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'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.

Sangre en el lienzo: sobre 'El arte de la crueldad', de Maggie Nelson

La autora Maggie Nelson

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¿La crueldad engendra crueldad? ¿Estamos inmunizados ante la violencia si el yo es una representación? ¿La crueldad en la literatura es mucho menos eficiente que cualquier impacto visual o performático? Son solo algunas de los debates que Nelson pone sobre las páginas de su ensayo.

Ese arte que busca una reacción en lo más profundo de uno mismo. Los cuadros en los que el autor lanza preguntas no seguidas por respuestas, cuestiones que impactan en el espectador con la misma fuerza con la que fueron formuladas. Performances, cortometrajes, películas, ensayos... espacios creativos que abordan la muerte, el dolor, el miedo, la soledad, el olvido... El arte de la crueldad.

Este el campo de trabajo de Maggie Nelson en [el arte de la crueldad], un ensayo publicado por la editorial Tres puntos con traducción de Lawrence Schimel. El planteamiento del texto es poner sobre la mesa la pertinencia de cualquier tipo de representación cultural que incida sobre la crueldad y la violencia.

Siguiendo el trabajo de Sunsan Sontag o Elaine Scarry, Nelson aborda desde parámetros teóricos, sensitivos y éticos el interés que pueden tener las propuestas creativas de cualquier disciplina que tengan en la violencia el motor único que justifica su existencia.

Desde la poesía de Sylvia Plath hasta las performance de Marina Abramović, pasando por un amplísimo catálogo de creadores que han hecho de la crueldad su medio de expresión. En ocasiones como una mera provocación; en otras, con una supuestamente falsa intención educadora; las más de todas, porque ese morbo que se encuentra en la ofensa y el terror remueven algo a lo que no se sabe dar nombre, pero que está, interesa y genera algo dentro que no termina de gustar, pero existe.

El yo representado

Una de las cosas más interesantes de Maggie Nelson en [el arte de la crueldad] es que su ensayo ofrece más preguntas que respuestas. No hay claras conclusiones en los distintos capítulos y temas que aborda, sino vías de investigación, reflexión y pensamiento.

Desde el papel de los rostros en las representaciones de la crueldad hasta cómo la representación de un yo que no es 'real' puede legitimar cualquier acto de violencia e incluso disfrutar del mismo. Todo ello pasa por las manos de Nelson, que demuestra un amplísimo conocimiento del planteamiento histórico de la crueldad a través del arte, sobre todo en el cambo de la performance.

En palabras de la autora, «una de las tareas de este libro es, pues, ayudarnos a diferenciar entre las obras de arte cuya utilización puede ser loable (a falta de una mejor palabra) y aquellas en las que, en cambio, es redundante, de mala fe o simplemente vil». Y continúa: «Porque lo que yo llamo 'Arte de la crueldad' no es el arte que explícitamente intenta protestar, mejorar, hacer patente, acusar o intervenir en instancias de brutalidad. Al contrario, mucho del arte que aquí se examina podría ser acusado justamente de añadir más crueldad –tanto real como ficticia-- al ya despreciable montón que existe».

En esa duda constante se mueve Nelson, una duda que se aferra a los ojos del lector para comenzar a preguntarle, ante cada ejemplo ofrecido por la autora, si es preciso, si hace falta mostrar esa cara tan oscura, si la propuesta artística del horror es necesaria y positiva para exponer al espectador ante sus miserias e invitar al cambio o si, por el contrario, puede llegar a generar deseos de reproducción.

¿La crueldad engendra crueldad? ¿Estamos inmunizados ante la violencia si el yo es una representación? ¿La crueldad en la literatura es mucho menos eficiente que cualquier impacto visual o performatico? Son solo algunas de los debates que Nelson pone sobre las páginas de su ensayo.

Un catálogo de dolor

Aunque quizá Nelson naufrague en la búsqueda de unas respuestas ya desde el planteamiento de libro imposibles, pese al exceso de temas que no termina de desarrollar plenamente y que adolecen de una estructura clara en cuanto a la defensa o el ataque que la autora les dedica, lo que sí hace funcionar a [el arte de la crueldad] es el profundo catálogo del dolor que la autora ofrece al lector.

Porque si para algo sirve la lectura del ensayo es para recopilar una serie de recomendaciones de proyectos artísticos (desde libros hasta obras de teatro, pasando por performances y el cine) que trabajan, con mayor o menor acierto –siempre en opinión de la autora– sobre estos presupuestos.

Para que sí, puede entender quien toma el libro entre sus manos, sea el propio lector/espectador el que reflexione a propósito de todo lo planteado: «¿Quién define qué es el daño? ¿En nombre de quién?», ¿Debe, el espectador del arte de la crueldad, posicionarse éticamente ante/frente/a favor de la obra? ¿Ha de existir este arte violento, cruel, centrado en el dolor? ¿Es positiva su existencia? ¿Puede encender la llama de la violencia en los otros? Las preguntas se suceden a lo largo de todo el libro. Las respuestas son mínimas, contradictorias en ocasiones, personalísimas... pero suponen unos primeros pasos hacia esta reflexión necesaria.

[el arte de la crueldad] es una oportunidad para mirar más allá de la mera representación de los perfiles sin rostro de Bacon, de la visceralidad honesta de Plath, de la 'locura' inmarcesible de Artaud... y preguntarse qué cambios genera en quien lo observa, quien lo consume, hacia dónde nos mueve ese arte, con qué propósitos. Y sobre todo, si consigue su fin y si el fin es, en esencia, legítimo.

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