Entrevista

Miguel Serrano Larraz, escritor: “Huyo de la nostalgia, es el truco más fácil a mano del escritor”

'Cuántas cosas hemos visto desaparecer' (Candaya, 2020) es la nueva novela de Miguel Serrano Larraz (Zaragoza, 1977). Se trata de un libro ecléctico, con ecos de terror, ciencia ficción y novela sentimental. Pero es, ante todo, la historia de dos amigas de infancia y su posterior desencuentro: Sonia, obsesionada con la muerte, y Berta, obsesionada con el paso del tiempo. También de los veranos en el pueblo y la educación sentimental de toda una generación. Eso sí, Miguel Larraz huye de la nostalgia en su narración. Larraz comenzó la carrera de Ciencias Físicas pero se licenció en Filología Hispánica. Se dedica a la traducción y la docencia. Es autor de novelas, poemario y libros de relatos de singular originalidad entre los que destaca 'Autopsia' (Candaya, 2013).

¿Es el tiempo un misterio?

Yo creo que sí. Hay una cita de San Agustín sobre el tiempo que me gusta mucho y a la que he dado muchas vueltas: “Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”. Creo que es la explicación perfecta sobre el tiempo. Tiene que ver con esa intuición que tenemos acerca de qué es. Una especie de claridad que, en el momento en que nos ponemos a reflexionar, se desmorona y no tenemos idea de qué estamos hablando exactamente.

Tú lo exploras desde la literatura.

Es una obsesión que siempre he tenido, junto con la memoria: dos temas muy entrelazados. En el caso de 'Cuantas cosas hemos visto desaparecer' todo surge como un proyecto de ciencia ficción: ¿y si alguien descubriera la manera de mandar información al pasado y al futuro? No de viajar como se ha visto tradicionalmente en el cine, sino de transmitir un mensaje, y eso qué consecuencias pudiera tener. Pero, conforme fui investigando, surgieron otro tipo de reflexiones: cómo el mero hecho de recordar el pasado significa modificarlo. Es como si nos mandáramos mensajes a nosotros mismos. La literatura en sí tiene algo de eso. Mandamos mensajes al futuro y a la vez recibimos mensajes del pasado.

Como tú mismo has dicho, se trata de una aplicación un poco libre de la teoría de la relatividad.

Einstein dice que, si viajas a la velocidad de la luz, el tiempo se contrae. En el mundo hipertecnológico en que vivimos, donde la información se manda a velocidades increíbles, igual nosotros no podríamos llegar a la velocidad de la luz pero la información sí. Entonces ésta podría viajar en el tiempo. Esa es la idea de la novela.

Sonia y Berta, tus personajes, fantasean con crear una máquina del tiempo: es uno de los grandes mitos de nuestra era.

Cuando me documentaba para la novela me di cuenta de algo extraño. La máquina del tiempo parece un mito muy obvio. Sin embargo, no surge hasta finales del XIX. Desde el punto de vista narratológico, los saltos y distorsiones en el tiempo han estado siempre ahí, ya en Homero, la 'Odisea' no es lineal. Tengo el proyecto de escribir algún día sobre eso: ¿por qué surge cuando surge el mito de la máquina del tiempo? Es algo muy relacionado con el nacimiento de la fotografía y el cine.

La historia transcurre sin golpes de efecto o suspense. Con gran naturalidad, pese al tema que trata.

Los había en las primeras redacciones. Pero me di cuenta de lo falso que resultaba y lo modifiqué. Intenté que fuera todo natural.

'Cuántas cosas hemos visto desaparecer' reconstruye un tiempo y un universo muy concretos: la pandilla en verano, el pueblo, la manera de relacionarse y crecer de una generación. Muchos se van a sentir identificados. Sin embargo, no lo narras desde la nostalgia.

Intento huir de la nostalgia. Me parece uno de los trucos más fáciles del escritor. Desde ella es muy fácil crear empatía con el lector. Son procedimientos perfectamente dignos, respetables, pero a mí no me interesan. En el caso de 'Cuántas cosas hemos visto desaparecer', a veces ha sido difícil porque el libro habla del pasado, la pandilla, el pueblo. Y la nostalgia tira mucho.

Escribiste la novela mientras cursabas la beca 'Iowa Arts' de la Universidad de Iowa. ¿Ayuda el alejarse de los escenarios sobre los que estás escribiendo?

Surge una especie de sensación de libertad que no existe cuando estás cerca de las cosas que cuentas. Y luego las circunstancias materiales en Iowa eran muy buenas para escribir: Tenía una biblioteca maravillosa, tiempo, contacto a diario con otros escritores… Me ayudó.

Otro tema importante del libro es cómo las amistades de la infancia y la adolescencia, tan intensas, a menudo con los años se enfrían, vuelven, se transforman.

Es un tema que está en mucha parte de mi narrativa: en 'Autopsia', en mis cuentos… Siempre me ha interesado. Por qué nos hacemos amigos de quienes nos hacemos amigos y por qué dejamos de serlo. Cómo se pierde esa chispa, esa confianza.

Mención especial merece la portada de Tatiana Abellán.

Me asombra cada vez que la veo. Tatiana Abellán se imprime, por así decirlo, fotografías antiguas sobre la piel. Queda una especie de herida, de quemado. Eso tiene mucho que ver con los asuntos que trato: la persistencia de la memoria, el cuerpo, el dolor, la muerte. La portada y el título, que no son míos, me parecen lo mejor del libro. (ríe)

De hecho, explicas que el título lo “robaste” de una conversación entre Túa Blesa y Javier García Rodríguez.

Sí, estos dos profesores de teoría de la literatura, a los que admiro muchísimo, en medio de una charla dijeron: “Cuántas cosas hemos visto desaparecer”. Hablaban de teoría literaria, pero también de la vida, que van juntos, y me quedé con esa frase. Era perfecta para la novela.