'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
Lo atraviesa todo: una lectura de 'Toda la violencia' de Abraham Guerrero
Lo atraviesa todo. Está presente en el amor, en la muerte, en los textos, en la forma en que se escriben esos textos, en la familia o en las urnas en las que se vota... La violencia, esa sombra que tememos y buscamos, que se hace presente con máscaras distintas.
Abraham Guerrero Tenorio ha ganado el 74º Premio Adonáis con Toda la violencia, un poemario en el que se concreta, en verso, un “profundo análisis sobre su propia generación, marcada por el desconcierto, la falta de ilusiones, el desencanto y la pérdida de sentido”, señalan desde la editorial Rialp en las solapas.
En la línea de otros libros recientes de poetas jóvenes, Guerrero Tenorio se asienta al borde de su 'microuniverso' para contar, en poemas francos y liberados del lirismo de la 'idealización estética', una realidad en la que la violencia toma cuerpo en distintas direcciones: el abuelo que casi muerto jamás se convertirá en “un buen hombre”, las grietas en las manos de una madre, las cuentas para llegar a fin de mes... pero también el horror de la página en blanco, la forma extraña en la que se hace un hueco en el cuerpo cuando ella cierra la puerta de la que era vuestra casa por última vez, los pueblos convertidos en anécdota, ceceo y estructuras inmobiliarias en continua construcción...
La violencia. La violencia que está en todo y nos conforma, y que Abraham Guerrero divide en cinco estadios (familia, amor, muerte, escritura, capitalismo) que forman las cinco partes de un poemario escrito en versos secos y medidos, donde la metáfora es la propia imagen que se narra, donde la honestidad se devuelve, orgullosa, la mirada en el espejo, mientras hace un RETRATO DE LA FAMILIA QUE FUE:
La noche se apresura en la ventana
y adormece los cuerpos con sus manos de aceite.
Como todos los días, en el cuarto de arriba,
mi madre, con la cara atravesada
por la luz del televisor
con las manos se frota el tedio de los ojos.
En el salón, mi padre mira el móvil,
mi hermano juega a la consola
y mi hermana coloca los platos y cubiertos
sobre la mesa fría.
En la casa el silencio
no se rompe con nada.
Haces sangre con tus textos
La cuarta violencia de este libro, con cita introductoria de Tua Blesa (No menos violencia suponen todos los casos en que / la escritura textualiza el silencio), está dedicada al hecho poético. Abraham traza aquí el vértigo que los escritores —sobre todo los que tienden al poema— sienten ante la precariedad y el humo; se enfrenta a la realidad de orillar la creación al escaso tiempo libre que deja una vida en la que no hay tiempo para casi nada. Porque no da dinero. Porque no surgen conferencias con las que pagar el alquiler y carro de la compra. Y es terrible “esperar / la quimera de un premio, / el dinero preciso que convierta el poema / en una nómina”.
Una realidad precaria que convierte al escritor en péndulo: allá, esa pulsión y toda la belleza que podría caber en mis manos; aquí, una pila de libros que necesito aprender para la oposición, por decir algo.
Se oscurece el pecho, se ennegrecen las uñas con el fango que los mismos autores generan una y otra vez pese a querer salir, mientras no tienen más remedio que quedarse. Una sensación sobre la que hablan muchos, pero que Guerrero Tenorio logra convertir en una de las secciones más interesantes de su libro, premiado por Enrique García-Máiquez, Aurora Luque, Martínez Mesanza, Sánchez Rosillo, Carmelo Guillén y Amalia Bautista.
LOS OJOS DE BORGES
BORGES habló alguna vez a aquellos que creían
que vivía encerrado el ciego en un mundo negro.
Decía que, precisamente,
uno de los colores que más extraña un ciego
—o al menos este ciego, aclaraba—
es el negro.
Decía
que le agobiaba por las noches
dormir en ese mundo
de neblina verdosa o azulada
que es el mundo del ciego.
Frente a este mar de invierno
donde la niebla se dispersa
sobre el verde y azul del agua,
no evito imaginar
Mi nombre es daño
Las cinco partes de Toda la violencia explican al autor y al lector. La lectura dibuja una realidad en la que un horror cotidiano, asumido, está “en las plazas, en el supermercado, / en las aceras, en los hospitales”... Por eso es un libro importante, en el que no hay tanto poemas como concepto, discurso.
Y ese es el punto que hace que Toda la violencia se haya convertido en el premio Adonáis de 2021: la capacidad de su autor, Abraham Guerrero, de reformular temas en ocasiones ya gastados (la violencia familiar), con la soltura de unos poemas ágiles, mínimamente retóricos, directos y justos con la gravedad de aquello de lo que tratan.
Poemas que asumen el centro de las preocupaciones que están en Toda la violencia sin tapujos, con el afán de eliminar esas máscaras con las que se ha cubierto el rostro la violencia. Porque todas son la misma. Y esa misma lo atraviesa todo. Porque, como dice Johan Galtung en la cita inicial del poemario, “la violencia es como un iceberg en el cual la violencia visible es sólo una parte del conflicto existiendo otras violencias más invisibles”.
OFRENDA
Los padres de nuestros padres ofrecieron a sus hijos
el olor de las iglesias, las incontables ventajas
de la familia nuclear:
el coche a cómodos plazos, reformar la antigua casa,
dinero para el bautizo del niño.
Los envolvían entre sedosos ropajes
de la futura clase media.
Nuestros padres nos ofrecieron
las incontables ventajas de ser la clase media:
la universidad a cómodos plazos,
un coche de segunda mano,
dinero para el alquiler.
Nosotros,
estirpe de padres sin hijos,
ofrecemos nuestras manos vacías.
Sobre este blog
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