena de rezos y dogmas o de creencias en el arte. No concibo el arte si no está el espíritu en una pieza.

¿Está empezando el público a familiarizarse con la acción?

El medio natural de la acción es el entorno, la calle. Hay una idea y estás abierto a lo que ocurre. Yo hago todos los años una performance que se llama Hambre. Es una crítica social. De hecho, considero que la reivindicación social es una de las facetas del arte. Llevo ocho años realizando esta acción donde hago una crítica de la opulencia de la sociedad. No repito la acción cada año, sino el concepto.

En el año 2005 tuve que reestructurar mi pensamiento, cuando en España se hablaba de hambre en el país. La número cinco la hice en la calle en Sevilla. Estaba escribiendo la palabra hambre con unas monas que me traje de Murcia y las iba uniendo con un alambre. Cuando había terminado de coserlas vino una mendiga que dormía en ese parque y me puso un euro encima de la mesa y me dijo que quería la A. No estaba previsto en la acción, saqué su letra y se la dí. Y me puse a comer las letras, masticarlas y vomitarlas. Esta señora entendió el concepto, se comió su letra y la vomitó. Participó de la acción y entendió lo que quería decir. Eso es espíritu. Cuando acabó la acción, encontré a la señora y le devolví su euro. Le dí un abrazo, olía a rayos, y para mí fue increíble. Cómo una persona que no entiende de arte contemporáneo y no sepa que en las acciones se pueda intervenir tiene la osadía de pagarme. El ejercicio de esa señora es lo que me motiva para seguir haciendo acciones, si es posible, en la calle. Eso te toca y cuando sucede algo así se me olvida que se me ha perdido el disco duro, que no tengo dinero y que la gente no viene cuando hay una performance de no sé quién.

 

Hay que quitarle importancia a la obra física, por eso me dedico a la acción: no deja residuos, no se vende, no se puede asir con la mano

Hay que quitarle importancia a la obra física, por eso me dedico a la acción: no deja residuos, no se vende, no se puede asir con la mano